Capítulo 8 Una lección que nunca olvidará
La noche tuvo un mal comienzo. La situación se puso color de hormiga cuando una de mis bailarinas decidió faltar a sus labores. Sin embargo, una jugada maestra de mi parte y, con la eficiente colaboración y ayuda de mi hombre de mayor confianza, pude salir triunfante del atolladero.
Ahora me encuentro con esta nueva situación. ¿Qué otra sorpresa más me aguarda esta noche? Mucho me temo que tendré que evaluar con más rigurosidad el desempeño de mi equipo de seguridad. No admito fallas como estas, sobre todo, si se trata de la protección de mis trabajadores y de los socios de club.
Me olvido de tema de seguridad y vuelvo a concentrarme en la rubia. ¿Qué le sucede? ¿Acaso es ciega? ¡Esto era lo que me faltaba! Bufo con enojo y decido ocuparme de inmediato de a situación.
Mantengo la mirada fija sobre la controversial figura que concentra toda mi atención. ¿Cómo hizo esta mojigata para evadir la seguridad del club y colarse en el interior sin ser vista? ¡Juro que van a rodar cabezas! Espero que no sea una de esas fanáticas moralistas que no detienen su lucha incansable para destruirme y sacarme del medio. ¿Estará buscando información para usar en mi contra? Una sonrisa cínica tira de la esquina de mi boca. Por más que lo intenten, van a fracasar si es que tienen alguna esperanza de que puedan conseguirlo.
Sonrío divertido. Le doy un vistazo de pies a cabeza y no logro encontrar nada en ella que pueda llamar la atención de ningún hombre, mucho menos la mía. Es, sin dudas, la peor inversión en espermatozoides que he visto en toda mi vida. Es simple, mal vestida e insignificante. Y, lo peor de todo, es que tiembla como una maldita gelatina a punto de derrumbarse. Parece un cervatillo indefenso que intenta escapar de las garras de su cazador. Pobre criatura, no tiene idea del lugar en el que se vino a meter.
«Esta sería la ocasión perfecta para gastarle una broma y, al mismo tiempo, darle una buena lección a esta intrusa que no olvidará por el resto de su vida.»
¡Hora de divertirse!
Me acerco silenciosamente y me detengo frente a ella. ¡Mierda! Ahora que la veo de cerca debo admitir que tengo distorsionada la visión de larga distancia, porque esta chica es una preciosura. Sin embargo, nadie le quita lo de insignificante y mal vestida. ¿Qué hombre podría interesarse en una chica como ella?
―¿Quién…? ¿Quién está allí?
Balbucea conmocionada cuando me arrojo sobre ella, la estampo contra la pared y cerco su cuerpo con mis brazos. Sorpresivamente, el gemido que escapa de su boca tensa mi polla como desde hace mucho no me sucedía. ¿Qué demonios? ¡Vaya sorpresa! Debo reconocer que la mojigata tiene trucos escondidos bajo su manga.
Apoyo los labios sobre el lóbulo de su oreja para que pueda escucharme en medio de tanto escándalo, pero nuevamente me veo sorprendido por el delicioso aroma de su esencia natural. No llevo puesto perfume, sin embargo, la fragancia que desprende su cuerpo hace aletear mis fosas nasales y embriaga mis sentidos.
―Soy tu dueño ―susurro a pie de su oreja―, y el único que tiene derecho a estrenar tu cuerpo antes de que lo haga cualquier otro.
Grita nerviosa, lo que me causa mucha satisfacción. Qué bueno que nadie pueda escucharla. Lamentable para ella. Yo no la invité a venir, así que se aguanta. Esta es mi casa y en ella hago lo que me venga en gana. ¿Creía que se iba a ir como si nada? ¿Qué se saldría con la suya? Pobre ilusa, no tiene ni idea.
―¿A dónde te imaginas que vas?
La aprisiono con mi cuerpo para estabilizarla. Meto mi nariz detrás de su oreja e inhalo profundo. Jo-der. Huele a melocotones frescos. Este juego comienza a gustarme más de la cuenta.
―Yo, yo no...
¡Jesucristo! ¿De dónde provino ese ronco y sexi tono de voz? Juro por Dios que sentí que acariciaba mis pelotas con él.
―¿Cómo te atreves a salir de tu camerino en semejantes fachas? ―le digo en tono serio, pero juro que estoy a punto de partirme de la risa debido a lo pálido que se ve su rostro―. ¿Pretendes correr a mis clientes? ―chasqueo mi lengua―. Lo siento, pero no te lo puedo permitir. Ahora mismo iras a quitarte esos harapos y usarás las únicas prendas que están permitidas en este club.
