Capítulo 8 Alcanzar un sueño
Cuando Oscar cumplió veintiséis años, su padre explotó en rabia por la noticia que le dió.
—Claire conoce perfectamente el manejo del minimercado — trató de hacerlo entender.
—¡Solo tiene veintitrés años!, replicó Fred en su oficina.
—Yo tenía veintidós; además, ella es perfecta para cubrir el puesto, incluso mejor que yo. Es contadora.
—No creo que prefieras irte a un mugroso taller mecánico, donde ni siquiera vas a ganar bien —aseguró su padre mirándolo a través de sus anteojos, tras el escritorio de fierro.
—Te equivocas, algún día tendré mi propio negocio, he estado ahorrando —confesó Oscar, metiéndose las manos en los bolsillos.
—¡Basta! ¡No quiero oír más! — replicó Fred nuevamente—. Si tu madre viviera, no pensarías siquiera en ésa tontería —señaló tratando de manipularlo por ese lado.
—Fué precisamente ella la que me animó a buscar mi sueño —recordó Oscar y ya no pudo continuar, se le hizo un nudo en la garganta.
Fred también se conmovió ante su recuerdo. Terminaron guardando silencio cuando la tristeza se apoderó de ellos. Después lo dejó ir a disgusto. Durante los siguientes años empezó a aceptar su nueva vida.
Ahora tenía tres años sin verlo, porque se mudó de ciudad, aunque a través de Claire, sabía cómo estaban él y su hermano.
—Según mi papá, no quiere saber de ti —le dijo Claire tiempo atrás —. Pero siempre le pregunta a Henry de qué habla contigo o cómo estás.
—Los extraño mucho.
—Y nosotros a ti.
Claire se casó con el médico pediatra que atendió a Henry en sus primeros años y ahora a los treinta y cinco era madre de dos pequeños de siete y cuatro años.
Oscar aspiró profundo para liberar la nostalgia que sentía. De pronto una mano le tocó el hombro y se asustó.
—¿En que piensas, Oscar? — inquirió Frank, su amigo más cercano.
Frank tenía veintisiete años, era tan alto como él, muy delgado y atlético, de cabello castaño con mechones rubios. En general siempre lucía desaliñado, pero él aseguraba que tenía todo para volver locas a las mujeres. Era el típico chico rudo, y sí lo era, pues se había convertido en un buen consejero y crítico para Oscar, no se detenía ante nada para decirle la verdad.
—No te oí llegar.
—¿Tan preocupado estás? —preguntó, notando su semblante.
—Ya sabes cómo soy. Estoy sin saber de qué otra manera ayudar a Karen.
—¿Fueron a ver al papá del niño? —preguntó tomando una silla similar a la de Oscar.
—Me acabo de enterar ésta mañana que ya murió.
—¡Mierda! —murmuró Frank.
—Y la viuda no recibió nada bien a Karen —recordó el mecánico.
—¿Qué pasó?
—La corrió de la oficina, dijo que no le iba a dar nada.
—¿Y no hay manera de obligarla?
—Tiene demasiado dinero para que le pueda hacer algo.
—A ésa gente le importa mucho el qué dirán, ¿no crees que por ése lado consiga algo?
—Sí —contestó Oscar de inmediato—, que la señora la odie aún más.
—Bueno, es que no es para menos —expuso Frank recordando el carácter de la mujer.
—Díselo tú y verás cómo se pone.
—Esa noviecita tuya no es una dulzura, habrá que ver la manera en que se lo pidió —comentó su amigo haciéndolo pensar—. Porque no me vas a negar que cuando se pone nerviosa se vuelve una déspota de mierda.
Oscar recordó los desplantes que le hizo cuando la conoció y los aires de grandeza que se daba menospreciando a Frank y a los demás del taller.
—Espero que no… —musitó revisándose un dedo. En el fondo también pensó lo mismo.
—¿Entraste con ella?
—No, me quedé en la camioneta —respondió dejando escapar un bostezo.
—¿Por qué? —. Frank lo miró con atención. Solo quería confirmar la razón por la que su amigo no había ingresado con su novia a la cita.
—Ayudé a una señora con un desperfecto de auto —empezó a decir sintiéndose cansado después de un arduo día de trabajo—. Me ensucié de grasa —volvió a mirarse las manos— y ya no pude entrar al edificio.
—¿Entonces, no conociste a la señora, ni supiste realmente qué pasó?
—No, así que no tengo idea de cómo es físicamente.
Frank sonrió.
—Pues yo que tú le hacía una visita, porque si está sola, tal vez necesite compañía —dijo con una sonrisa insinuante—. Aunque esté viejita yo creo que aún siente cositas en su estómago y más abajo —se rió y le dibujó una sonrisa.
—¿Y por qué no la visitas tú? —sugirió divertido.
—Yo no tengo necesidad — aseguró Frank recordándole que tenía más de dos años sin una relación seria—. Eres el guapo del taller y yo el desarrapado.
—Precisamente por eso lo digo, tienes el tipo de lo que les gusta a las mujeres de hoy. A mi solo me siguen las ancianitas —recordó a la mujer mayor de esa mañana.
—Y con ésa mujer de guardaespaldas prepotente, menos.
—Karen es una gran mujer —respondió Oscar con calma.
—Sí, de senos —recordó haciendo el ademán con las manos.
—Frank, estás hablando de mi novia.
—Pues sí, pero ya sabes que nunca le he creído que te quiera. Solo te tiene de proveedor —agregó recordando que por una descompostura de auto la conoció personalmente, porque antes de ese día lo ignoraba.
—Era una mujer comprometida —le hizo recordar.
—Si, comprometida con el esposo de otra.
—Aun así, le era fiel.
—Claro, tan fiel, que apenas supo que eras el dueño del taller te empezó a sonreír como payaso y cuando la mina de oro se le fué, se apareció por aquí y en un dos por tres se hizo tu novia.
—Karen no se apareció por aquí para hacer lo que dices —replicó Oscar—. Además, nunca fué rica.
—Pobrecita inocente, tantos años siendo la amante de un ricachón y nunca guardó nada. Solo se quedó con un pobre departamento de lujo.
—Karen... —iba a defenderla.
—Nunca ahorró, por éso tampoco le importó gastar tus ahorros en la enfermedad de su hijo.
—Karen no me obliga —insistió en defender su punto—. Quiero ayudar a Tomy.
—Ya lo sé, pero ¿por qué no se pone a trabajar? Conozco miles de madres solteras que lo hacen, la mía fue una de ellas.
—Porque Tomy está enfermo y debe estar al pendiente de su hijo —la excusó mientras estiraba las piernas y Frank empezó a hacer lo mismo..