Capítulo 2 La decisión tomada por Sara
—Abuela, estoy dispuesta a pedirle prestados treinta millones a Bruno...
Dentro de una suite privada del Hotel Hyatt, Sara observó a los miembros de la Familia González y acabó accediendo a la petición de su abuela. Para convencerla de que acompañara a Bruno Escobedo y obtuviera los treinta millones, Dora prometió dar al hermano menor de Sara, Lucas González, el diez por ciento de las acciones de la empresa, así como a su hijo, Ricardo, el cinco por ciento de las acciones. La tentación de eso, sumando el hecho de no querer ver a su familia en bancarrota, hizo que aceptara.
—¡Bien, eso es excelente!
Antes de que Sara pudiera terminar de hablar, Dora asintió satisfecha.
—Sara, sí que tienes los mejores intereses de la familia en el corazón y estás dispuesta a sacrificarte por el bien mayor. Después de todo, sí eres la mejor nieta.
Los demás presentes también se emocionaron. Sin embargo, el desprecio surgió en lo más profundo de sus corazones. Parece que la mejor belleza de Ciudad Nébula no es tan fiel a su marido después de todo.
—Abuela, aún no he terminado —vio con atención a su abuela y continuó—. Voy acompañar a Bruno durante tres días, pero tengo otra condición. Antes de que me vaya, tendrás que darme un millón por adelantado.
Todos se quedaron atónitos ante su petición. Dora frunció el ceño y preguntó confundida:
—¿Para qué lo quieres?
—Que acompañe a Bruno significa que voy a engañar a Alex. Sin embargo, él no ha hecho nada malo hasta ahora. Si lo fuerzo a divorciarse, necesitaré algo con lo que compensarle, ¿no? —contestó con determinación.
—Sara, estás siendo tonta. ¡Ese pedazo de basura de Alejandro Gutiérrez no se merece nada! De todos modos, lo mejor es que te divorcies.
Las cejas de Dora se fruncieron con fuerza. Ella era capaz de desembolsar un millón, pero se negaba a dárselo a ese inútil.
—Sí, Sara, ¿en qué estás pensando? Si tienes un millón, deberías pagar la deuda de tu hermano, ¡no dárselo a esa basura! —Intervino Carmen, con una mirada de desagrado.
—Sara, ¿estás loca? ¿Por qué quieres darle más dinero a ese idiota? —espetó Lucas, con un tono lleno de desprecio.
Ignorando a Carmen y a Lucas, Sara miró a su abuela con obstinación.
—Abuela, esa es mi última condición. Si no aceptas, puedes conseguir que otra persona acompañe a Bruno. Después de todo, muchas chicas de nuestra familia siguen solteras y disponibles.
Ante esas palabras, sus primas se voltearon de inmediato en su contra con disgusto.
—Abuela, el Señor Escobedo pidió en concreto a Sara. Aunque estuviéramos dispuestas a sacrificarnos por el bien de la familia, ¡no estaría dispuesto a aceptarnos!
—Sí, abuela, ¿por qué no aceptamos la petición de Sara? Considera ese millón como un cheque de despido para ese tonto. Cuando obtengamos esos treinta millones y volvamos a poner en marcha la empresa, ¡podremos recuperarlos cuando queramos!
Las primas de Sara trataron de persuadir a Dora para que aceptara. Si Bruno les pidiera la mano, sin duda aceptarían su petición con alegría. Sin embargo, si solo tuvieran que acompañarlo durante tres días, ¡no lo harían!
Frunciendo el ceño, Dora acabó aceptando.
—Bien. Te daré el dinero hoy mismo. Pero tendrás que acompañar después al Señor Escobedo. No me importa cómo lo hagas, ¡pero tienes que conseguirme esos treinta millones!
Las otras chicas soltaron un suspiro colectivo de alivio. En ese momento, el teléfono de Sara sonó con fuerza. Al sacarlo, vio que era de Alex y contestó después de un momento de vacilación.
—¿Qué pasa?
—¿Dónde estás? —La voz ansiosa de Alex resonó por el teléfono.
—Estoy en el trabajo. ¿Por qué? —mintió.
—¡Estoy en tu despacho de la empresa! —El tono de Alex era bastante frío.
Nerviosa, se quedó sin palabras.
—¡Dile que estamos en la suite privada trescientos cincuenta y cuatro del Hotel Hyatt! —Al oír que era Alex quien llamaba, Carmen gritó desde un lado.
Antes de que Sara pudiera pronunciar otra palabra, la línea se cortó.
