Capítulo 7 Soy tu dueño
―Vamos, Rachel, no hay tiempo que perder ―indica apresurada―. No quiero que las indiscretas de mis compañeras nos descubran y luego vayan corriendo con el chisme para quedar bien con el jefe y ganar méritos con él.
Hago lo que me pide sin rechistar. No obstante, noto con desconcierto el nuevo mundo que se abre ante mis propios ojos. Paredes oscuras, cuadros gigantescos con mujeres posando desnudas y mostrando sin pudor lo que deberían mantener oculto, luces rojas en el techo, lámparas de diamante, pisos tan relucientes como un espejo que puedes mirarte en ellos, plantas ornamentales para decorar áreas específicas y pantallas colgando de la pared mostrando las mismas imágenes y emitiendo la misma canción en cada una de ellas.
Trago grueso. Mi corazón late apresuradamente. ¿Qué tipo de lugar es este? Mi cuerpo comienza a vibrar al mismo ritmo de la música ensordecedora que está a punto de reventar mis tímpanos. Casi al mismo tiempo tengo que elevar la mano para proteger mis ojos del efecto que provoca la luz de colores en mis retinas. Mi pecho sube y baja de manera acelerada, en tanto soy arrastrada hacia las entrañas de un mundo sórdido y desconocido.
Mis tripas se contraen en cuanto escucho las risas y las carcajadas que provienen desde alguna parte de la habitación.
―Mantén la mirada al frente, Rachel, y tapate los oídos.
Estoy tan aturdida con todo, que no escucho lo que me dice. De repente, todo comienza a oírse con mayor claridad. La música aumenta su volumen, las risas y las voces se oyen como si estas fueran susurradas al pie de mi oído, pero lo que me causa mayor consternación son cada uno de los gemidos y las palabras obscenas que se pronuncian sin ningún tipo de vergüenza.
Giro la cara hacia la derecha y me llevo la gran sorpresa de mi vida. Mis pies se quedan clavados en el piso en cuanto veo a la decena de mujeres que bailan casi desnudas frente a los ojos de una multitud en la que predominan los hombres. Pego un grito y abro los ojos como platos al ver tal abominación. Aquella visión me deja paralizada. Mis ojos se dirigen hacia la chica que se desliza por el tubo con extraordinaria habilidad. Contorsiona su cuerpo y lo mueve con una gracia que me causa asombro y emoción. No puedo dejar de mirarla, aunque lo intente con todas mis fuerzas. Sin embargo, al dirigir la mirada hacia otro lugar, veo a otra de las chicas sentada a horcajadas en las piernas de un hombre. Esta vez una ola de calor se dispara por todo mi cuerpo al descubrir que no lleva sujetador puesto, que su torso estás desnudo por completo y que sus pechos empujan contra la cara del hombre. Las manos del sujeto están aferradas a ambos lados de sus caderas, mientras observa con embeleso la manera en que la bailarina se mueve con una sensualidad que provoca diversas emociones en él y que lo impulsan a hundir sus dedos en la piel desnuda. Ella sonríe con picardía y aparta su mano inquieta con una palmada cuando este intenta poner sus manos sobre sus pechos.
Mis pulmones dejan de funcionar casi de inmediato. Mi pulso se acelera y mis entrañas comienzan a palpitar enloquecidas ante la excitación que me produce aquel acto carnal y primitivo.
»¡Maldición, Rachel!, te dije que no miraras.
Mis mejillas comienzan a arder de la vergüenza en cuanto escucho la voz de mi amiga. Aparto la mirada y la dirijo hacia el frente.
―Lo siento.
Es todo lo que puedo decir, ya que mis pulmones están tratando de recuperar el oxígeno perdido. Mi mente no deja de recordar todo lo que sucedía entre ese hombre y la chica. La manera tan desesperada con la que sus manos recorrían el cuerpo de la bailarina, la forma en la que ella lo miraba y le sonreía, el movimiento coordinado de cada uno de los músculos de su cuerpo para ejecutar una danza perfecta y capaz de hechizar a cualquier persona que la mirara, incluso, a mí. ¿Cómo puede ser eso posible?
Me dejo arrastrar a través de los pasillos por los que podemos evitar al resto de sus compañeras. Sigo aturdida por lo que acabo de presenciar.
―Gracias a Dios, tengo un camerino para mí sola ―explica a abrir la puerta de la habitación frente a la cual nos detenemos―, privilegio que tenemos unas pocas en este club.
Trago grueso una vez que entramos. Mis ojos se pierden hipnotizados hacia cada rincón de esta habitación que parece un mundo totalmente diferente al que dejamos atrás. Observo el enorme tocador cuyo espejo está rodeado por una multitud de diminutas bombillas que permiten una visión más clara a la persona que se sienta frente a él.
