Capítulo 10 Opciones
Ruedo los ojos. ¿Qué está esperando para hacer lo que le digo? Por supuesto, no esperaba menos de esta santurrona. Es la respuesta normal de una chica falta de experiencia, cohibida y recatada.
«¿Qué esperas sacar de esto, Lud? ¡Un absoluto y rotundo nada! Deshazte de ella y mándala a echar del club. Ya tienes suficientes problemas como para sumar uno nuevo. Además, ¿qué nuevas experiencias puede aportarte una chica tan insulsa como esta? Tienes cosas importantes que hacer como para perder tu tiempo con juegos de niños»
Concuerdo con el pensamiento. No obstante, cuando estoy a punto de renunciar al plan que había trazado desde un principio, me quedo atónito cuando la mojigata eleva sus manos y envuelve sus dedos blancos y perfectos alrededor de mi pulgar. Fijo la mirada sobre la suya y, debo admitir, que esos preciosos ojos violetas acaban de lanzar un hechizo poderoso sobre mí. ¿Qué carajos? ¿Por qué tengo la extraña sensación de que puede traspasar mis corneas, colarse hasta lo profundo de mi alma y leerme como nadie nunca lo ha hecho? Descubrir secretos que, nadie más que yo, conoce.
Abro la boca, pero la cierro de nuevo, porque me quedo sin nada qué decir al respecto. Es la primera vez que alguien consigue desconcertarme. Mantengo la mirada puesta sobre ella, no hablo, no me muevo, incluso, dejo de respirar. La expectativa de lo que hará a continuación me tiene intrigado.
―Si… si hago esto, ¿me dejarás ir?
Entrecierro mis ojos. Es lo que quiero, ¿cierto? Que se vaya y deje de meter su nariz en mis asuntos.
―Sí, pero con una condición.
Una sonrisa cínica tira de la esquina derecha de mi boca al notar su desconcierto. ¿Qué pensaba? ¿Qué iba a ponerle las cosas fáciles? Debe aprender a no meterse donde nadie la ha llamado.
―¿Cu…? ¿Cuál?
Así me gusta, niñita, que entiendas que soy el único que puede establecer condiciones, dirigir y demandar. Soy el puto amo, nada ni nadie está por encima de mí. Su cuerpo vuelve a tensarse, así que recurro a métodos específicos y efectivos para lograr que se relaje y colabore de buenas ganas. No hay mujer que pueda resistirse a mis caricias y a mis técnicas de conquistas, por muy difícil que esta sea. Acaricio su cuello con la punta de mi nariz y deslizo mis labios por su piel tersa y suave. Esparzo besos por todas partes que le ponen la piel de gallina y la hacen gemir como una gatita en celo.
Sonrío satisfecho en el momento en que su cuerpo se sacude de pies la cabeza. Objetivo logrado. ¡Ahora a divertirse!
―Chupa, no voy a volver a pedírtelo ―susurro con la voz ronca al pie de su oreja, mientras hundo el dedo en su boca―. Si aprecias tu libertad, entonces muéstrame que tan buena eres con eso.
Suelto un gruñido cuando su lengua comienza a moverse y a dar succiones sobre mi dedo. Al principio con timidez, pero luego, de manera desesperada y hambrienta. ¡Mierda! Mi miembro se tensa, lo mismo que mis pelotas. De manera espontánea, llevo la mano hasta el moño apretado que está sobre su cabeza y me deshago de él para dejarlo caer con libertad. Admiro con deleite los hermosos mechones castaños bañados con reflejos dorados que se extienden como cascadas sobre su torso hasta rozar la punta de sus pechos. ¿Quién lo iba a imaginar? Esta mujer es una diosa. Ese disfraz que lleva puesto no hace más que esconder todos sus atributos y hacerla pasar desapercibida antes los ojos del mundo. ¡Soy un maldito afortunado!
Hundo mi dedo hasta lo profundo e imaginando que es mi sexo el que folla y llena su boca. Empujo mis caderas contra su pelvis, para que sienta lo duro que me ha puesto y la hago aullar como loba a la luna llena. Sus gemidos están a punto de dejarme sordo y hacerme terminar dentro de los pantalones.
¡Santo Cristo!
