Capítulo 9 Agraviado
—Estoy en el Casino Nube. Sara, trae todo el dinero que tengas contigo —respondió Lucas.
—Tú... —casi tiró el teléfono al suelo. Su furia aumentó cuando se enteró de que su hermano estaba apostando en un casino.
Carmen le arrebató el teléfono y preguntó preocupada:
—Lucas, ¿cuánto les debes?
—¿Eres la madre de Lucas González? Nos debe cinco millones. Ven aquí en una hora con el dinero. Si no, le cortaré las manos. —Le respondió una voz de hombre antes de que se colgara la llamada.
—¡Cinco millones! —Se tambaleó Carmen sorprendida, casi perdiendo casi dejando caer el teléfono.
¿De dónde iban a sacar cinco millones?
—Mamá, te dije que dejaras de mimarlo, pero no me hiciste caso. Mira, ahora tiene problemas. ¿Cómo vamos a conseguir cinco millones para salvarlo? —volvió a tomar su teléfono Sara, muy molesta.
—Sara, Lucas es tu único hermano. Si no lo consiento, ¿a quién más debería consentir? Lo necesito para que me cuide más adelante.
—¿Y ahora qué? ¿De dónde vamos a sacar cinco millones?
Carmen se quedó en silencio. Tras un momento de breve vacilación, se le ocurrió algo.
—Sara, ¿por qué no llamas al Señor Escobedo? El casino liberará a Lucas si nos ayuda —sugirió.
—Incluso si el casino está dispuesto a liberarlo, ¿qué pasa con el dinero? —respondió exasperada.
No tenía intención de pedir la ayuda de Bruno.
—¡Entonces pídele prestados cinco millones! Ya nos había prestado treinta millones antes. Podemos añadir los cinco millones a nuestra deuda. —Le dijo su mamá sin pena.
—Mamá, ¿no soy más que un peón para que consigas más dinero? —gritó Sara, con las mejillas enrojecidas por la ira.
—Sara, de todas formas, vas a ir a ver al Señor Escobedo pasado mañana. Si se lo pides por las buenas, ¡hasta nos prestará cuarenta millones! —exclamó, encantada con su brillante idea.
—¡¿Ah?! —Casi se atragantó de rabia.
—Yo me encargo de esto. —De repente, Alex habló. Había permanecido en silencio todo el tiempo, con el acuerdo de divorcio aún en la mano.
—¿Tú? —Tanto Carmen como Sara se voltearon para verlo, mirándolo con desdén.
—Sara, puedo ayudar a Lucas a devolver los cinco millones que le debe al casino —afirmó Alex con firmeza.
No estaba presumiendo, por supuesto. Cincuenta mil millones no eran nada para él y mucho menos cinco millones.
—¡Cállate! —miró a Alex con el ceño fruncido mientras resistía el impulso de darle un golpe.
Puede que Alex fuera un perdedor, pero nunca había presumido tanto. Es por eso que su odio se había intensificado hacía él.
—Sara, te estoy diciendo la verdad. Puedo ayudarte —repitió.
—¡Basta ya! Cállate si quieres ayudarme —respondió con furia.
—Perdedor, sal de mi vista. Lárgate —apartó Carmen a Alex de un empujón y miró a su hija.
—Sara, esa gente del casino es peligrosa. Si no pides ayuda al Señor Escobedo, ¡Es seguro que le cortaran las manos a Lucas! —gritó su mamá con desesperación.
Sara estaba llena de ira. Se debatía entre salvar a su hermano y pedir ayuda al hombre que odiaba. Perpleja, no pudo evitar sentirse decepcionada y molesta con Lucas. Tras un breve silencio, Sara anunció:
—Mamá, es la última vez que ayudo a Lucas. Si no aprende de esto, ¡no lo ayudaré más!
—Sara, no te preocupes. Te prometo que lo disciplinaré después de esto. —Se sorprendió por el su repentino estallido de ira.
—Dame el número de Bruno —dijo Sara después de respirar hondo.
Carmen se apresuró a hojear sus contactos y encontró el número de teléfono de Bruno.
—Sara, no vayas a pedirle ayuda a Bruno. Yo puedo ayudarte —declaró Alex con irritación.
Sara se giró y le lanzó una mirada desdeñosa.
—Te he dicho que te calles. ¿No lo entiendes? —Estaba tan furiosa que había querido matarlo en ahí mismo.
Después de lanzar otra mirada a Alex, marcó el número de Bruno y esperó a que respondiera.
—Bruno, soy Sara. ¿Estás libre ahora mismo? —Le preguntó cuando contestó.
Enseguida, la voz de Bruno sonó por el teléfono.
—¿Oh? ¿Sara? Ahora mismo estoy con un cliente, pero si me necesitas, puedo reprogramar mi cita.
Sara se sintió un poco conmovida. Puede que Bruno la haya insultado con su petición, pero su actitud era sin duda mejor que la de Alex. Se apresuró a explicar lo que había sucedido a Lucas.
—Pero si no puedes ayudarlo, olvídalo —concluyó.
—¿Casino Nube? No lo conozco mucho, pero estoy seguro de que el dueño atenderá mi petición —respondió Bruno.
—Gracias. Lo esperaremos allí. —Le agradeció Sara.
—No es nada. Ya sabes lo que siento por ti, ¿verdad? ¿Estás ya en casa? Te recojo en veinte minutos. —Le informó Bruno y colgó.
—Bueno, mira qué diferencia. Tuvimos que pedir la ayuda de alguien de fuera. Mira que es capaz el Señor Escobedo —se burló Carmen—. ¡A diferencia de este parásito de nuestra familia, que no es más que un perdedor al que le encanta presumir! —Se había relajado, desde que Bruno había aceptado ayudarlos.
Era evidente que estaba llena de desprecio, por ese yerno mantenido suyo. La expresión de Alex se había ensombrecido mientras apretaba los puños con fuerza. Mientras sus uñas se clavaban en su piel, la sangre se deslizaba por sus puños. Sin embargo, el dolor no le molestaba en lo absoluto ya que no era nada comparado con la ira y la desconfianza que Sara le dirigía.
Su esposa y suegra lo ignoraron y se dirigieron al exterior para esperar a Bruno. Alex respiró hondo. Se negó a conceder la derrota y decidió ir con ellas.
—Ricardo, salgamos —dejó el acuerdo de divorcio en el suelo y vio a su hijo, que parecía estar muy molesto.
—Papá, no quiero que mamá y la abuela te griten —confesó Ricardo.
Alex sintió que su corazón se apretaba de dolor mientras acariciaba la cabeza de su muchacho y sonreía—. Ricardo, mamá y la abuela no me gritarán más.
—De acuerdo —asintió de forma obediente.
Alex levantó la vista y suspiró con desánimo. Se preguntó si debía seguir adelante con el divorcio.
El divorcio no entraba en sus planes a menos que fuera el último recurso. Quería a Sara, por supuesto. Además, sabía que sería un gran golpe para Ricardo si se separan. Sacó a su hijo de la casa y se subió a su motoneta. Cuando llegó a la entrada del barrio, vio a Sara y a Carmen subiendo al auto de Bruno. Al instante se sintió abrumado por la ira. Procedió a seguir el auto.