Capítulo 11 No tengo que darte explicaciones
El hombre que estaba sentado delante de ella era educado y no se parecía en nada al que la había intentado estrangular hacía un momento.
Cuanto más pensaba en ello, más le parecía que ese hombre era peligroso, y lo etiquetó en su mente, como alguien a quien tenía que evitar, a toda costa.
Situ Han se mostró bastante cooperativo y respondió a todas las preguntas de Chu Meng. Cuando se le acabaron las preguntas, le dijo:
—¿Estás libre mañana? Tenemos que hacerte unas fotos.
Situ Han se negó de inmediato, diciéndole:
—Solo he aceptado una entrevista, no una sesión de fotos.
Chu Meng respondió con paciencia:
—Hacerte una foto es parte de la entrevista. Como ya has accedido a la entrevista, no tiene sentido que no te hagan la foto.
—Este es mi límite.
Situ Han no se inmutó mientras agachaba la cabeza y empezaba a revisar sus documentos. Su voz era despectiva al decirle:
—Si no hay nada más, puedes ir a casa y hacer tu equipaje. Enviaré a alguien a recogerte más tarde.
—Bien, lo entiendo.
Chu Meng fingía estar ocupada recogiendo sus cosas mientras encendía disimuladamente la cámara de su teléfono. Mientras salía de la oficina, rápidamente le sacó una foto trabajando, antes de que él pudiera darse cuenta.
Cuando Chu Meng salió del edificio del Grupo Cheng Hao, dos guardaespaldas la siguieron. Era la forma que tenía Situ Han de evitar que huyera. Preocupada de que le causaran problemas innecesarios si volvía a su oficina con ellos a cuesta, pidió que se fueran y volvió a su casa para hacer el equipaje.
A las ocho de la noche, Chu Meng recibió una llamada de un número desconocido. Al contestar, oyó la voz familiar de Situ Han:
—Baja, tienes cinco minutos. Chu Meng se quedó sin palabras. Ese hombre se creía un rey: si daba una orden, esperaba que los demás la cumplieran de inmediato y sin hacer preguntas. ¡Qué hombre tan horrible y odioso!
Al entrar en el coche, vio que Situ Han también estaba dentro. Estaba muy ocupado hojeando unos documentos. Desde que ella entró en el coche hasta que este arrancó y se fue, él ni siquiera levantó la cabeza. Decidió ignorarle y se apretó contra el otro lado del coche, tratando de poner la mayor distancia posible entre ellos.
Cuando Situ Han terminó con sus documentos, se dio cuenta de que Chu Meng se había acurrucado en un rincón, profundamente dormida. No parecía estar muy relajada, porque tenía las cejas fruncidas. Su cuerpo se fue inclinando lentamente hacia él. Pero, justo antes de rozarle, se enderezó. Situ Han pensó que se había despertado pero la miró bien y vio que sus ojos seguían bien cerrados. Parecía tener frío, ya que se rodeaba a sí misma con los brazos y tenía los hombros encorvados.
Los ojos de Situ Han brillaron. Al final, subió la temperatura del aire acondicionado y bajó las luces del coche. Decidió tomarse un descanso y se recostó en el asiento. Pasó un tiempo hasta que, de repente, sintió que un gran peso le presionaba el hombro. Una bocanada de aire caliente le estaba acariciando la oreja.
Situ Han abrió de golpe los ojos y su fría mirada se posó en la culpable. Mientras dormía, Chu Meng se había apoyado, sin darse cuenta, en su hombro. Esta distancia tan corta le permitió a Situ Han ver con claridad sus largas pestañas. Sin pensarlo, los recuerdos de aquella noche acudieron a su memoria. El asco se apoderó de él y la apartó con brusquedad, sin importarle si le había hecho daño o no.
La cabeza de Chu Meng dio fuerte contra los asientos. A pesar de que eran suaves, le dolió y el dolor la despertó. Al frotarse la cabeza mientras miraba a su alrededor sin comprender, se dio cuenta de que Situ Han la miraba con una expresión de tensión en el rostro. El desprecio ardía en su mirada mientras le decía:
—¡Ni se te ocurra apoyarte en mí otra vez!
Chu Meng comprendió inmediatamente. Ella no se había golpeado de forma accidental contra los asientos: él la había empujado. ¡Qué hombre más malo! Puso los ojos en blanco y le dijo:
—¿De verdad crees que quiero apoyarme en ti? Estaba durmiendo y no pude controlarlo, ¿de acuerdo?
Situ Han le lanzó una mirada sombría y le dijo:
—¿Igual que no pudiste controlarte esa noche? Estoy empezando a cuestionar tu carácter.
—¡Tú, canalla! —le dijo Chu Meng y giró la cabeza con rabia y continuó—. ¡Una mujer de verdad no discute con hombres! No tengo que darte explicaciones.
—¡Explicar para encubrir tu culpa!
«¡Aguanta, aguanta!». El coche serpenteó a través de unos barrios a las afueras de la ciudad y se detuvo finalmente frente a una lujosa villa junto al lago. En el momento en que entró, Chu Meng se quedó impresionada. El salón y el segundo piso tenían decoraciones modernistas realizadas en vidrio templado negro. Los suelos y las escaleras eran de mármol negro con hermosas ondas que los atravesaban. El sofá de cuero negro, la mesa de café de mármol negro; todo el ambiente desprendía un lujo discreto y sofisticado. Encajaba con la fría personalidad del hombre.
Llamando a una criada, le dijo:
—Esta es la señora Wu, habla con ella si necesita algo.
La señora Wu parecía tener unos cincuenta años. Su cara tenía una sonrisa amable mientras le decía:
—Srta. Chu, su habitación está en el segundo piso. Por favor, sígame.
Los guardaespaldas habían llevado su equipaje a la habitación más oriental del segundo piso. La habitación era espaciosa, con grandes ventanas francesas. La habitación tenía todas las comodidades necesarias, con baño. Las paredes eran de color crema claro y los muebles, claramente caros, eran de un tipo de madera oscura. El pequeño sofá y el enorme armario blanco, de tela rosa, encajaban con los tonos pálidos de la habitación. Incluso la ropa de la cama era de color claro. ¿Quién iba a decir que Situ Han tendría una habitación tan femenina en su casa?