―Ah…
Dulce llamado para el apareamiento. De un momento a otro, meto las manos por debajo de sus gruesos muslos y la encajo sobre mis caderas. Nuestros sexos se encuentran y se saludan con gusto por encima de la tela de la ropa. Empujo y hago contacto con su dulce divinidad, provocando con el gesto, que su cuerpo se arquee y entierre sus dientes alrededor de mi pulgar de manera dolorosa. Sin embargo, me complace el delicioso placer que tal acto genera en todo mi cuerpo, sobre todo, porque es casi inmediato el efecto que produce directo a mi polla.
―Sé lo que necesitas, chiquilla, deja que me encargue de ti ―susurro sobre sus labios hinchados―, te prometo que te va a gustar.
No hay nada más gratificante que estrenar un virgo y, en esta época, es bastante difícil encontrarlos. Elevo una de mis manos y desabrocho los botones frontales de su blusa hasta que poco a poco descubro esos maravillosos pechos que están hechos para degustarlos a placer. Ni siquiera ese sujetador de algodón barato que lleva puesto, digno para una adolescente, es capaz de matarme la libido. Sigo tan duro como un fierro. Tiro de la tela de algodón barato y dejo expuesto uno de sus senos. Mi saliva se vuelve agua con la preciosa e inigualable vista. Es redondo, terso y del tamaño justo. Una obra de Dios creada a la perfección.
―Hermoso.
Desesperado por descubrir más de lo que hay debajo de su ropa, deslizo la blusa por sus hombros y la acumulo alrededor de su pequeña cintura. Trago grueso. Observo con incredulidad la preciosa imagen que queda descubierta delante de mis ojos.
―¡No!
Detiene los movimientos de su boca e intenta cubrir sus pechos con las manos, al darse cuenta de que la tengo medio desnuda.
―¿No? ―pregunto con sarcasmo. Tomo sus brazos y, con un movimiento rápido, los elevo por encima de su cabeza. Mantengo sus muñecas juntas y las sujeto con una de mis manos―. Dijiste que estabas dispuesta a cualquier cosa para que te dejara ir ―menciono con cierto tono de enfado―. Así que solo te queda una opción ―sonrío con suspicacia, antes de bajarla de mis caderas, ponerla en el piso y retroceder un par de pasos para mantenerme distante de ella. Es una masa de carne temblorosa y asustadiza―. Tendrás que quitarte la ropa y acompañarme al salón principal para que bailes desnuda delante de todos mis clientes.
Sus ojos se abren como platos. Giro mi cuerpo y me dirijo hacia el guardarropa de Victoria para buscar la ropa que deberá usar. Por supuesto, elijo la que menos tela tiene. Va a dejar muy poco para la imaginación.
―No puedes obligarme a hacer esto.
Vuelvo la cabeza y la miro por encima de mi hombro.
―Por supuesto que puedo.
Me acerco a ella y le tiendo el juego de piezas que debe ponerse. Inclina a mirada y queda impresiona al ver lo que le estoy entregando.
―¿Pretendes que me ponga eso?
Fija su preciosa mirada violeta sobre la mía y me observa con desconcierto e incredulidad. Encojo mis hombros y pongo cara de circunstancia.
―Lo usarás solo un ratico ―le digo divertido, mientras camino hacia el sillón. Me siento y, con actitud relajada y cómoda, cruzo una pierna sobre la otra y mantengo su mirada. Seguido, chasqueo la lengua―. Ya después no la vas a necesitar.
Con la expresión que aparece en su rostro, imagino que su mandíbula acaba de golpearse contra el piso. Observo mi reloj y vuelvo a centrar la mirada en ella.
―Tienes dos minutos para vestirte o te prometo que lo haré en tu lugar y te llevaré a rastras a salón.
Traga grueso. Se me queda mirando por largo rato, antes de asentir.
―Haré lo que me pidas ―¿en serio? ¿Se va a denudar y a exponerse desnuda? No sé por qué, pero su respuesta me causa mayor enfado―. Quiero decir, puedes tocarme.
¿Qué? Una sensación de alivio recorre mi cuerpo. Mi polla es la primera en ponerse de pie y celebrar su decisión con saltos y gritos de emoción.
―Bien ―muevo la mano hasta mi miembro y lo acaricio por encima de la tela de mi pantalón―. Quítate la ropa y muéstrame todo lo que escondes debajo de ella.