—Date la vuelta. Pon las manos en la ventanilla y levanta el culo hacia mí —su voz era baja, tranquila y a la vez tan autoritaria. «Supongo que mi castigo ha comenzado oficialmente». No podía entender por qué, pero sentía que tenía todo el derecho a castigarme por tontear con Ezequiel a sus espaldas. Me retracté y acaté su orden.
—¡Ahhh! ¡No! Eduardo! —grité y jadeé contra la ventana de cristal empañándola mientras Eduardo embestía su sólido bastón en mi agujero desde atrás de una sola vez.
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