Capítulo 11 Impacto
Cuando al fin las encontró en el bolsillo trasero de su jean, las tomó y escuchó un crujir de metales restregándose. Se quedó quieto, escuchando en cámara lenta, como si el tiempo se detuviera.
Levantó la mirada lentamente y vió a su pequeña e indefensa Land Rover siendo herida sin piedad, en la parte trasera por un costado.
—¡Nooo! —gimió Oscar nuevamente, con la garganta muy apretada, llevándose las manos a la cabeza —. ¡No! —gritó al fin y corrió para detener al chofer, quien se adelantó a su petición—. ¡Dios mío! —se llevó una mano a la boca.
Vió la Lincoln pegada en su auto, sin poner atención al chofer que se bajaba.
—Mi ca-mio-ne-ta —susurró adolorido, caminando en dirección de la parte herida—. ¡Jesucristo! —casi lloraba mientras pegaba la mejilla en la ventana del piloto—. Mi pobre bebé.
Abrazó a su auto y cerró los ojos.
—¡No lo puedo creer! —exclamó la mujer que se acercó con prisa—. ¡Debí traer un carro y no éste tanque! ¡Ése rasguño saldrá carísimo!
Oscar sintió que del llanto pronto pasaría a la rabia.
—¡Claro que te saldrá carísimo! —replicó sin apartar la vista de los autos—. ¡Se talló la pintura y la carrocería se dañó!
Serena enmudeció al verlo. Lo recorrió con cuidado. ¿Era el mismo hombre del semáforo? Entreabrió los labios. No podía creerlo.
Mientras más se acercaba a ese hombre que parecía haber perdido a algún familiar, por la manera en que se lamentaba, más detalles le descubría.
—Pasé seis meses buscando partes originales para reconstruirte y ahora...¡mírate! —. Serena lo escuchó lloriquear sin prestarle atención realmente más que a su físico.
Para empezar, era más alto de lo que se veía de lejos. Ella con los tacones que llevaba puestos medía un metro ochenta, pero al lado de ése hombre enorme, le llegaba a la nariz y se sentía pequeña. Debía estar cerca del metro noventa y tener más de cien kilos. Ella apenas pesaba sesenta y dos.
Tenía hombros tan anchos que aún con la chaqueta de cuero café, se apreciaba que tenía músculos bien desarrollados. Usaba jeans azules, a la medida y se extendían marcados en esas largas largas piernas, hasta terminar en unos... ¿tenis de piel negra con suela blanca? Levantó las cejas sorprendida. Eso decía mucho de su carácter.
Tal vez era su complexión robusta lo que le atraía. Pues no era un físico común entre los ejecutivos. No era delgado como Michael o su ex marido, pensó Serena. Era fascinante ver un cuerpo tan varonil y bien definido.
Además, olía a alguna fragancia masculina fresca que la hizo aspirar profundamente. De pronto detuvo su paso.
¿¡Qué demonios estaba pensando!? Se reprochó.
—¡Y todo por la imprudencia de...! —. Oscar manoteó en dirección de ella, sin verla, luego enmudeció abrazando la puerta.
—Mi camioneta es de agencia —fué lo único que el cerebro de Serena acertó a decir, para calmar las hormonas que había jurado tenía muertas. Se sintió tan estúpida por sentir que su piel vibraba por los nervios.
¿Cómo era posible que aún tuviera sensaciones y que ahora de manera inesperada la estuvieran idiotizando como si fuera una adolescente? Apretó los puños y estaba a punto de mirar en otra dirección para recobrar el aplomo cuando por fin él se dió cuenta de que no estaba solo.
—¿Qué no sabes conducir? —reprochó Oscar, volteando a mirarla enfadado.
Sus ojos se encontraron y el silencio apareció de golpe. Ambos se observaron con detenimiento. Mágicamente el tiempo se detuvo.
Oscar notó, por fin, a la bellísima mujer de cabello recogido en un chongo bajo, de rostro delicado y grandes ojos oscuros que no perdían detalle de él.
Su vestido de cuello en V mostraba un escote discreto y de buen gusto; además, se cubría con un abrigo largo.
Serena se embelesó con sus ojos, eran tan claros, tan azules...
—La verdad, nunca había conducido un vehículo que no fuera automático... —confesó naturalmente, sin sus poses de diva—. Creí que tras tomar una sola clase sería fácil —agregó en tono bajo—. Mi chofer tuvo la culpa, se enfermó —se excusó de la peor manera, volteando a ver su Lincoln.
—Pudiste tomar un taxi —le sugirió el embelesado hombre con suavidad. Estaba perdido en su belleza absoluta, en haber vuelto a encontrar a esa mujer que le robó la atención aquel día en el boulevard.
—Tienes toda la razón. Ahora lo sé.
—Perfecto —respondió Oscar, tratando de ya no mirarla tanto, pero se sentía atraído como un imán—. Ahora, ¿podrías mover tu camioneta de encima de la mía?
Serena despertó del sueño. Sacudió un poco la cabeza, mirando extrañada su cara sin expresión.
—No está encima —señaló como si exagerara. Miró en esa dirección y levantó las cejas—. Oh... bueno, tal vez un poco —dijo con algo de preocupación. Se mordió un poco el labio inferior y sin pensarlo extendió la mano hacia él para ofrecerle las llaves de la Lincoln—. ¡Muévela tú!
Oscar la miró incrédulo y con la visión fija de su cara se perdió nuevamente. ¿Por qué no podía dejar de admirarla? ¡Qué hermosa mujer! Volvió a pensar, cuando una suave ventisca llegó a su nariz, impregnada de su perfume femenino y delicado a flores.
Recorrer su rostro de seda no le ayudó en lo más mínimo. Se sentía atraído por esa criatura majestuosa y lo único que pudo pensar fué en qué parte de ella desearía besar primero. ¿La piel suave de su largo cuello delgado o su boca? Miró los labios... definitivamente sería su boca. Estaba más cerca de su altura.
Se humedeció los labios y ése gesto descontroló a Serena. Le puso las llaves en la mano, como si le quemaran.
—Sí, es una buena idea —dijo estupidizado por el hechizo que ésa mujer le lanzó encima.
Serena sintió la calidez del hombre, cuando su mano rozó la suya y se estremeció.
—Por allá está la entrada al estacionamiento —señaló perturbada—. La camioneta siempre queda estacionada cerca del elevador.
—¿Si? —inquirió esa voz tan ronca que la hizo tragar saliva y moverse hacia la acera.
—Si... —respondió cerrándose el abrigo para cubrir el cuerpo aún más.
—Tal vez deberías venir conmigo.
—No, yo nunca entro... —por el estacionamiento, pensó mientras pausaba perdiéndose en sus ojos de cielo—. De acuerdo, vamos —contestó como poseída por algún espíritu que no era el de ella.