Capítulo 9 Pequeños placeres
—No, Frank... parece que no entiendes que mis motivos al ayudar a Tomy son independientes de mi relación con ella —quiso dejarle bien claro—. Mi madre siempre me dijo que si ayudamos a los demás, la vida se encargará de compensarlo con creces.
—Dios te oiga y te mande una novia rica, porque esa señora no te quiere ni un poquito.
—Es muy poco el tiempo que llevamos juntos para decir que me ama o que la amo.
—No te enfades conmigo, soy tu amigo y... ya sabes.
Oscar sonrió burlón.
—Lo sé, me quieres y harás lo que sea para verme feliz.
—Los hombres no se aman, se aprecian —lo corrigió Frank engrosando la voz.
—Claro, nomás no me vayas a salir un día de éstos con una sorpresa.
Frank sonrió y se tocó el cabello, coquetamente.
—¿Cómo crees? —se mordió el labio inferior y le tiró un beso con los dedos,los mismos que Oscar evadió al ponerse repentinamente de pie.
Serena se recostó cómodamente sobre las almohadas del mullido sillón y aspiró el dulce aroma de su bebida caliente. Julia Hassel sonrió al mirarla, eran muy pocas las veces en que podía verla siendo sensible ante algo, haciendo a un lado esa actitud de mujer insufrible que la distinguía.
Serena se había bañado y puesto una pijama de algodón después de cenar. Ahora su cabello estaba revuelto y caía desordenado sobre los hombros. Algunos mechones le cubrían el rostro. Era aún más hermosa sin el maquillaje, notó la señora. Sus rasgos delataban la delicada textura de su piel, los rasgos finos, su nariz respingada y los labios naturalmente rellenos.
Se le acercó y la vió embelesada con el vapor que escapaba de su chocolate, al cual era adicta. Era lo único que bebía tres veces al día, sin importar la época del año, después del agua.
—Amor, no deberías tomar cosas tan dulces, antes de dormir —indicó suavemente, acariciando el cabello de su nuca.
—Tía... —musitó en el mismo tono. Fuera de esas paredes también se perdía su delicadeza. Quizás por eso le gustaba verla antes de que se metiera a la cama. Era como estar en contacto con su antigua yo.
Julia se sentó cerca en el sillón y le sonrió. Serena extendió sus pies y Julia los acarició para masajearlos. Eso también le gustaba.
—¿Sabes que demasiado dulce te puede alterar el sueño?
Serena esbozó algo parecido a una sonrisa, luego le dió un pequeño sorbo a su chocolate.
Apartó la taza lentamente.
—Este es uno de los pocos placeres que conozco —confesó sin dejar de mirar la taza—, y en cuanto a qué me inquieta o me quita el sueño, no es por esto que a veces ocurre —respondió acariciando la boca de la taza con el índice—. Ya ni siquiera revive mi líbido —agregó, sin que le importara mucho realmente esa parte de su vida—. Definitivamente la mujer que había en mí se murió hace muchos años.
Julia se sintió incómoda al oír esas palabras tan íntimas. La ejecutiva apartó sus pies. Serena conocía lo puritana que solía ser con los temas sexuales. Sonrió al fin con malicia.
—No vine a hablar de eso—. Aseguró Julia—. Solo quería saber que ha pasado con el tema del testamento. ¿Ya lo dejaste en paz y lo compartirás con Karen?
—No, aún tengo tiempo para hacer que se cumpla —susurró con voz relajada.
—¿Sigues pensando en cometer ésa locura? —replicó sin entender claramente qué la motivaba.
—Si —respondió tajante, aunque le interesaba más lo que tenía entre las manos.
—Ya pasó un mes y no creo que sea tan fácil.
—Claro que no —estuvo de acuerdo. Era raro para Julia verla tan tranquila por una cuestión que le generaría millones de dólares.
—Tampoco te he visto buscar demasiado. Aunque, Michael me parece un buen hombre, y sé que cuidaría de ti. Luce muy interesado, a pesar de que Eugene señaló en el testamento que no lo escogieras.
—A Michael ni por desesperación lo elegiría —dijo mirándola como si llegara un mal olor—. Tranquila, soy la más interesada en encontrar un buen candidato que me ayude a quedarme con todo.
Julia se sintió molesta ante tanta ambición.
—Ten cuidado, hija, no vayas a agarrar al primero que se te cruce en la calle. Puede ser peligroso.
Serena se quedó pensativa. Levantó las cejas.
—Si pudiera lo haría —musitó recordando a cierto hombre—. Sin dudar lo escogería a él. Al superhéroe que ví en la calle.
Soltó un suave suspiro y bebió un trago de chocolate.
—¿Superhéroe? —preguntó Julia intrigada.
—Sí, un hombre muy atractivo —empezó a recordar como si hubiera sido ayer—. Se bajó en medio del tráfico y la lluvia para ayudar a una anciana. Era alto, de buena edad y guapo. Tenía unos ojos azules muy lindos.
—No existen los hombres perfectos —aseguró Julia—, ¿y ese desconocido resultó además un caballero? Algún defecto debe de tener.
—Este parecía ser diferente. Además de actuar como un caballero —repitió sus palabras—, no lucía malicioso como otros que he visto… lo sé porque yo lo ví con mis propios ojos —empezó a recordar su actitud abierta y sencilla—. Estábamos en medio del tráfico de la mañana cuando supimos que había un coche averiado. Y él, simplemente se bajó, se quitó la chaqueta y fué con la mujer. En unos minutos le echó a andar el coche, sin mayor complicación, como si supiera exactamente qué cables mover para que esa chatarra volviera a la vida —explicó, capturando la atención total de Julia—. Tendrá algunos años más que yo. Lucía muy… confiable —recordó lo que le hizo sentir—. Su comportamiento de buen samaritano habla mucho de él. Habría sido magnífico saber quién era.
Julia notó que se volvía a perder en el recuerdo. Tal vez no lo aceptaría si se lo preguntara, pero el desconocido la había impresionado. Tanto como a ella al escucharla hablar con ese entusiasmo.
Nuevamente veía una chispa de vida en sus ojos, la misma que alguna vez tuvo, muchos años atrás, antes de casarse con Eugene Moore. Era una pena que no fuera a encontrarse con el superhéroe de nuevo. Julia soñaba con ver a su sobrina humanizada una vez más, y no solo enamorada del dinero.