Capítulo 6 Lamento tener el apellido González
—Señor, Alex no ha regresado aún. Podría ser...
Gerardo y Eduardo llevaban ya un buen rato esperando en la recepción, pero no había ni rastro de Alex saliendo del despacho de Rafael. Eduardo se sentía un poco preocupado por eso.
—¿Por qué estás tan asustado? Ese mocoso debe estar esperando fuera del despacho a que salga el Presidente Cordero. Solo hay que esperar. Estoy dispuesto a apostar que, si se atreve a discutir con él sobre este asunto, los guardaespaldas lo echarán sin pensarlo dos veces.
Gerardo parecía muy seguro de su teoría. Después de todo, él sabía cómo era el temperamento del presidente y Alex no era más que un humilde guardia de seguridad. Incluso si un jefe de departamento discutiera con él, solo estaría buscando problemas.
—Ese perdedor está ahí.
Eduardo dijo de repente mientras miraba hacia la dirección de las escaleras.
Al girar la cabeza, Gerardo vio a Alex bajando de las escaleras.
—Hola, ¿cómo se sintió quedarte esperando afuera durante medio? Seguro que el Presidente Cordero se compadeció de ti y accedió a tus peticiones, ¿no? —comenzó Gerardo a burlarse de inmediato.
Eduardo también tenía una mirada de desprecio en su rostro. No creía ni por un momento que al Presidente Cordero le importara un comino ese perdedor. Alex vio a los dos con calma. Luego, sacó un cigarrillo y lo encendió. Fumando un poco, sopló el humo por toda la cara de Gerardo.
—Baja y lame mis botas.
La rabia se apoderó del corazón de Gerardo. Alex lo estaba provocando a propósito. Sin embargo, no perdió los nervios y se limitó a burlarse:
—Alex, no eres más que un yerno de la Familia González. Eres un perdedor, cuya esposa ni siquiera es fiel. ¿Por qué estás actuando así ante mí?
—¿Estoy actuando? —se rio—. Gerardo, ¿necesitas que haga venir al Presidente Cordero para que te diga que no se atreve a quitarme el sueldo?
Todavía recordaba cómo Gerardo había dicho que se bajaría a lamerle las botas.
—¿Traer al Presidente Cordero aquí?
Gerardo estalló en carcajadas, las lágrimas corrían por sus mejillas.
—Alex idiota, ¿crees que todos somos tan estúpidos como tú? ¿Quién te crees que eres? Si eres capaz de traer al Presidente Cordero aquí, ¡me pondré de rodillas y te lameré las botas! —Se rio a carcajadas.
—Señor, creo que este pedazo de basura se ha vuelto loco desde el incidente de su esposa. Está perdido —aprovechó Eduardo la oportunidad para ridiculizarlo también.
Alex sonrió con frialdad antes de sacar su teléfono y llamar a Rafael.
—Baja al vestíbulo ahora mismo. —Con una simple frase, colgó.
—Maldito, ¿quién no sabe cómo actuar?
Eduardo resopló mientras sacaba su teléfono y fingía que también llamaba a alguien.
—¿Hola, jefe? Baja al vestíbulo ahora mismo. —Luego lo miró, riéndose con desprecio—. ¿Cómo estuvo? Mi actuación fue mejor que la tuya, ¿verdad? —La risa de Eduardo aumentó.
Para ellos, la llamada no era más que una actuación.
¿Hacer venir al presidente Cordero? ¿Quién se cree que es?
Alex mantuvo la compostura mientras daba fumaba su cigarrillo sin decir nada. En cuanto Gerardo se disponía a burlarse más de él, todos vieron a Rafael bajar las escaleras a toda prisa, sin molestarse siquiera en utilizar el ascensor. Al ver eso, Gerardo y Eduardo se quedaron boquiabiertos.
¿De verdad este perdedor llamó al Presidente Cordero? ¡Imposible! ¡Totalmente imposible!
Los dos negaron con la cabeza, no queriendo creer en esa posibilidad. Gerardo se acercó a Rafael.
—Presidente Cordero.
Sonrió a modo de saludo, pero Rafael ni siquiera se molestó en mirarlo. Es más, parecía estar molesto con él ya que le impedía el paso. El presidente lo apartó entonces, acercándose a Alex a grandes zancadas.
—¡Señor Gutiérrez! —inclinó la cabeza con respeto.
¿Eh? ¿Qué demonios está pasando? ¿Cómo lo saludó el Presidente Cordero? ¿Señor Gutiérrez? ¿Y hasta se inclina ante él?
Al instante, Gerardo y Eduardo quedaron boquiabiertos por las acciones de Rafael. Sin embargo, lo que no sabían era que, en el despacho de su presidente, el mensaje que Alex le había mostrado causó un verdadero susto en su jefe. Él no había pensado que Alex, un simple guardia de seguridad, tuviera tanto poder. Con su experiencia, sabía que pocos en todo el Territorio del Norte y mucho menos en Ciudad Nébula, se atreverían a enfrentarlo. Por último, para salvar su propio pellejo, no tuvo más remedio que acceder a la petición de Alex, vendiéndole el cincuenta por ciento de las acciones de su empresa a un bajo precio. Así, sin más, había pasado de ser el gran jefe de la empresa a ser un mero inversor, con el veinte por ciento de las acciones de la compañía. Es más, ¡ese era lo mejor que pudo conseguir después de arrodillarse y rogar por la misericordia de Alex! De lo contrario, no cabía duda de que estuviera acabado.
