Capítulo 2 Los celos de Gavino
Cada bofetada fue más fuerte y sonora que la anterior.
Cuando Emir le dio la última bofetada, Gavino cayó al suelo de nalgas. Se quedó helado. Estaba desconcertado.
«¿De dónde ha salido este lunático?».
Pero pronto recobró el sentido y las venas de su cuello se abultaron.
—¡Vete a la m*erda! ¡Si soy o no un hijo obediente, no es asunto tuyo! ¿Quién te crees que eres para meter las narices en mis asuntos?
—¿Quién me creo que soy? —Emir le lanzó una mirada gélida—. ¡Abre los malditos ojos y mira bien quién soy!
—Tú…
El bramido de Emir hizo que Gavino se quedara congelado en su sitio, y por fin estudió el rostro que tenía enfrente. Entonces un escalofrío sacudió su cuerpo.
La imagen del niño delgado de hace quince años empezó a superponerse a la del joven que tenía delante. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo parecidas que eran sus facciones.
—No… Eso es imposible…
Gavino negó de manera enérgica con la cabeza. Tenía el nombre de Emir en la punta de la lengua, pero no podía pronunciarlo en voz alta. Era demasiado absurdo.
—¿Sorprendido? —Se burló Emir—. Me acosabas mucho cuando éramos más jóvenes. Me meabas en los zapatos y me ensuciabas la ropa con acuarela. Incluso me convertiste en tu chivo expiatorio unas cuantas veces. Acabé siendo castigado por el señor Olivares en tu lugar. ¿Has olvidado todo eso?
¡Pum!
Gavino dio un paso atrás.
«¡Es él! ¡En verdad es él! ¡El Emir del que tanto me burlé ha vuelto!».
—¿Por qué no te mató el fuego? ¿Por qué has vuelto tan de repente? ¿Por qué estás aquí para fastidiarme la vida?
Gavino se puso nervioso y continuó:
—Hice todo lo que pude para ganarme el favor de esas mujeres, pero se negaron a verme como su hermano menor. Decían que tú eras su único hermano menor. Hice todo lo posible por quedar bien con el director y conseguí que me adoptara, ¡pero siempre habla de ti y solo de ti! Me esforcé tanto por convertirme en ti, ¡pero todos se negaron a darme una oportunidad! ¿Qué parte de mí no es tan buena como tú? ¿Sabías lo mucho que deseaba que estuvieras muerto?
Gavino hizo una mueca.
Justo en ese momento, la racionalidad lo abandonó. Giró sobre sí mismo para agarrar una barra de metal y blandirla contra Emir. Por desgracia, la respuesta que recibió de éste fue una patada relámpago.
¡Bum!
Antes de que la barra metálica de Gavino pudiera tocar a Emir, apareció una huella de zapato en su estómago y salió volando hacia atrás.
—¿Quieres saber por qué no serás tan bueno como yo? —Emir se acercó y miró de fijo a Gavino—. Es porque no intimidaré a los débiles. Porque no soy un desagradecido. Porque mis celos no se convierten en resentimiento. ¿Son razones suficientes para ti?
Las últimas palabras de Emir, pronunciadas en voz baja, golpearon a Gavino como un mazo. Eran principios básicos para ser humano, que él no poseía. Era un desagradecido y celoso, una persona despreciable que intimidaba a los débiles.
Tal vez esas palabras fueron demasiado para Gavino, que tosió con la boca llena de sangre y arrugó la cara de dolor.
Emir solo lo miró de fijo. No sentía piedad por él.
Gavino había sido consumido por los celos hasta el punto de volverse vil. No merecía compasión.
—Eres… ¿Eres en verdad Emir Luna? —La voz temblorosa de Germán sonó de repente.
Cuando Emir se volvió, la expresión glacial de su rostro había desaparecido, sustituida por una sonrisa.
—Sí, soy yo, señor Olivares. He vuelto.
—¡En verdad eres tú!
El corazón de Germán dio un vuelco y no pudo evitar echarse a llorar mientras abrazaba a Emir.
—Oh, mi pequeño Emir, ¡sigues vivo! Sigues vivo… ¡Por fin Dios ha decidido perdonarme! Pensé… ¡Pensé que te había matado!
Germán berreaba. No parecía de desesperación, sino de alivio.
El chico que lo había hecho sentirse culpable durante quince años seguía vivo.
—Sí, señor Olivares. Sigo vivo y estoy bien —consoló Emir en voz baja, pero percibió algo peculiar en los murmullos de Germán. Esperó a que se calmara antes de preguntar—: Señor Olivares, ¿me oculta algo? El incendio de hace quince años no fue un accidente, ¿verdad?
Germán se secó las lágrimas.
—Lo pasado, pasado está. Todo está bien mientras estés vivo.
Su respuesta hizo que Emir se sintiera aún más seguro de sus especulaciones. Con tono solemne, le dijo:
—Señor Olivares, si de verdad se siente culpable por mí, por favor, cuéntemelo todo.
Germán quería evitar el tema, pero supo que no podía ocultárselo más cuando vio su mirada sombría. Despacio, le contó lo que había sucedido.
Resultó que, en efecto, había algo extraño en el incendio de hace quince años.
Por aquel entonces, Inmobiliarias Garbosa se había interesado por los terrenos donde estaba el Orfanato Resplandor. Se habían reunido varias veces con Germán para intentar obligarlo a vender el terreno a bajo precio, pero él era muy obstinado. Hiciera lo que hiciera Inmobiliarias Garbosa, se negó a firmar el contrato.
Sin otra opción, el responsable de Inmobiliarias Garbosa amenazó a Germán y le advirtió de que sufriría las consecuencias de no ceder.
Al día siguiente, se declaró un incendio en el orfanato.
Germán sospechaba que el incendio era un acto de venganza de Inmobiliarias Garbosa, pero no pudo encontrar ninguna prueba de su implicación.
Después de ese incendio, Emir desapareció. Germán pensó que lo había matado de manera indirecta, así que pronto dejó su trabajo y adoptó a Gavino, que tenía más o menos la misma edad que Emir.
Intentó aliviar su sentimiento de culpa hacia Emir dándole a Gavino todo lo que podía. Por desgracia, acabó malcriándolo y lo convirtió en un avaricioso que le pedía dinero cada dos por tres.
Antes era una suma pequeña, así que no había dicho nada al respecto. Pero, esta vez, Gavino pedía doscientos mil.
No había forma de que Germán se lo diera, así que eso hizo que éste le lanzara improperios.
El silencio sepulcral se apoderó de la sala cuando Germán terminó de contar la historia.
Cuando levantó la cabeza para mirar a Emir, le sorprendió la mirada aterradora y gélida de sus ojos oscuros.
«Inmobiliarias Garbosa. Me hiciste dejar mi ciudad natal durante quince años. Casi me matas en el incendio. ¡Casi me haces perder a mi familia! ¿Cómo debo ajustar cuentas contigo?».