Capítulo 5 Choque
—¿Quién es usted? ¿Qué estás haciendo aquí? —levantó Rafael Cordero la cabeza y frunció el ceño ante Alex, que había irrumpido en su habitación sin previo aviso.
—Presidente Cordero, es un guardia de seguridad del departamento de seguridad, Alejandro Gutiérrez. Ha insistido en verlo y no he podido retenerlo. —Entrando a toda prisa tras Alex, la secretaria de Rafael se apresuró a explicarle. Vio a Alex con fastidio. Nunca había visto a un hombre tan grosero. Pensó:
¿Cómo pudo empujarme de esa manera solo porque lo había impedido entrar?
—¿Guardia de seguridad? —Enarcando las cejas, un indicio de furia apareció en el rostro de Rafael. —¿Dónde están César y el resto? —Se refería a sus guardaespaldas. Con sus guardaespaldas fuera de la puerta, ¿cómo podía irrumpir así un simple guardia de seguridad?
—Han ido al baño —explicó la secretaria.
Frunciendo más el ceño, Rafael vio a Alex.
—Está bien si quieres despedirme sin ninguna razón en particular, pero ¿por qué no me das mi sueldo? Y además se niega a devolverme la fianza. Presidente Cordero, tiene que darme una explicación por esto. —Acercándose a Rafael, Alex sacó una silla y se sentó frente a él.
—¿Cuál es la situación? —miró Rafael a la secretaria.
¿Un guardia de seguridad armando un escándalo en mi oficina? ¿Cómo se atreve?
Era obvio que estaba furioso por eso.
—Presidente Cordero, la esposa de Alex lo engañó y el rumor se corrió por toda la ciudad. Todo el mundo lo ridiculiza, incluidos los empleados de nuestra empresa. Así que, el director del departamento de seguridad, Gerardo Rangel, consideró que este asunto ha afectado mucho a la reputación de nuestra empresa. Sugirió que despidiéramos a Alex para evitar que arrastrara la imagen de nuestra empresa por el barro. Usted no había llegado aún, así que acepté en su nombre —explicó la secretaria.
Rafael dirigió a Alex una mirada de absoluto desprecio. Sintió lástima por él, por estar sufriendo semejante humillación.
—Alejandro Gutiérrez, ¿verdad? Dado que tus asuntos privados han afectado mucho a la reputación de nuestra empresa, es natural que queramos despedirte —espetó.
—No tengo ninguna opinión al respecto. No obstante, tienen que darme mi sueldo —respondió con indiferencia.
—Las normas de la empresa establecen que quienes son despedidos por la empresa no recuperan su fianza y mucho menos, su salario —frunció las cejas mientras el disgusto se extendía por su rostro.
—Presidente Cordero, ¿también cree que soy un simple guardia de seguridad al que se puede intimidar con facilidad? —Se rio en voz alta.
Frunciendo el ceño, Rafael se sintió cada vez más molesto por su actitud.
—Ya lo he dicho. Esta es la decisión de la empresa. Si no te vas ahora, ¡no me culpes de lo que pase después!
—Genial, primero te quedas mi sueldo y mi depósito y ahora quieres darme una paliza —sonrió a Rafael y luego continuó:
—El Presidente Cordero es en verdad sorprendente, es el hombre más rico de Ciudad Nébula. Por desgracia, tengo mis propios principios. Ni siquiera Dios puede quitarme lo que me pertenece por derecho. Hoy, estoy aquí para ver cómo me va a golpear, Presidente Cordero.
—¡Insolencia! —bramó con rabia. Estaba cuestionando su poder.
Justo en ese momento, la puerta de la oficina se abrió de golpe y dos jóvenes robustos entraron corriendo. Eran los dos guardaespaldas de Rafael.
—Alex, no eres más que una basura a la que incluso tu mujer mira con desprecio. Eres un idiota que ni siquiera se atreve a decir nada después de haber sido engañado. ¿Cómo puedes enfrentarte a mí? Échenlo de aquí.
Un inútil que ni siquiera puede mantener la lealtad de su esposa se ha atrevido a irrumpir en mi oficina. Si se corre la voz de esto, ¿cómo me humillaría? Este tipo de tonto no llegará a nada en la vida.
Mientras Rafael hablaba, los dos enormes guardaespaldas se aferraban a cada lado de los hombros de Alex, intentando echarlo. Un destello cruel apareció en sus ojos. Se inclinó hacia atrás, levantó los brazos y agarró las muñecas de los guardaespaldas. Luego sonaron un par de chasquidos. Los dos chasquidos de los huesos al romperse resonaron en el aire y lo que siguió fueron los gritos ahogados de los guardaespaldas. Alex les había roto sus muñecas. Se sujetaron las muñecas con un dolor terrible y cuando lo vieron, tenían miradas de miedo.
