Capítulo 4 Superhéroe
—¡Oscar, no vayas! —le gritó la alterada mujer. Seguramente era su esposa. Una tipa loca, histérica como la mujer de Ian. Pobre hombre.
—Es una ayuda que cualquiera agradecería —respondió él, cerrando la puerta—. Voy a ver qué puedo hacer —insistió suave, pero firme.
Serena veía la espalda ancha del hombre, los brazos fuertes muy bronceados por el sol, el cabello castaño claro, abundante y desordenado. La llovizna que había estado cayendo muy tenue, empezó a intensificarse. Serena bajó la ventanilla solo un poco. Necesitaba respirar aire limpio.
La figura del hombre pasó junto a su coche. Los ojos femeninos se clavaron nuevamente en ésa espalda grande y fuerte que pareció hipnotizarla, en ése andar desenfadado.
—El héroe del día —canturreó Rafael cuando vió que la chofer del auto averiado, resultó ser una anciana de setenta años. La mujer mayor sonrió para el desconocido que fué a auxiliarla. Estaban delante de ellos y desde allí tenían una vista regular de lo que sucedía.
Rafael echó a andar el auto y se pasó al carril izquierdo para avanzar. Condujo muy poco, cuando el semáforo se puso en rojo rápidamente. Con ello, el chofer le regaló a la poderosa mujer, una vista cercana de lo que ocurría con el viejo Toyota.
Serena no pudo contener la curiosidad de ver al hombre caritativo. Sin embargo, no obtuvo satisfacción, porque la señora estaba parada frente a él, quien yacía inclinado en el coche, revisando el motor.
—Te pareces a Superman —dijo la mujer mayor–. Tienes unos ojos muy hermosos.
—Gracias —dijo ésa voz rasposa que causó un escalofrío en Serena. Tenía un lindo timbre—. Siendo honestos, yo soy más guapo —agregó enderezando la figura. Sí que era alto, pensó viendo con frustración que su rostro seguía siendo un misterio.
La mujer se rió.
—Eso es cierto, cariño —respondió.
—Suba al coche, por favor —sugirió él—. La lluvia está arreciando. Le diré qué hacer.
—Como tú ordenes, guapo.
Oscar sonrió, viéndola ir al coche. Entonces, Serena, al fin descubrió con sorpresa que se trataba de un hombre muy atractivo. Estaba de perfil, tenía un aspecto desaliñado, la barba crecida, como si tuviera más de una semana sin rasurarse y le sentaba bastante bien. Los brazos fuertes atrajeron su mirada una vez más, las manos eran grandes y poderosas, un poco toscas, lo cual indicaba que era un hombre de trabajo rudo.
No era un enclenque y podía jurar que tampoco tenía un cuerpo marcado, sin embargo, éso no le restaba atractivo a su figura. Tampoco era guapísimo, pero le estaba costando mucho dejar de mirarlo. La naturaleza había sido generosa con él... de alguna manera.
—Enciéndalo —dijo Óscar, levantando la vista.
—A la orden —contestó la mujer. Se escuchó el motor cobrando vida. La anciana lanzó un grito de alegría.
Serena sintió un golpe de envidia, por esa felicidad tan simple. Bajó un poco más la ventanilla. Tal vez lloviznaba, pero el clima estaba muy húmedo. El superhéroe desconocido, cruzó unas palabras con la mujer por estar observándolo que no escuchó. Estaba mojado, más éso no borraba su sonrisa.
Oscar bajó el cofre. Descubrió que era observado. Los ojos de Serena siguieron recorriendo ése cuerpo forjado por la madre naturaleza. Se quedó atrapada en el derriere, donde el pantalón mostraba su llamativo trasero. Oscar sonrió halagado por la belleza que lo admiraba abiertamente. Sus ojos azules atrajeron los cafés de Serena.
La mujer admiró ese torso sensual gracias a la camiseta pegada al cuerpo. Al parecer estaba en mejor condición física de la que pensaba. Levantó la vista hasta la de él y por primera vez en muchos años, se sintió atrapada. El aire abandonó sus pulmones. Entreabrió los labios para jalar oxígeno y los humedeció nerviosa. Se ruborizó como una chiquilla y subió de prisa la ventanilla del auto.
—¡Vámonos! —anunció Rafael inconsciente de lo que sucedía en el asiento trasero.
Oscar vió el lujoso Mercedes avanzar. Se acercó a la anciana, quien le dió las gracias y un beso como despedida. Regresó al coche donde su acompañante lo esperaba furiosa. Para ella, fueron minutos perdidos el ayudar a la señora, para Oscar fué sumamente grato. Era inherente a su personalidad y ella debía ya saberlo.
—¡Mira cómo estás empapado y sucio! —señaló la pelirroja con desagrado—. ¡No me vas a acompañar así!
—Tengo otra camiseta —respondió, sacando una franela roja de abajo del asiento para limpiarse las manos.
—¡No, tú te quedarás en el auto! —. Lo miró como si tuviera lepra—. ¡No dudo que el guardia te vaya a prohibir la entrada!
—¿Por qué? —inquirió Oscar confundido—. ¿Tengo cara de delincuente?
—N...no, pero... es que a ése edificio solo entra gente bien vestida —aseguró recorriéndolo.
Oscar prefirió guardar un comentario al respecto.
—Como quieras —susurró, yendo a la puerta trasera para sacar una camiseta seca. Allí mismo, sobre la calle, se arrancó la camisa, se puso la prenda seca y retomó su lugar ante el volante. Echó a andar su camioneta. Mientras esperaba su turno para ingresar al tráfico, pensó en la belleza de mujer que lo estuvo observando. La sonrisa regresó a su cara.
Karen Biel era una mujer de treinta y dos años; medía un metro sesenta y ocho de estatura; tenía la piel morena, aún más que Serena. El cabello largo, a mitad de la espalda, le caía abundante y sedoso en una cascada de ondas. Su rostro delgado tenía rasgos poco finos, sin embargo sabía maquillarse de manera tan perfecta y tenía tan buen gusto al vestir que sabía sacar provecho de lo que tenía. ¡Vaya que sabía aprovecharlo!
Ayudada de un cuerpo perfecto, con formas muy acentuadas, una cintura muy breve y un escote que delataba un busto generoso, era imposible no voltear a verla y considerarla seductora y muy sensual.
Karen había pasado de vivir en la opulencia al lado de su amante, a la pobreza extrema. Aunque su situación podría ser menos dramática si su pequeño Thomas, mejor conocido como Tomy, de ocho años, no estuviera tan enfermo. ¿Por qué Eugene nunca reconoció a su hijo? Se preguntó la exótica pelirroja. Nunca lo entendió a ciencia cierta; sin embargo, sospechaba que fué por una cuestión de conciencia: por quedar bien con la maldita esposa.