Capítulo 1 Boda y aborto
Jesica Santori permanecía inmóvil, su incredulidad creciendo con cada minuto que pasaba. Su vida, que hasta hace poco parecía un cuento de hadas, comenzaba a desmoronarse precisamente en el día que debía coronar su felicidad.
Ataviada en un resplandeciente vestido de novia que apenas contenía su vientre de nueve meses, Jesica se erguía frente a la imponente estatua del gran salón. Sus ojos, una mezcla de esperanza y temor, no se apartaban de la entrada. El ambiente estaba cargado de tensión; la novia y el sacerdote aguardaban, listos para dar inicio a la ceremonia, pero una ausencia ensombrecía el momento: Carlos Talavera, el novio, brillaba por su ausencia.
Carlos, conocido por su meticulosa puntualidad y su aversión a los retrasos, llevaba casi una hora de retraso, algo inaudito en él. Este hecho solo intensificaba la angustia de Jesica.
—Señora Talavera —intervino la niñera con voz suave pero firme—, por favor, tome asiento. No es conveniente que permanezca de pie tanto tiempo en su estado.
Con un suspiro de resignación, Jesica aceptó la ayuda de la niñera para acomodarse en la silla. Mientras se sentaba, sus pensamientos vagaron hacia los nueve meses de dulce espera y la inminente llegada de su hijo. A pesar de la incertidumbre del momento, una sonrisa cálida iluminó su rostro.
—Mi pequeño —susurró, acariciando su vientre con ternura—, pronto conocerás a mamá y papá. No tengas prisa, tómate tu tiempo, ¿de acuerdo?
Sus palabras, aunque dirigidas al bebé, parecían un intento de calmar sus propios nervios. Jesica luchaba por mantener la compostura, dividida entre la ilusión de ser madre y la creciente preocupación por la ausencia de Carlos en el día más importante de sus vidas.
Jesica y Carlos habían compartido un fuerte vínculo desde el principio de su relación, que culminó con el embarazo de ella. Sin embargo, los acontecimientos imprevistos hicieron tambalearse sus sólidos cimientos. Tras su embarazo, su padre, Pedro Santori, sufrió un accidente de coche que llevó a la familia a la ruina económica. Jesica no pudo evitar notar un cambio en la actitud de Carlos hacia ella; su afecto disminuyó y fue sustituido por una distancia palpable.
A pesar de sus esfuerzos por disimularlo, Jesica no podía evitar tener la sensación de que en la mirada de Carlos había una pizca de miedo y desdén cada vez que la miraba. Tal vez su embarazo había aumentado su sensibilidad.
Jesica se vio en la necesidad de tranquilizarse de ese modo a menudo. Creía que después de la boda y la llegada del bebé, todo volvería a la normalidad. Después de todo, solo podía depender de Carlos.
Mientras pensaba en esto, se agarró el dobladillo del vestido. Carlos, el hombre más rico de Ciudad Rosales, era empresario, filántropo, el multimillonario más joven y la personificación del encanto para innumerables mujeres. Sin embargo, esas eran solo las imágenes que presentaba al público.
Jesica era muy consciente de su lado oscuro: el capo del hampa, el tirano despiadado, el asesino sin piedad. Dirigía un imperio mafioso en secreto y sus manos estaban manchadas por numerosos crímenes. Una persona así estaba destinada a tener muchos enemigos. Sin embargo, Jesica ignoraba todo esto. Creía que nadie podía quererla más que Carlos, y le correspondía de todo corazón. Sabía que aunque se enemistara con todo el mundo, Carlos sería el único que estaría a su lado al final.
Mientras Jesica estaba ensimismada en sus pensamientos, se sobresaltó al ver de repente una figura que entraba a toda prisa por la entrada principal de la iglesia. Sus ojos brillaron de alegría mientras se levantaba y preguntaba:
—Germán, ¿está Carlos aquí?
Germán, que hacía las veces de chófer y guardaespaldas de Carlos, compartía un vínculo inseparable con él. Sin embargo, parecía en conflicto, luchando por encontrar las palabras adecuadas.
—¿Qué ocurre? Dímelo —instó Jesica.
—El señor Talavera… —Germán dudó y continuó—. El señor Talavera me dijo que no vendría. Fue al aeropuerto a recoger a una mujer embarazada y se la llevó a casa. Me pidió que volviera y te informara de que la boda se cancela...
—¿Qué?
Jesica sintió como si la hubiera alcanzado un rayo; la cabeza le daba vueltas. «¿Se cancela la boda? ¿Una mujer embarazada?».
Su mente daba vueltas y miró a Germán, que la observaba con preocupación, intentando hablar. Sin embargo, no le salían las palabras, y se desplomó, inconsciente, cayendo hacia atrás.
—¡Señora! ¡Señora!
...
Cuando Jesica despertó, se encontró mirando el techo blanco, oliendo desinfectante en el aire. Se dio cuenta de que estaba en un hospital y miró alrededor de la sala vacía. No había nadie, a diferencia de lo que solía ocurrir siempre que estaba enferma: Carlos siempre estaba allí con cara de preocupación. Probablemente era la primera vez que se despertaba sola en una habitación tan fría y desolada.
En ese momento, la puerta se abrió y entró una enfermera, con cara de sorpresa al verla despierta.
—Se ha despertado —anunció una voz desconocida.
Jesica, aún aturdida, apenas logró esbozar una débil sonrisa. Sus labios se movieron, pero ningún sonido escapó de ellos.
La enfermera se acercó empujando un carrito, su rostro una mezcla de sorpresa y preocupación.
—Acaban de operarla. La anestesia suele tardar más en disiparse. ¿Cómo es posible que haya despertado tan pronto?
Jesica, desconcertada por la situación y con una inusual resistencia a la anestesia, apenas registró las palabras de la enfermera. En su lugar, su mente se enfocó en una pregunta más urgente:
—¿Cirugía? —su voz salió ronca, apenas audible—. ¿Qué cirugía?
Sin esperar respuesta, Jesica apartó la sábana que la cubría. Su mirada se clavó en su abdomen, antes abultado y lleno de vida, ahora plano y atravesado por una siniestra cicatriz quirúrgica que serpenteaba como un ciempiés oscuro sobre su piel.
El pánico se apoderó de ella, su corazón latiendo con fuerza contra su pecho.
—¿Dónde está mi hijo? —exigió, su voz quebrándose mientras sus ojos buscaban desesperadamente una respuesta en el rostro de la enfermera.
La mujer, visiblemente conmovida por la angustia de Jesica, bajó la mirada. Cuando por fin habló, su voz era apenas un susurro:
—Hubo... complicaciones —comenzó, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Según me informaron, sufrió una caída. Cuando llegó aquí, estaba inconsciente y con una hemorragia severa. El médico se vio obligado a realizar una cesárea de emergencia, pero… A pesar de todos nuestros esfuerzos, su hijo... no logró sobrevivir.
El silencio que siguió fue ensordecedor, roto solo por el sonido entrecortado de la respiración de Jesica mientras la brutal realidad se abría paso en su conciencia.