Los dos guardaespaldas eran mercenarios que habían sobrevivido a la Guerra de Brecknock. Ni siquiera diez hombres normales que se acercaran a ellos podrían hacerles eso. Pero en ese momento, sus muñecas habían sido rotas por un joven de aspecto larguirucho.
¿Qué tan fuerte es este mocoso?, pensó un guardaespaldas.
Rafael y su secretaria también estaban sorprendidos. No dejaban de ver a Alex con cara de terror.
Los dos guardaespaldas, en los que se había gastado un montón de dinero contratando, habían sido derribados por un simple guardia de seguridad como si nada.
Maldita sea. ¡Esto es una gran desgracia!, pensó Rafael.
—¿Hay más de ellos? Libéralos a todos de una vez —Alex dio una palmada mientras miraba con burla a Rafael.
El presidente estaba tan furioso que no pudo hablar durante un buen rato. ¡Él lo estaba insultando!
—Mocoso. ¿De verdad estás intentando enfurecerme? —Lo vio con rabia y lo amenazó—. Piénsalo bien, con ese tonto cerebro que tienes. Yo, Rafael Cordero, soy el hombre más rico de Ciudad Nébula. Con mi poder e influencia, podría destruirte con solo una llamada telefónica.
—¿Es así? —resopló y luego añadió—. Lo creas o no yo también puedo destruirte ahora mismo con una simple llamada telefónica.
Presidente Cordero, ¿De verdad quiere jugar a este juego conmigo?, pensó.
—¡Te lo estás buscando! —Enfurecido, sintió que su autoridad estaba siendo provocada sin cesar por ese hombre ante él.
—¿No me crees? —sonrió Alex mientras buscaba a toda velocidad un número al que no había llamado en ocho años. Pronto lo marcó.
—Carlos, soy yo.
—Señor Gutiérrez, han pasado ocho años. Por fin me ha llamado. —La voz emocionada de un anciano llegó desde el otro extremo de la línea.
—Compruebe los antecedentes de Rafael Cordero, el hombre más rico de Ciudad Nébula por mí. Comprueba también su empresa Corporación Cuatro Mares. Le doy cinco minutos —respondió Alex.
—Señor Gutiérrez, ¿lo va acabar? ¿Necesita mi ayuda? —preguntó el anciano.
—No es necesario. Solo deme alguna prueba que lo inutilice en cinco minutos.
—De acuerdo, solo necesito tres minutos.
Rafael se rio. No se tomó para nada a pecho sus amenazas infantiles. Si Alex tenía la capacidad de destruirlo, ¿por qué se convertiría en un guardia de seguridad en su lugar? Sin embargo, si conociera su verdadera identidad, se le borraría esa sonrisa de su rostro de inmediato. Tenía sus razones para convertirse en guardia de seguridad y no revelar su identidad. Al fin y al cabo, era hijo y legítimo heredero de la poderosa Familia Gutiérrez del Territorio del Norte. Había ejercido un inmenso poder e influencia. ¿Cómo podía compararse con él Rafael Cordero, el hombre más rico de un pequeño lugar como Ciudad Nébula?
—Bien, te seguiré el juego durante unos minutos —se burló Rafael.
Alex dijo que obtendría pruebas sobre mí en tres minutos, ¿verdad? Entonces veré lo que puede hacer en tres minutos, pensó el presidente.
La secretaria que estaba a su lado también se burló. Pensó que se había vuelto loco. Al cabo de dos minutos, el teléfono de Alex se iluminó con un nuevo mensaje. Alex vio su teléfono y dejó escapar una sonrisa de satisfacción.
—Presidente Cordero, puede decidir si quiere luchar contra mí después de echar un vistazo a este mensaje. —Le pasó su teléfono sonriendo.
Rafael resopló y lo tomó.
Voy a ver qué trucos se saca de la manga. Sin embargo, no importa qué trucos utilice, no voy a caer en ellos.
Cuando leyó el contenido del mensaje, la sonrisa de su cara se congeló. Al instante, el miedo apareció en sus ojos. Incluso sus manos que sostenían el teléfono comenzaron a temblar.
—Presidente Cordero, ¿no me diga que le está mostrando algo de porno? —La secretaria no se dio cuenta de la expresión de Rafael y se burló de Alex.
Entonces, Rafael apagó el teléfono con las manos temblorosas, sin dejar de ver a Alex. Con voz temblorosa, preguntó:
—Q... Q... ¿Quién demonios eres tú?
Al oír el extraño tono de Rafael, la secretaria se dio la vuelta mientras el corazón le saltaba a la garganta. ¡Había miedo y consternación en los ojos de su presidente!
¿El Presidente Cordero tiene miedo de este guardia de seguridad?
La secretaria no podía creer lo que veían sus ojos.