—¡Eduardo! —lo llamé de repente y me sonrojé al darme cuenta de que mi voz sonaba mucho más fuerte de lo que había previsto. Tal vez fue mi propia ansiedad o el silencio abrumador lo que hizo que mi voz sonara tan fuerte.
—¿Qué pasa? —preguntó Eduardo mientras se enfrentaba a mí.
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