―Yo no soy, está equivocado.
Intenta explicarme, pero me hago el sordo. Me aparto de su cuerpo, la sujeto con mis dedos de la parte alta de su brazo y la llevo a rastras hacia la zona de los camerinos. Ella intenta liberarse de mi agarre, por todos los medios, sin embargo, su fuerza no se compara a la mía. Cualquier intento que haga para escaparse de mí, es un esfuerzo perdido para su causa. Sopeso mis opciones y decido, en cuestión de segundos, hacia dónde llevarla para comenzar la tortura psicológica que tengo planeada utilizar contra esta entrépita, que, sin duda alguna, la espantará y la obligará a pensarlo dos veces, antes de que siquiera se le ocurra volver a poner un solo pie en este lugar.
Un bombillo se enciende dentro de mi cabeza y pone a funcionar mi mente a la velocidad del rayo. Al instante recuerdo que el camerino de Victoria estará desocupado el tiempo suficiente para quedarme a solas con ella y hacerle pasar un buen susto. Lo admito, mi perversión no tiene límites.
―Por favor, no me haga daño ―solloza, temerosa. Su piel se ha puesto tan fría como un témpano de hielo―. Te prometo que me iré de aquí y nunca más volverás a verme.
Joder esa manera de rogar ha conseguido que tenga una maldita erección. Estoy a punto de soltar una carcajada con lo absurdo del asunto, porque, juro por Dios, que si la imagino desde una perspectiva sexual mi miembro se desinflará de la misma manera que un globo al ser pinchado con una aguja. ¿Cierto?
―Ninguna de mis bailarinas tiene permitido pasearse por los corredores con su vestimenta de uso diario ―espeto en tono furioso, esperando que mi actuación la haga cagarse del miedo―. Ya conoces cuál es el castigo para aquellas que deciden pasarse las reglas por el culo ―le indico mientras abro la puerta y la meto a empujones dentro de la habitación―, tendrás que deshacerte de esa horrorosa ropa y presentarte completamente desnuda delante de los clientes.
Cuando se siente libre de mi agarre, retrocede con rapidez, pero choca contra el tocador y manda a volar hacia el piso todo lo que hay encima. Las lágrimas comienzan a derramarse por su angelical rostro, mientras tiembla y gime con desesperación.
―No puedes obligarme a hacer algo como eso.
Me cruzo de brazos y la observo divertido. ¿Qué no puedo? Ya te darás cuenta, mojigata.
Una vez que la luz me permite observarla con mayor claridad, me doy cuenta de que lleva los ojos cerrados e hinchados. Se mueve con dificultad toqueteando con sus manos todo lo que está a su alrededor porque no puede o no quiere abrir sus ojos. ¿Qué demonios le ocurre? Ruedo los ojos.
Me aproximo a ella en un par de zancadas. Meto los dedos bajo su mentón para obligarla a que incline su cabeza hacia atrás y me mire directo a los ojos. Pierdo el aliento a descubrir que sus labios son tan llenos y provocativos como una fresa roja y jugosa. Su rostro es poco común y fascinante, me atrevería a decir que es una de las chicas más hermosas que he visto en toda mi vida. Es una lástima que su belleza se desperdicie de tan mala manera. Podría sacar mucho provecho con ella en este club, ganaría una fortuna sin mover ni un solo dedo. No me queda ninguna duda de que se convertiría en la atracción de este lugar.
―¡Abre los ojos! ―le ordeno en voz alta―. Exijo que mis empleadas me presten atención cuando les doy una orden ―sigo presionándola sin piedad―. Es de mala educación no mirar a la persona que habla. Así que obedéceme y hazlo de inmediato.
Sigo esperando a que obedezca, no obstante, el movimiento de su lengua sobre su labio inferior me deja sin respiración. De un momento a otro, estampo mi boca sobre la suya. Ella se queda paralizada, hasta que separa sus labios y me da acceso a su interior. Envuelvo mis brazos alrededor de su cuerpo, subo una de mis manos y tiro de su cabello para conseguir un ángulo mejor. Absorbo su lengua y me pierdo en ese beso que me seca la boca y me convierte en un adicto a medida que la engullo, hasta que su cuerpo se torna flácido y se desmaya entre mis brazos.