Capítulo 7 Medusa
Oscar se sentó de lado para mirarla.
—Tranquila —murmuró sabiendo que no era la mejor palabra ante una reacción como la de ese momento—. No es posible que sea tan cruel.
—¡Tú no la conoces! —gritó haciéndolo pegarse a la puerta—. ¡Es tan fría, tan insensible! —se estremeció pensando en su hijo—. ¡Es un monstruo! ¡Como una medusa a la que si la miras fijamente te dejará petrificado!
—No exageres... —se burló con una media sonrisa.
—Estuvo tan calmada —recordó la sensual mujer, tratando de contenerse—. Su mirada es tan vacía —recordó llegando a una momentánea y falsa serenidad—. Siempre pensé que Eugene exageraba al decir que estaba muerta por dentro, pero hoy lo comprobé —susurró Karen pensando en la ejecutiva. Luego gimió, retomando la rabia y el llanto —. ¡No logré convencerla y solo puedo pensar en mi hijo! ¡En cuanto necesita esa maldita operación!
Oscar se conmovió al verla bajar la cabeza. Recordaba haberle sugerido buscar una fundación, sin embargo eligió ir a ver a Serena.
—Tranquilizate, quizás tampoco tuvo un buen día —extendió un brazo para tocarla.
Karen apartó la mano que aún tenía rastros de suciedad. Sacó un pañuelo de su bolso y se talló una mancha que no existía.
—Serena me detesta —aseguró tirando con descuido el pañuelito usado, para luego buscar un espejo en su bolso—. Nunca me va a perdonar que haya tenido un hijo con Eugene —. Oscar se agachó para recoger la basura en sus pies—. Pero no fué mi culpa —aseguró mirándose en el espejito; sacó otro pañuelo desechable y comenzó a secarse con cuidado las lágrimas—. Él y yo nos amábamos.
Oscar se humedeció los labios.
—Era casado —le recordó, a sabiendas de que la alteraría.
—¡Pero yo lo ví primero! — exclamó de pronto—. ¡Éramos pareja desde mucho antes de que ella se atravesara en su camino y se le metiera por los ojos!
—Y si tanto te amaba, ¿por qué se casó con ella y no contigo? —. Nuevamente se arriesgó a ser víctima de sus chillidos.
Karen enmudeció al instante, luego desvió la mirada hacia la entrada, donde estaba el edificio.
—Serena tenía todo lo que Eugene quería en una esposa —confesó dolida—. Pero no como pareja —agregó en su defensa—. Serena venía de una familia adinerada, con clase, era... virgen.
—Karen, eres hermosa —murmuró Oscar viendo su apabullante belleza.
—¡Pero nunca podré compararme con ella! —se acordó de las palabras de su amante—. Nunca seré tan fina —dijo despectiva—. Ella es una mujer aparentemente frágil e indefensa, por fuera. Ahora sé que por éso engañó a Eugene.
—¿No fué la mujer ideal? ¿Lo que según él buscaba?
—No —respondió llorosa. Bajó un instante la mirada—. Cuando Serena supo que esperaba a Tomy se puso como loca. Quiso hacerme daño —sollozó.
—Debió ser muy doloroso para ella ¿no crees?
—¡Nooo! —se exaltó y lo miró enojada.
—Karen, tu relación con ése hombre no era correcta. Por más que te amara, no dejaba de ser un hombre casado.
—¿Te vas a poner en mi contra? —lo interrumpió en tanto hurgaba en su bolso. Encontró un brillo labial y lo destapó.
—Claro que no —contestó Oscar, viéndola llevar su atención al espejito entre las manos, para darle color a sus carnosos labios—. Me parece que en estas circunstancias y con el reciente fallecimiento de su esposo, es normal que Serena no quiera verte.
—Mi hijo no tiene la culpa —se defendió, ante el espejo.
—En ése punto tienes razón —asintió, retomando su lugar en el asiento.
—Y es evidente, aún más, su odio por mí porque en los últimos dos años Eugene la dejó para estar conmigo.
El hombre la miró antes de echar a andar su auto. Esa chica era linda, pero en ocasiones se preguntaba: ¿qué carajos tenía en la cabeza?
Oscar miró alrededor de su taller mecánico. Era de noche. Llevaba puesto el overall azul marino que protegía su ropa de la suciedad. Estaba sentado en una silla de fierro plegable.
Tenía treinta y ocho años y desde pequeño supo que arreglar autos era su pasión. Cumplir ése gran sueño no fué fácil, pero lo había conseguido seis años atrás.
Recordó lo que fué su vida al terminar la universidad. Terminó la carrera de administración para complacer a su padre, un hombre de carácter parco y poco emotivo.
Eran pobres, pero reconocía que fueron felices. Su familia estuvo formada por su padre, Frederick Goodman, su hermana menor, por tres años, Claire, y su madre Anette.
—Mamá —recordó a esa gran mujer que adoró como a nadie.
Anette los sorprendió a sus cuarenta años con la noticia de que iban a agregar un nuevo miembro a la familia. La idea fué bien recibida y la señora se convirtió en la embarazada más consentida.
Oscar trabajaba de tiempo completo con su padre en el pequeño supermercado que tenía, sin embargo Anette sabía que no era lo que deseaba.
—Agradezco que seas tan noble, hijo, pero no podrás vivir así para siempre —le dijo una noche —. Tu hermana sí está realmente interesada en seguir los pasos de tu padre.
—Mamá, no quiero que mi papá se sienta mal.
—Escúchame —insistió—. Sé que no es una profesión muy limpia —sonrió—. Así que, si algún día te decides, quiero que sepas que tienes todo mi amor y mi apoyo.
Tres meses después de ésa plática, Henry llegó al mundo, antes de la fecha señalada. La primer sorpresa que recibieron, fué que tenía síndrome de Down y la segunda fué cuando a las pocas horas, Anette tuvo una fuerte hemorragia y su salud decayó mortalmente.
Se volvieron locos por la angustia. El negocio de Fred, apenas producía suficientes ingresos, porque le invirtieron gran parte de sus ahorros. Con la vida de Anette en riesgo, tuvieron que endeudarse, pero no fué suficiente.
Anette murió a la semana del nacimiento de su hermano y con la depresión que invadió a Fred, Oscar tuvo que ponerse al frente del aún pequeño negocio. Oscar, recién graduado y con poca experiencia manejó como pudo la situación financiera, pero su labor no fué la más pesada; a Claire le tocó convertirse a los diecinueve años en la madre del bebé.
Paradójicamente, el negocio empezó a florecer y con ello dejaron de preocuparse por el futuro económico. Al paso de los meses, Fred regresó al negocio y se entregó al cuidado de su pequeño que tanto lo necesitaba, el mismo que le regresó la ilusión de vivir.