Capítulo 9 Manos a la obra
¿En serio? ¡Joder! Al parecer, nada de lo que hago sale como quiero. Fastidiado y, a punto de hartarme de la mierda de día que estoy teniendo, alzo a la mojigata entre mis brazos para recostarla en el sillón y esperar a que vuelva a la consciencia. La observo desde lo alto y, no sé por qué, pero esta chica provoca algo desconocido en mi interior. ¿Qué demonios, Lud? ¿En qué estás pensando?
Suelto un manotazo en el aire y me doy la vuelta para abandonar la habitación e ir por Robert para que se encargue de ella y la eche a la calle sin que nadie se percate de su presencia. No voy a arriesgarme a que algún cliente curioso se le ocurra venir a fisgonear por esta área y se encuentre con ella. Podrá ser muy hermosa, pero su aspecto solo conseguirá desprestigiar la fama y el prestigio del club. ¿Quién en estos tiempos se viste de tal manera?
Coloco la mano en la manija de la puerta, sin embargo, no llego a girarla, porque un ruido repentino y escandaloso capta mi atención, lo que me obliga a detenerme. Me doy la vuelta y casi me parto de la risa al ver a la mojigata con el brazo en alto y vibrador en mano, usándolo como arma de defensa.
¿Esto es en serio? Ruedo los ojos.
―Juro que te golpearé si te acercas.
Comenta con voz temblorosa. Recuesto mi espalda sobre la puerta, me cruzo de brazos y piernas y fijo la mirada en la menuda chica temblorosa y valiente que, a medida que avanza el tiempo, me deja maravillado y gratamente sorprendido.
―¿Qué piensas hacer con eso?
Le pregunto en tono divertido. Suelta un jadeo y un respingo en cuanto escucha mi voz. Gira su cara hacia la dirección en la que me encuentro. ¿Qué carajos le sucede en los ojos? ¿Por qué demonios no los abre?
Baja el vibrador y lo empuña, cual espada, antes de apuntarlo en mi dirección.
―No te acerques.
Está tan asustada que tiembla como cervatillo acorralado.
―¿Crees que eso me impedirá acercarme a ti?
Le indico en tono arrogante. Descruzo mis brazos y meto las manos dentro de los bolsillos de mi pantalón.
―Voy a… ―traga grueso―. Haré lo que sea necesario para defenderme.
Bufo resignado. Esto fue divertido por breves momentos, pero ahora comienza a aburrirme. Además, tengo trabajo que hacer, no tengo tiempo para perderlo con estos jueguecitos infantiles.
En dos zancadas estoy sobre ella. Vuelvo a ponerla de espalda contra la pared y la aplasto con mi cuerpo. Tomo su mano y la obligo a soltar el consolador.
―¡Suélteme! ¡No me toque!
Grita, asustada y forcejea para soltarse, así que me veo obligado a sujetar sus brazos para contenerla.
―¿A qué viniste a mi club?
Se mantiene con los ojos cerrados. ¿Acaso es ciega? ¡Qué pérdida de tiempo! De repente, algo puntiagudo y redondo intenta taladrar la piel de mi pecho.
Bajo la mirada y se me corre la baba al notar que un par de botones de su vestido se abrieron y dejan al descubierto un par de preciosos senos perfectos. ¿Dónde permanecieron ocultos durante todo este tiempo? La boca se me hace agua al ver que la presión provoca que esas chicas traviesas se asomen por el borde de su sujetador de niña adolescente.
Esta chica se está convirtiendo en una encantadora caja de sorpresas. Cada vez me siento más curioso e interesado por lo que oculta debajo de sus trapos. Mucho me temo que tendré que averiguarlo de inmediato.
―No voy a repetirte lo mismo de nuevo ―jadea del susto al percibir mi aliento golpeando sobre su rostro―. ¡Mírame a los ojos ahora o te prometo que iré por una pinza y te forzaré a que lo hagas!
La amenaza rinde sus frutos.
―No me haga daño, por favor.
