Capítulo 6 Malvada
—¿Qué hay con él? —inquirió con absoluto desinterés, recargándose en su silla presidencial, poniendo las manos entrelazadas sobre el estómago.
—Está muy enfermo —contestó mostrando una repentina preocupación. Serena entrecerró la mirada al ver cómo su semblante se transformaba. Había dolor en sus ojos—. Está muy grave.
—¿Ah sí? —. Saberlo no la conmovió en lo más mínimo.
—Necesita una operación, es algo del corazón... —señaló haciendo un ademán sobre su pecho, luego su voz se quebró—. Los doctores dicen que si no lo no operan va a morir —se mordió los labios para contener el llanto—. Es algo que se le detectó hace poco.
—¿No me digas? —musitó con voz cansada y aburrida—. O sea que podría morir de una forma muy dolorosa… —agregó, atrayendo la atención de Karen, que la miró horrorizada—. Imagínalo. Su pequeño cuerpo retorciéndose de dolor por un infarto y tú sin poder evitarlo.
—¡Cállate, Serena! —replicó con los ojos muy abiertos—. ¡Tú no sabes lo que es... ! —se contuvo para no exasperarla.
—No, Karen, no sé lo que es la maternidad —terminó la frase a su manera, de forma tranquila… aparentemente—. Ahora me pregunto: ¿a qué viniste realmente?
Karen recobró el aplomo y se aclaró la garganta.
—Tomy es hijo de Eugene y ahora que murió, creo que tiene derecho a disfrutar de la herencia de su padre.
Nuevamente la mirada de Serena se tornó de sospecha.
—¿Herencia? —repitió analizando lo que consideraba su vulgar aspecto—. ¿Cuál herencia?
Karen se volvió a alterar y tembló nerviosa.
—¡Por favor no juegues con la salud de mi hijo! —exclamó, poniéndose de pie—. ¡El hijo de Eugene!
—Es un bastardo que nunca quiso reconocer —le recordó la indolente mujer, con dureza, enderezando la figura sobre el asiento para apoyar los brazos en el escritorio.
—¡Puedo probar su paternidad! —aseguró la curvilínea amante de su odiado Eugene.
—¿Cómo? —preguntó tranquila—. ¿Vas a exhumar el cadáver? —se burló—. ¿Con qué dinero?—. Serena se levantó de su silla haciéndola sentir pequeña y miserable—. No tienes el poder que ahora poseo y si se trata de callar a quien sea, lo haré —la hizo consciente de una cruel realidad: Eugene en vida le cedió todos los derechos sobre sus bienes—. Además, ¿quién querría ayudar a una mujer con un pasado tan dudoso como el tuyo? —agregó rodeando el escritorio para acercarse a ella. Karen se estremeció—. Pero no pierdas la esperanza —continuó y empezó a mirarla de pies a cabeza abiertamente—. Ya vendrá otro viejo rico, ansioso de tener carne, casi fresca.
Las mujeres de la misma estatura se miraron fijamente.
—No pido dinero para mi. Tomy lo necesita —insistió tensa y molesta, pero dolida.
—Y tu mentecita brillante te envió precisamente aquí… conmigo…
Karen se sentó nuevamente. No queria verla pues también la detestaba. Serena dió unos pasos hasta quedar detrás de ella.
—Tomy necesita urgentemente una operación —comenzó a relatar apretando el bolso que tenía sobre las piernas—, ya tuvo una crisis y acaba de salir del hospital, por éso no fui al funeral de Eugene.
Serena le tocó los hombros. De inmediato sintió la tensión de su cuerpo. Buena señal. Seguían siendo contrincantes.
—Tranquila, no lo hubo —anunció apretando la zona a la altura del cuello.
—Serena… —sabia lo que realmente deseaba.
—Ay Karen —musitó alejándose —. ¿Realmente piensas que vas a tocar mi corazón y que te daré el dinero para salvarlo? —la cuestionó volviendo a buscar su mirada al pararse a un lado—. No... —se tocó el pecho —. Hace muchos años que tú y Eugene... —pausó haciéndola sufrir—, se encargaron de arrancármelo —su mano se convirtió en un puño—. Así que no vas a conseguir nada —susurró inclinándose hacia ella.
—Tomy tiene ocho años, es muy pequeño —su voz volvió a quebrarse.
—Ay pobrecito, estoy tan conmovida —se burló. Karen empezó a llorar—. Tanto me conmueve la situación de tu nene que me estremezco al pensar en su próxima muerte. Mejor deberías ir preparando su funeral. Seguramente habrá posibilidades de que patrocine su ataúd, nada más déjame las medidas con la secretaria y lo tendrás en dos dias.
—¡Eso no le pasará a Tomy! —dijo viéndola caminar hacia su lugar para retomar asiento tras el escritorio.
—Nació débil a causa de la vida loca que llevaste al concebirlo y ahora deberá pagar las consecuencias.
Karen se levantó.
—¡Mi hijo no morirá! —aseguró resoplando con fuerza, golpeando el mueble con los puños.
Serena no evidenció alguna emoción. Mientras más se enojara más lo disfrutaba.
—No, Karen. No morirá de la misma forma que han muerto otros inocentes.
Sus palabras lograron contener una vez más a la alterada pelirroja.
—Serena... —musitó consciente del poder que guardaban esas palabras..
—Será mejor que te vayas.
La escultural mujer estalló con desesperación, una vez más.
—¡No puedes negarme la ayuda que te pido! —gruñó entre dientes.
—Puedo y lo haré —le respondió tranquilamente.
Karen se dirigió a ella y Serena se levantó para detener el acercamiento agresivo con su sola actitud.
—¡Eres una maldita bruja! —gritó furiosa sin importarle que actuara como intocable.
Serena la miró con todo su odio y Karen se detuvo.
—Adiós, Karen —la invitó a retirarse con la misma poca amabilidad con que la recibió.
—¡Desgraciada! —gimió con angustia, sobrecargada de frustracion, luego se lanzó contra ella.
Sheyla, la joven secretaria de veinticuatro años, entró de repente al oír los gritos.
—¡Señora!
—¡Llama a seguridad! —le ordenó su jefa, deteniendo las intenciones de Karen—. Y tú no te atrevas a tocarme.
—Por favor señora, será mejor que se vaya —dijo Sheyla con firmeza y Karen se sintió perdida.
Apretó los puños llena de ira y frustración. Hizo un puchero rabioso antes de salir de la oficina.
Salió del edificio bañada en llanto y así alterada llegó taconeando a la camioneta. El hombre se sorprendió al verla regresar tan rápido.
—Karen...
—¡Es una perra maldita! —chilló apretando los dientes. Abrió la puerta con rabia. Se subió y cerró de la misma forma, con un portazo tan fuerte que estremeció a Oscar—. ¡No tiene alma! —lloró haciendo una pataleta, mientras era observada —. ¡Le dije que Tomy estaba muy grave y no se inmutó! ¡Le recordé que era hijo de Eugene, que tenía derecho a la herencia y se burló de mí! —lo miró batiendo esas enormes pestañas postizas—. ¡Dijo que Tomy era un bastardo y que no reclamara nada —apretó los dientes, en tanto elevaba el dedo índice derecho—, porque ella tenía el poder suficiente para hacer lo que quisiera!