Capítulo 5 ¿Se conocen?
Fue en ese momento cuando se abrió la puerta desde afuera; el profesor Lima había llegado a casa. Se cambió los zapatos y fue directo a la cocina sin darse cuenta de lo que ocurría en el salón. Todo el cuerpo de Miranda se estremeció cuando se dio cuenta de que había olvidado decirle a Sebastián después de hablar con él durante tanto tiempo. Se acercó a él y le susurró:
—Presidente Montes de Oca, yo… —Al encontrarse con la fría mirada de Sebastián, Miranda se dio cuenta enseguida de que lo había llamado mal, pero no había forma de llamar a su jefe por su nombre en ese momento. Así que sólo pudo fingir que no notaba su mirada mientras continuaba—: No les he dicho a mis padres que nos hemos casado. —El rostro de Sebastián no mostró ninguna emoción al escuchar sus palabras. Se limitó a asentir un poco con la cabeza para demostrar que entendía lo que ella quería decir—. Y… —Comenzó Miranda de nuevo.
Pero antes de que pudiera terminar la frase, el profesor Lima apareció detrás de ella y la interrumpió:
—¡Miranda! ¿Tenemos visita?
Ella tembló al oír su voz fuerte y profunda; casi se asustó. Se dio la vuelta y estaba a punto de quejarse con su padre cuando recordó que Sebastián estaba presente, así que sólo pudo fingir una sonrisa mientras le decía a su padre:
—¡Bienvenido a casa, papá! Debes estar cansado del trabajo de hoy.
Luego, caminó arrastrándose a su lado y tomó el maletín que tenía en la mano. Justo cuando estaba a punto de presentar a Sebastián al profesor Lima, éste pasó por delante de ella y se acercó directo a él.
—¿Sebastián? ¿Por qué estás aquí?
Se levantó, inclinó ligeramente la cabeza hacia el profesor Lima y saludó:
—Buenas noches, profesor.
En contraste con la mirada de entusiasmo del profesor, Sebastián parecía tranquilo y en calma como siempre, como si nada pudiera despertar ninguna emoción en su interior. El profesor sentó a Sebastián y le dijo a Miranda sin levantar la cabeza:
—Date prisa en sacar ese té que tengo.
—Se…
«¿Se conocen?». Miranda se quedó boquiabierta al ver la escena, pero al ver a su padre actuando como si se reencontrara con un viejo amigo, se dio cuenta de que no podía interrumpirle en absoluto. Así que sólo pudo ir por el té que el profesor guardaba en privado antes de entrar en la cocina para prepararlo.
—Mamá, parece que papá conoce a Se… Sebastián.
El nombre de Sebastián no era difícil de pronunciar, pero Miranda por el momento aún no se había acostumbrado a pronunciarlo. La Sra. Lima, que estaba desvenando unos camarones, dejó de hacer lo que estaba haciendo al oír las palabras de su hija. Miró hacia la entrada y vio al profesor con cara de felicidad. Se volteo y murmuró:
—Parece que se conocen.
La Sra. Lima no le dijo al profesor que había concertado una cita a ciegas para su hija. Por eso, cuando le dijo al profesor Lima que la cita de su hija estaba aquí para cenar, recibió un regaño de él. Ahora, era genial que la cita a ciegas de su hija resultara ser alguien que su marido conocía. La sonrisa en el rostro de la Sra. Lima se iluminó al pensar en ello. Su afecto por Sebastián no hacía más que crecer a cada segundo mientras lo observaba desde que entró en su casa. Sebastián parecía tranquilo y firme, además de guapo; un hombre así era el candidato perfecto para un yerno ante sus ojos. La Sra. Lima caminaba en el aire; comenzó a tararear una melodía para sí misma sin importarle la mirada de desconcierto de Miranda.
Miranda sólo pudo volver a la sala mientras llevaba las tazas de té que había preparado. El profesor Lima estaba hablando con Sebastián sobre algunas cuestiones académicas. Miranda no entendía nada de lo que decían, así que sólo pudo fingir torpemente que era un adorno junto a ellos. Entonces, cuando el profesor Lima se emocionó mientras hablaba, llevó a Sebastián a su estudio y cerró la puerta. Ahora ella no podía oír nada. Miranda hizo un puchero con los labios; sólo podía ir a ayudar a su madre en la cocina. Después de casi media hora, todos los platos estaban cocinados y colocados en la mesa del comedor. Ahora que la cena estaba lista, Miranda llamó a la puerta del estudio y pidió a los que estaban dentro que salieran a cenar.
La mesa del comedor de la familia Lima era redonda, por lo que el ambiente solía ser alegre y armonioso cuando la familia se sentaba junta. Pero la atmósfera de este día era un poco inusual. Tal vez debido a la elegante aura de Sebastián, lo que debería haber sido una cena normal en esta noche se convirtió en un banquete de clase alta. Miranda, que estaba sentada a un lado, no pudo evitar enderezar su espalda y poner las manos sobre su regazo. Sólo entonces el profesor Lima presentó a Sebastián.
—Enriqueta, Miranda, Sebastián es mi alumno favorito del que les he hablado algunas veces.
Miranda miró a Sebastián con asombro. Así que él era el alumno que su padre había mencionado a menudo, ¡el conocido estudiante que había ganado el primer lugar en todo y recibido innumerables premios! Miranda de inmediato divinizó a Sebastián dentro de su corazón.
La Sra. Lima estalló de alegría cuando escuchó la noticia. Ella había querido recoger algunos de los platos de Sebastián, pero al ver su rostro inexpresivo y la mirada oscura en sus ojos, se sintió un poco reservada de inmediato ya que no estaba segura de si sus acciones serían apropiadas. Así que sólo pudo decir con una sonrisa:
—Disfrutemos de la cena.
Al escuchar sus palabras, Sebastián asintió a la Sra. Lima y dijo con voz seca:
—Gracias, Señora.
Entonces, utilizó sus palillos sin esfuerzo y con elegancia como un miembro de la nobleza, haciendo que Miranda «que era inepta en el uso de los palillos» se sintiera muy avergonzada. Ella decidió que también podría beber la sopa primero. Así que se levantó y sostuvo su plato cuando la atenta Sra. Lima se fijó en el anillo que llevaba en el dedo. La Sra. Lima muy lista, se giró de inmediato para mirar la mano de Sebastián y vio, «tal y como esperaba», un anillo idéntico al de su hija.
—Miranda, tu anillo…
La Sra. Lima agarró de inmediato la mano de su hija antes de alternar su mirada entre Miranda y Sebastián.
—¿Ambos se han…?
Atrapados, Miranda lanzó por reflejo a Sebastián una mirada suplicante como la de un pollito al que alguien lo ha sujetado por el cuello. Él bajó sin prisa los palillos que tenía en la mano y los colocó de forma adecuada antes de levantar la cabeza. Luego, dijo con una voz que sonaba indiferente pero firme:
—Profesor, Señora, Miranda y yo nos hemos casado.