Capítulo 6 Confiársela a él
El casamiento el primer día de una cita a ciegas era una noticia que en efecto sonaba tan impactante como la explosión de una bomba atómica. Pero, tal noticia sonó perfecta y normal cuando Sebastián lo decía de su propia boca. Miranda, sin embargo, estaba demasiado nerviosa. Su mente estaba en plena alerta mientras observaba con atención las expresiones de la Sra. Lima para poder huir de la escena en cualquier momento si fuera necesario. Para su sorpresa, después de un breve silencio, tanto el profesor Lima como la Sra. Lima volvieron a sus cabales y dijeron:
—¡Genial! Bien hecho por casarse.
«¿Qué? ¿He oído mal?». Miranda miró de un lado a otro a sus padres.
—Papá, mamá, no…
Pensó para sí misma, «¿No me culpan por hacerlo?». El profesor Lima y la señora Lima no prestaron atención a la reacción de Miranda. En su lugar, comenzaron la conversación de confiar a su hija a Sebastián. El profesor tomó la mano de Miranda y la colocó en la palma de Sebastián.
—Sebastián, te confío a Miranda a partir de ahora. Es insensible y descuidada al hacer las cosas, pero tiene sus méritos. Es amable, vivaz e ingenua.
En el momento en que la mano de Miranda se colocó sobre la de Sebastián, sintió una oleada de electricidad que recorría todo su cuerpo, haciéndola sentir un cosquilleo. Al instante se volvió de un tono carmesí mientras inclinaba la cabeza tímidamente. Sebastián no hizo ninguna promesa. Respondió brevemente:
—No se preocupe, profesor.
Por alguna razón, esas pocas palabras de él, hicieron que Miranda se sintiera cálida y segura. Lo miró en secreto por el rabillo del ojo. Tal y como esperaba, un hombre tan guapo como él parecía perfecto en todos los sentidos. La cena terminó sin problemas. Miranda vio a Sebastián bajar las escaleras bajo las órdenes de sus padres; él caminaba al frente mientras que Miranda le seguía. Ella no pudo evitar sonrojarse al ver su alta figura. Su mente voló a la escena que ocurrió hace un rato. Había asumido que sus padres se pondrían furiosos; en cambio, nada de eso había sucedido. Todo ello se debió al hombre que estaba a su lado. Mientras pensaba en ello, lanzó otra mirada en secreto a Sebastián antes de que sus ojos se posaran en la mano que llevaba su anillo. Su corazón volvió a latir con fuerza y la mano que había tocado a Sebastián comenzó a calentarse de nuevo. Nunca esperó que él, el hombre que parecía tan gélido como un iceberg por fuera, pudiera tener una palma tan cálida que lo hiciera sentir tan confiable.
Era como si todos los problemas se resolvieran mientras él estuviera presente, como la forma en la que se habían casado sin los documentos necesarios. Miranda no pudo evitar suspirar de admiración ya que Sebastián era realmente poderoso. Absorta en sus pensamientos, no se dio cuenta de que Sebastián se había detenido frente a ella. Entonces, golpeó su cabeza contra su fuerte espalda. Asustada, gritó suave y levantó la cabeza antes de dar tres pasos hacia atrás avergonzada. Pero él volteó hacia ella con una tarjeta dorada en la mano. Se la entregó a Miranda y le dijo:
—Dime si el dinero no es suficiente. La contraseña son seis ceros.
Su expresión de piedra parecía mucho más suave bajo la luz, incluso sus ojos parecían un poco menos fríos.
—¿Esto es… para mí?
Miranda tomó la tarjeta aturdida y aún sentía que toda la situación era increíble. ¡Una tarjeta dorada de Sebastián Montes de Oca debe tener mucho dinero! Sebastián observó con sus propios ojos como Miranda no pudo evitar que su codicia se reflejara en su rostro. Justo entonces, Manuel condujo el auto para recogerlo. Los labios de Sebastián, que parecían apetecibles, no pudieron evitar curvarse un poco hacia arriba mientras miraba a Miranda, que seguía absorta en sus pensamientos. Pero su débil sonrisa se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos antes de volver a su habitual indiferencia. Sebastián entró en el auto y bajó la ventanilla. Le dijo sin rodeos a Miranda:
—Te recogeré mañana para llevarte a nuestro nuevo hogar.
—¿Qué? —Sólo al escuchar la voz de Sebastián, Miranda volvió a sus cabales. Pero tan pronto como levantó los ojos para mirar hacia él, Sebastián había vuelto a subir la ventanilla del auto, y se alejó sin darle tiempo de pensar. Miranda tardó unos segundos en entender el sentido de sus palabras. «¿Acaba de decir nuevo hogar?»—. Nuestro nuevo hogar.
Miranda repitió lo que Sebastián había dicho mientras sostenía la tarjeta dorada, y su rostro no pudo evitar sonrojarse de nuevo.