Observo expectante, mientras parpadea repetidamente hasta que, por fin, sus membranas se abren de par en par. Mis pulmones se quedan sin aire. Decir que es la primera vez que alguien me deja sin palabras es mucho que decir. ¡Virgen santísima! El color de sus ojos es extraordinario, definitivamente esta mujer es un diamante en bruto, una mina de la que puede obtenerse mucho rendimiento.
―Después de Liz Taylor, es la primera vez que conozco en persona a alguien con ese impresionante color púrpura en sus ojos ―le digo sorprendido, mientras observo con embeleso el reflejo de mi propio rostro en esos preciosos espejos cristalinos―. Serías una muy provechosa adición para mi grupo de bailarinas.
De repente, repudio la idea. La mera imaginación de hombres poniendo sus manos sobre su cuerpo me hace sentir enfermizo y asqueado. ¿Qué demonios me pasa? Un nuevo forcejeo provoca que su vestido se deslice desde su hombro derecho hasta la mitad de su brazo. Su piel es tan fina, brillosa y tersa como la de un pequeño bebé. Un delicioso y exquisito tirón a mi miembro me vuelve a poner duro y erecto como una barra de acero.
Cualquier plan que tenía concebido contra ella queda, hasta este momento, relegado en el olvido, para darle rienda libre a otra cabeza que tiene pensamientos independientes a los míos.
―Por… por favor, déjeme ir ―niega con la cabeza―. Yo no…
Pongo mi pulgar sobre sus labios rellenos para obligarla a que mantenga su boca cerrada. Jadea en cuanto la yema de mi dedo los recorre con esmero, acto que envía un latigazo de electricidad directo a mi sexo. ¿Quién iba a imaginar que esta mojigata santurrona podría provocarme una de las mejores erecciones de mi puta existencia? Separa sus labios para absorber una bocanada de aire, así que aprovecho la oportunidad para introducirlo hasta el fondo de su garganta. Casi de inmediato dejo escapar un gruñido feroz y animal cuando su deliciosa e inquieta lengua se mueve alrededor con una avidez que tensa mis pelotas.
¡Santo Cristo! Cierro los ojos y disfruto explorando su húmeda cavidad que, por un instante, hace que me olvide del mundo y de todo lo que nos rodea. Hasta que, de un momento a otro, se queda paralizada ante la intrusión. Abro los ojos y fijo a mirada sobre la suya. Esta vez soy yo el que traga grueso. ¿No sabe qué hacer? ¡Mierda! ¿Cuánta inocencia concentrada en una sola persona? Esa expresión de ingenuidad y desconocimiento me descoloca sobremanera. Es entonces cuando comprendo que esta chica nunca ha hecho algo parecido. Es sensato pensar que, a estas alturas de su vida, ¿nunca había sido tocada por un hombre?
Un súbito estremecimiento recorre todo mi cuerpo. Sonrío satisfecho y complacido. Me encantan las primeras veces y, definitivamente, ser la primera experiencia de cualquier mujer no tiene precio.
«¿Qué estupidez se te ha ocurrido ahora, Lud? ¿Quieres acostarte con la santurrona? ¿Es en serio?»
Sacudo el pensamiento de un manotazo. Acerco mi cara y hundo mi nariz detrás de su oreja. Huele a virginidad, a caminos inexplorados y a fruta prohibida. ¿Es ese el perfume del paraíso? Si así es, entonces estoy dispuesto a cometer el gran pecado y ser condenado de por vida en las pailas del infierno.
―Chupa ―le ordeno sin dejar de mirarla a los ojos―. Imagina estás engullendo una deliciosa paleta, la más dulce de todas ―le explico con la voz ronca―. Envuélvelo con tu lengua y lame a tu antojo.
Sigue paralizada, pero sus pupilas ahora se encuentran visiblemente dilatadas. Hay sorpresa, conmoción y mucha confusión. Se está resistiendo a pesar de que su cuerpo pide y grita lo contrario. Puedo percibir cada señal que me envía y leerla como si se tratara de un libro abierto. Esta es la parte en la que mejor me desenvuelvo, así que manos a la obra.