―¿Todo esto es solo para ti?
Asiente en respuesta. Miro con curiosidad la diversidad de productos que hay sobre el tocador y las prendas colgadas en el perchero que está a un lado. ¿Para qué sirve eso?
―Rachel, ayúdame por favor y busca el traje de cuero rojo que está colgado en mi vestidor, mientras termino de maquillarme.
Aparto la mirada de aquella ropa para prestarle atención. Camino directo hacia la gran puerta de madera blanca que está ubicada a mi derecha y la abro. Flipo con la gran cantidad de prendas que están colgadas en los ganchos que se encuentran en el interior de su guardarropa y que brillan como las estrellas en el firmamento. Busco entre todas las piezas y doy, con la que supongo, es la que me ha pedido. Mis mejillas se ruborizan cuando descubro que la ropa está elaborada con tan poca cantidad de tela que considero es insuficiente para cubrir todo su cuerpo.
―Aquí tienes ―le tiendo la ropa y se la entrego―, creo que viene con defectos de fábrica.
Suelta una carcajada que hace que me ruborice por enésima vez en esta noche.
―Vienen de esa manera por una sola razón, Rachel ―indica mientras comienza a ponérselas―, mostrar todo aquello que sea apetecible para los que están dispuestos a pagar mucho dinero solo para ver lo que hay debajo de ellas ―me deja estupefacta con aquellas palabras, tanto, que no me atrevo a volver a preguntar nada más. Termina de vestirse y al darse la vuelta quedo muy impresionada. Se ve muy hermosa a pesar de que muestra mucha más piel de la que debería―. No lo olvides ―coloca sus manos sobre mis hombros y me mira a los ojos―. No salgas de aquí bajo ningún concepto, ¿de acuerdo?
Asiento en acuerdo. Una vez satisfecha con mi respuesta, se despide de mí y abandona a habitación a toda prisa, dejándome sola en este lugar que, aunque es inigualable, no deja de producirme mucha inquietud. Trato en lo posible de mantener mis nervios a raya, curioseando mientras espero a que su amigo venga a buscarme.
Me siento frente al tocador y comienzo a deslizar los dedos sobre los diversos objetos que Vicky tiene para su uso personal. Tomo las brochas y las llevo hasta mi nariz para apreciar el olor que tiene su maquillaje, las vuelvo a colocar en su sitio de la misma manera en que se encontraban para que ella no note que anduve esculcando entre sus pertenencias. Levanto la botella de perfume y oprimo la válvula del atomizador y, sin querer, disparo un chorro del líquido sobre mis ojos.
Suelto un grito y salgo eyectada de la silla al sentir el ardor en mis corneas. Casi de inmediato mis párpados se hinchan y las lágrimas se desbordan a lo largo de mis mejillas. Camino a ciegas por la habitación, guiándome con las manos para buscar la puerta que me lleve directo hacia el cuarto de baño para sacar los restos del perfume de mi rostro. Una ola de alivio recorre mi cuerpo al dar con la perilla. Le doy un giro hacia la derecha e ingreso de un brinco. Sin embargo, al escuchar el bullicio me doy cuenta de que atravesé la puerta equivocada. Asustada, intento regresar a la habitación, pero esta se cierra de golpe sobre mi cara. El terror y el nerviosismo se apoderan de mi cuerpo. Me doy a vuelta, mientras siento el traqueteo constante de mi corazón debajo del lado izquierdo de mi pecho. Inhalo profundo y trato de abrir los ojos, pero estos arden tanto que vuelvo a cerrarlos.
Me arrepiento de haber sido tan curiosa y meter las manos donde no debía, pero la curiosidad me pudo y ahora estoy metida en tremendo embrollo.
―Vamos, Rachel, tú puedes resolverlo.
Me animo a mí misma. Comienzo a deslizar las manos por las paredes para dirigirme hacia la salida. Estaré más segura afuera que quedándome aquí y exponiéndome a que ese hombre me encuentre. Me detengo debajo de una de las bombillas y vuelvo a intentar abrir los ojos. Me emociono cuando consigo distinguir un poco de luz, sin embargo, todo lo veo borroso. Extiendo los brazos, pero retrocedo de inmediato al papar con mis manos el cuerpo fuerte y musculoso de una persona.
―¿Quién…? ¿Quién está allí?
Balbuceo asustada y nerviosa. De un momento a otro, mi espalda se estampa contra la pared y soy aprisionada entre ella y el cuerpo del desconocido.
Gimo y pego un respingo al sentir sus labios cálidos apoyados sobre el lóbulo de mi oreja.
―Soy tu dueño ―susurra con su voz profunda y gruesa―, y el único que tiene derecho a estrenar tu cuerpo antes de que lo haga cualquier otro.