Mirando a Rafael, Alex se burló:
—Dígale a Gerardo Rangel si se atreve a quitarme el sueldo o no.
—¡Señor Gutiérrez, aunque me lo pida, no me atrevería a quitarme el sueldo! —admitió con voz temblorosa.
Alex vio entonces a Gerardo, su mirada se volvió gélida.
—¿Necesitas que te destroce antes de ponerte de rodillas para lamerme las botas?
A Gerardo le temblaba todo el cuerpo. Sabía lo aterrador que era. Sin embargo, no podía entender lo que acababa de suceder. ¿Cómo podía un perdedor cuya esposa ni siquiera le era fiel conseguir que un pez gordo como el Presidente Cordero se inclinara ante él?
—¡Arrodíllate de una vez! —ordenó Rafael mientras se giraba para verlo.
Gerardo era uno de sus hombres. Al ver que el hombre aún no tenía claras las circunstancias, se sintió bastante angustiado por él. Si ese gran jefe se sentía ofendido, sacrificar a diez mil Gerardo Rangel es sería la menor de sus preocupaciones. Gerardo se puso pálido al oír los gritos de Rafael y se derrumbó. Con un ruido sordo, cayó de inmediato de rodillas frente a Alex y recogió una de las botas con manos temblorosas.
—Yo... lo siento. P... Por favor, ten piedad y p... ¡perdóname por mi insolencia! —bajó la cabeza y habló con voz temblorosa, por miedo.
A Eduardo, que estaba a su lado, le flaquearon las rodillas y se desplomó en el suelo. ¡El terror llenó sus ojos al ver a Alex!
—Deshazte de su puesto de director y conviértelo en un vulgar guardia de seguridad. Si se desempeña bien, puede convertirse en un líder de equipo en el futuro. Que Jonathan Saldaña se convierta en el encargado en su lugar.
Alex lanzó a Gerardo una mirada llena de burla y luego se dio la vuelta para irse.
—¡Por supuesto! —Se apresuró Rafael a asentir y llevó a Alex fuera del vestíbulo de forma reverente.
...
Por la tarde, Alex se preparaba para recoger a su hijo del colegio, cuando uno de los profesores lo llamó.
—¿Es usted el padre de Ricardo González? —La voz de una mujer resonó desde el otro lado de la línea.
—Sí, lo soy Señora Quintana, ¿está Ricardo en problemas? —preguntó con ansiedad.
—Será mejor que venga ahora mismo. Su hijo golpeó a otro alumno hasta hacerle sangrar la boca. Los padres de ese alumno le dijeron a su hijo que le devolviera el golpe. Deberían venir y arreglar esto entre ustedes —colgó entonces la Señora Quintana.
Sorprendido, Alex guardó el teléfono y corrió a la escuela en su motoneta. Al llegar, se encontró con Ricardo, de pie junto a la Señora Quintana, con el enfado reflejado en su rostro. Al otro lado de la maestra había un niño pequeño con la boca sangrando. Lloraba con amargura.
—Ricardo, ¿por qué has pegado a tu compañero? —lo reprendió.
Ricardo señaló al niño que lloraba con indignación y gritó:
—Ha dicho que eres un perdedor y que eres un yerno mantenido. Luego se burló de mí diciendo que soy el hijo del perdedor, ¡También dijo que yo era el bastardo de los González! Papá ya no quiero ser un González. Quiero ser como tú para que me conozcan como Ricardo Gutiérrez.
Mientras Ricardo hablaba, las lágrimas se deslizaban por las comisuras de sus ojos y su voz temblaba de dolor. A Alex se le llenaban sus ojos de lágrimas. Las palabras de su hijo habían tocado un punto sensible en su corazón. Se arrodilló, tomó la mano de su hijo entre las suyas y respiró hondo, antes de decir con determinación:
—Ricardo, cree en mí. No soy un perdedor y te cambiaré el nombre a Ricardo Gutiérrez para que nadie te moleste en el futuro.
Al oír eso, la Señora Quintana ahogó la risa y sus ojos empezaron a llenarse de desprecio. Un yerno que vive en casa de sus suegros tiene que conformarse con que su mujer le engañe con otros hombres. ¿Cómo podría esperar cambiar el apellido de su hijo? Debe estar soñando. Sin embargo, como profesora, no podía burlarse de Alex, aunque en su corazón sintiera un desprecio absoluto hacia él.
—¡Papá yo creo en ti! —asintió con decisión.
Alex acarició la cabeza de su hijo y decidió hablar con Sara sobre ese asunto cuando llegaran a casa.
Cuando nació Ricardo, estaba muy en contra de que el niño llevara el apellido González. Para su desgracia, Carmen insistió. Como no podía arriesgarse a exponer su identidad, no tuvo más remedio que ceder a sus exigencias. Como era de esperar, sabía muy bien que su hijo debería haber adoptado su apellido.
—¿Qué mocoso golpeó a mi hijo? ¡Sal ahora mismo! ¡Te voy a pegar, pequeño demonio!
De repente, el silencio fue roto por la voz audaz y fuerte de una mujer.