Capítulo 252 Amos del placer (libro 3) capítulo 61 caballo de troya
Observo a la perra tendida sobre la cama mientras sigue sedada. No puedo negar que es una mujer hermosa, no más que Rachel, pero tiene lo suyo. Extiendo mi mano y deslizo los dedos sobre su piel seca. Mi polla se tensa al contacto. Hace mucho que no disfruto de un buen polvo. Quizás la puta sirva para algo después de todo, sobre todo, ahora que no puedo acercarme a mis jóvenes feligreses. Hace poco me vi obligado a abandonar el pueblo en el que viví por mucho tiempo. Después de todo lo que hice por ese lugar sucio y mugroso, esos pueblerinos tuvieron la desfachatez de echarme de allí sin ningún remordimiento. Juro que algún día me las pagarán.
Me acerco a la mesa y cojo la cajetilla de cigarrillos. Golpeo el paquete contra el costado de mi dedo índice, extraigo un pitillo y lo llevo a mi boca mientras repaso de arriba abajo el cuerpo desnudo de la zorra. Mi polla está dura y la puta no me la pone fácil. Está como para chuparse los dedos. Sonrío y niego con la cabeza. Dios obra de maneras inesperadas. Lo enciendo y le doy la primera calada mientras los recuerdos de un pasado cercano se activan dentro de mi cabeza. Todo se fue al demonio la misma noche en la que esos malditos de Reeves y Dawson me dieran la paliza de mi vida y me dejarán casi muerto. Tuve lesiones de consideración, huesos rotos y heridas profundas. Aún hay cicatrices en mi cara que, me recuerdan, cada vez que me miro al espejo, lo que esos hijos de puta me hicieron. Arrastro una silla de la mesa hasta el pie de la cama, el giro para que su espaldar quede de frente y me siento a horcajadas sobre ella. Le doy otra calada al cigarrillo y pocos segundos después dejo salir el humo de mis pulmones. Sigo grabando.
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