Capítulo 7 Arpía
—¡Mamá, Ricardo me pegó! Me sangran los labios, ¡ayuda! —corrió el niño hacia la joven y se lamentó angustiado mientras señalaba a Ricardo.
—Querido, no pasa nada. Yo me vengaré por ti —consoló la joven a su hijo, mirando con rabia a Ricardo.
—¿Te atreves a pegarle a mi hijo? ¿Quieres una paliza? —declaró.
Ricardo se encogió de miedo al ver la mirada de la joven. Poniéndose en pie, Alex frunció el ceño y la miró con dureza.
—Eres un adulto. ¿Por qué reprendes a un niño? Además, no le has preguntado por qué mi hijo le pegó, ¿verdad?
—¿Oh? Te conozco. Eres el perdedor que ni siquiera pudo cuidar a su propia esposa. ¿Quién eres tú para hacerme entrar en razón? —reconoció la joven de inmediato a Alex ya que era un guardaespaldas que había trabajado a las órdenes de su marido. Su desprecio por él era evidente.
Un destello de ira recorrió los ojos de Alex. Le habría dado una bofetada si no estuvieran los niños.
¡Idiota, te mereces una cachetada!
—¡Deja de verme así! Ambos tienen que arrodillarse y disculparse con mi hijo en este instante. Si no lo hacen, ¡no los dejaré escapar tan a la ligera, fracasados! —exigió la joven.
La mirada de Alex se ensombreció de inmediato. La joven se puso rígida antes de darle una cachetada.
—¿No lo entiendes? He dicho que te arrodilles y te disculpes con mi hijo ahora mismo.
Alex giró, evitando el golpe.
—¡Oye! ¿Cómo te atreves a evitarlo? —gritó furiosa.
—¿Quiere decir que tengo que permitir sin más que me golpees? —La voz de Alex se volvió gélida.
—Sí, así es. Además de cachetearte, ¡los dos tienen que arrodillarse y pedir disculpas a mi hijo! Si no lo hacen con sinceridad, ¡no se molesten en levantarse! —anunció la joven con arrogancia.
—¿Y si me niego a hacerlo? —se burló Alex, furioso.
—¡¿Negarte?! —rugió la joven de rabia y alargó la mano para darle una cachetada una vez más.
Idiota, ¿cómo te atreves a contestarme? Tú te lo has buscado, pensó furiosa.
Esta vez, Alex ya no la evitó. Estiró la mano y agarró su mano, retorciéndosela un poco, la mujer soltó enseguida un grito insoportable.
—¡Suéltame! ¡Perdedor, suéltame! ¡El perdedor me está pegando! ¡Va a matarme!
—¡Tipo malo! Deja ir a mi mamá. Tipo malo, ¡deja que te pegue! —vio el pequeño lo que estaba pasando y corrió hacia Alex, dándole golpes en su muslo.
Resoplando, Alex soltó su agarre de la muñeca de la joven. Ella se frotó enseguida adolorida mientras lanzaba una mirada despiadada a Alex.
—¡Benny! Vete. Si vuelves a golpear a mi padre, te mataré—. Como el pequeño Benny seguía golpeando el muslo de Alex, Ricardo se precipitó hacia delante, intentando golpearlo.
—¡Mamá, quiere pegarme! —se apresuró Benny a volver junto a la mujer y se lamentó.
La mujer estaba tan enfurecida que saltó hacia Alex con brusquedad.
—¡Púdranse los dos!
Sin embargo, antes de que sus manos pudieran llegar a la cara de Alex, este ya le había plantado una cachetada.
¡Paf!
La joven quedó aturdida por él golpe que le propinó.
—¿Cómo te atreves a pegarme?
Alex resopló y respondió:
—Esta cachetada es para darte una lección. No seas grosera con todos los que conozcas.
Antes de que la joven se diera cuenta de lo que estaba pasando, le llegó otra cachetada.
—Esta cachetada es para enseñarte a comportarte —anunció Alex.
—Tú... Tú.
La joven estaba enfurecida después de recibir dos golpes.
—Quédate aquí. No te vayas —agarró su teléfono e hizo una llamada—. ¡Tu mujer y tu hijo van a recibir una paliza! ¿Dónde estás? ¡Ven a la escuela ahora mismo!
—Maldición, ¿esa persona tiene ganas de morir? Estaré allí en unos minutos. ¡Espérame! —La voz furiosa de un hombre sonó desde el otro lado antes de colgar de manera abrupta.
La joven se guardó el teléfono en el bolsillo y amenazó a Alex con arrogancia:
—Mi marido vendrá pronto. ¡Me aseguraré de que ambos acaben arrastrándose a mis pies! Recuerda mis palabras. —Hizo una pausa antes de añadir—. Por cierto, como acabas de darme dos cachetadas, recibirás diez a cambio. También pediré a mi marido que te despida, perdedor.
La Señora Quintana, que había presenciado toda la escena, suspiró y vio a Alex.
—Alex, su marido es un gerente en la Corporación Cuatro Mares. No deberías ofenderla. Creo que tú y Ricardo deberían pedirle disculpas para que no los pongan en un aprieto.
—Está bien. A ver si su marido me pide disculpas —respondió Alex con frialdad.
Había conseguido adivinar la identidad del marido de la joven basándose en sus palabras. La Señora Quintana negó con la cabeza y guardó silencio.
He hecho lo que he podido, así que, si luego los insultan, se lo merecen, pensó.
La joven tenía porte de presumida y continuó con desdén:
—Espero que sigan así de tranquilos después.
Alex procedió a ignorarla y acarició la cabeza de Ricardo. En voz baja, dijo:
—Vamos a esperar un poco más. Papá te llevará a casa después de esto.
—Papá, ¿nos van a pegar? —preguntó Ricardo nervioso.
Alex le lanzó una sonrisa tranquilizadora.
—Papá está aquí. Nadie se atreverá a intimidarnos.
—Confío en ti, papá —asintió, mientras el miedo en sus ojos se desvanecía.
Cinco minutos después, un auto llegó a la entrada de la escuela. Gerardo Rangel se bajó del auto y entró corriendo de inmediato. La seguridad no logró detenerlo.
—¡Eh! ¿Quién ha golpeado a mi mujer y a mi hijo? ¡Salgan! —gritó en voz alta, atrayendo la atención de todos los presentes.
—¡Gerardo, por fin estás aquí! ¡Casi me matan a golpes! —señaló a Alex y pronunció con altanería—. Es este subordinado perdedor tuyo. Dile que se ponga de rodillas. Le daré una lección.
—Tú...
Gerardo se giró en dirección a Alex y estaba a punto de maldecir cuando de repente lo vio. Su voz se detuvo de golpe.
—Tu mujer quiere que me ponga de rodillas. ¿Qué te parece? —Se burló, con la mirada fija en Gerardo.
Sorprendido, Gerardo cayó enseguida de rodillas ante Alex.
—S... Señor Gutiérrez, ¡lo siento! No sabía que era usted —bajó la cabeza mientras su cuerpo temblaba de miedo.