—Mamá, ¿por qué lo dejas venir? —frunció el ceño mirándola. Se sentía algo inquieta. Después de todo, aunque se había vuelto cada vez más resentida con él, seguía siendo alguien a quien solía amar mucho. Si no, ¿por qué se habría casado con él en primer lugar? Solo que Alex se había vuelto menos motivado y ambicioso, lo que lo hacía parecer poco fiable a sus ojos. Por lo tanto, había decidido terminar con él de una vez por todas. Sin embargo, quería prepararse bien antes de discutir el divorcio con él esa noche.
—¿Por qué no? Puedes terminar con él delante de todo el mundo —contestó Carmen con desprecio.
Sara no dijo nada, pero seguía sintiéndose nerviosa.
El Hotel Hyatt estaba bastante cerca de la empresa de los González, así que Alex llegó en menos de diez minutos. Empujando la puerta, sus ojos inyectados de sangre vieron de frente a Sara. Esta esquivó su mirada por la culpa, mientras todos los demás ponían cara de regodeo, alegrándose de su desgracia.
¡Qué vergüenza, presenciar a su propia esposa engañándolo en público!
—Es bueno que estés aquí. Deberían ir a divorciarse de inmediato —anunció Carmen sin rodeos.
Alex se limitó a ver a su mujer, ignorando a su suegra. Respirando profundo varias veces para reprimir su ira, le murmuró:
—Sara, ¿De verdad necesitas humillarte por treinta millones?
—Pedazo de basura, mi hermana está tomando una sabia decisión. Estar contigo es la verdadera humillación aquí —dijo Lucas con desdén.
—¡Sí, si mi hija se queda en este matrimonio contigo, se estaría humillando! —Los ojos de la abuela estaban llenos de desprecio.
—Alex, ¿te sientes sin valor en este momento? ¡Pues no puedes hacer nada porque eres un inútil! ¡Jaja!
—Tu mujer ni siquiera te es fiel. ¿De dónde has sacado la audacia de venir a montar una escena aquí? Si yo fuera tú, me habría limitado a pegarme un tiro en la cabeza, ¡acabando con mi vida desde hace mucho!
El primo de Sara, Jacobo González, empezó a lanzar insultos a Alex junto con todos los demás.
Apretando los dientes, ella por fin levantó la cabeza para ver a Alex.
—Alex, no es que quiera humillarme. Pero estos treinta millones son un asunto de vida o muerte para mi familia. Si tuvieras la más mínima ambición o capacidad, ¿se atreverían otros hombres a mostrar interés por tu mujer? ¿Te das cuenta de por qué tengo que hacer esto? ¡Es todo por tu hundimiento a un estado tan desesperado a lo largo de los años lo que me ha obligado a tomar esta decisión! Así que, por favor, no me culpes por esto. La culpa es tuya.
El cuerpo de Alex se puso rígido mientras el dolor se extendía por su rostro. Ella tenía razón. A lo largo de los años, no había hecho gran cosa para contribuir a la familia. Pero tenía sus razones.
—Alex, llamaré a un abogado para que redacté el contrato de divorcio para hoy. No te preocupes, como soy yo quien pide el divorcio, te daré un millón como compensación. Deberías irte —respiró hondo Sara mientras su mirada se volvía decidida.
—Sara, quieres treinta millones, ¿verdad? Te los daré. —También respiró con fuerza y habló con determinación.
La multitud estalló a carcajadas ante sus palabras, como si acabara de contarles el chiste más divertido del mundo.
—¡Jaja! ¿intentas matarme de la risa?
—¡Treinta millones! ¿Tienes alguna idea de cuánto es eso?
—¡No solo eres un inútil, sino que también eres un tonto de remate!
—¿Te has vuelto loco después de haber sido engañado por tu mujer?
Todos empezaron a burlarse de Alex, sus palabras se volvían más insultantes. Carmen le gritó que se fuera y no se humillara más.
—¡De verdad puedo darte treinta millones! —miró a los ojos de Sara, ignorando las risas burlonas de los demás a su alrededor.
—¡Basta!
Sara gritó con furia, con la mirada llena de asco.
—¡Alex, me decepcionaste de verdad! Aunque has sido una basura inútil y perezosa a lo largo de los años, nunca habías sido tan fanfarrón. Pero hoy, ¡me disgustaste de verdad! No te preocupes. Antes de firmar el contrato de divorcio, no acompañaré a Bruno, para no engañarte. Además, te daré el millón justo después de que firmemos en la línea de puntos. Después de recibir el dinero, deberías ir a casarte con la hija de algún granjero y llevar una vida tranquila.
El desprecio pasó por los ojos de Sara mientras hablaba. Empujando a su lado, abrió la puerta de un tirón y se marchó, dando un portazo tras ella, furiosa.