Capítulo 12 La otra mujer llamada Carbajal
Tras salir de la oficina del Grupo Betancurt, Micaela se giró para mirar el alto edificio en el cielo. Era innegable que se sentía un poco decepcionada con el resultado de la entrevista.
Al principio, pensó que se desarrollaría sin problemas y que pronto empezaría a trabajar allí. Pero quién iba a decir que un giro de los acontecimientos cambiaría esa trayectoria.
Como el destino tenía otros planes, sólo podía buscar otras oportunidades.
«De todos modos, hay muchas otras empresas además del Grupo Betancurt».
Micaela pidió un taxi para volver a casa. En el camino de vuelta, recibió de repente una llamada telefónica. Al ver que se trataba de Enzo, le pareció extraño que aún quisiera hablar con ella después de su encuentro.
La joven frunció el ceño. No obstante, respondió a la llamada con un tono cortés.
—¡Hola, señor Gorostiaga!
—¡Hola, señora Jáuregui! —respondió Enzo, tratando de tantear el terreno en secreto—. Señora Jáuregui, ¿hay algo con lo que no esté satisfecha del Grupo Betancurt? Si la preocupación está relacionada con su remuneración, sepa que estamos abiertos a discutirlo. Nuestro director general, el señor Betancurt, en verdad valora su talento. Esperamos que considere trabajar con nosotros.
Micaela se quedó atónita ante las palabras de Enzo. «Qué pretende ahora el señor Gorostiaga?»
Trató de dar sentido a la situación antes de concluir que Enzo y el resto quizás no sabían que había sido perseguida por Elisabet.
Asique respondió:
—No hay nada que no me satisfaga del Grupo Betancurt. Yo también he venido a la entrevista de hoy con sinceridad para entrar en la empresa. Sin embargo, como no le he gustado a la prometida del señor Betancurt y ha optado por espantarme con una boca llena de palabras desagradables y descorteses, he pensado que ya no hay razón para que me una a su empresa. En su lugar, voy a buscar trabajo en otras.
Al escuchar esto, Enzo se sorprendió.
—¿Te refieres a la señorita Carbajal?
«¡Señorita Carbajal!»
El corazón de Micaela dio un vuelco al oír ese nombre. Hizo aflorar al instante un odio muy arraigado que había enterrado en lo más profundo de su corazón durante muchos años.
Cinco años atrás, una mujer, que también se llamaba señorita Carbajal, le arrebató por la fuerza a sus hijos. Además, instruyó tratos crueles a ella y a sus otros hijos. Fue una gran suerte que alguien los encontrara. De lo contrario, ella y los pequeños habrían tenido una muerte dolorosa.
«¿Es esta señorita Carbajal la misma persona que la de mi pasado? ¿O es sólo una coincidencia que tengan el mismo apellido?»
A día de hoy, Micaela seguía sin entender por qué aquella mujer quería arrebatarle sus bebés. No tenían rencores pasados y ni siquiera se conocían. Sin embargo, esa mujer le tendió una trampa y la encerró en un edificio abandonado hasta que dio a luz a sus hijos.
Al principio, Micaela pensaba que todo eso era obra de su padre. Sin embargo, con el paso del tiempo, se dio cuenta de que las cosas no tenían sentido.
Nunca olvidaría esos días oscuros y había jurado encontrar a esa mujer para vengarse. Pero, sobre todo, necesitaba recuperar a sus hijos perdidos.
—¿Señorita Jáuregui? —Al darse cuenta de que Micaela había dejado de responder durante un rato, Enzo habló para llamar su atención.
Micaela al fin recuperó la cordura y respondió:
—¡Estoy aquí!
—Señorita Jáuregui, ¿está diciendo que la señorita Carbajal la echó y que usted no abandonó la entrevista porque su negociación con el señor Betancurt fracasó? —Enzo seguía en estado de shock. Necesitaba que Micaela se lo confirmara explícitamente, ya que aún le preocupaba que la entrevista hubiera fracasado por la negociación entre ella y su jefe.
«¿Quién iba a saber que la señorita Carbajal interferiría en la entrevista de contratación de la empresa?»
—Ni siquiera he tenido la oportunidad de ver al señor Betancurt antes de ser atormentada por esa mujer. Dijo que si ella no podía ver mi potencial, el señor Betancurt tampoco lo vería. —El estado de ánimo de Micaela se vio afectado por los recuerdos. Como no estaba de buen humor, no se molestó en dar más explicaciones a Enzo.
—De todos modos, su empresa está fuera de mi alcance. Adiós. —comentó Micaela antes de terminar la llamada.
«¿Estoy siendo demasiado sensible en este asunto? La mujer de la oficina de antes sonaba diferente a la de hace cinco años. Esa mujer que se llevó a mis bebés tenía una voz un poco más ronca».
Micaela se esforzó por recordar el encuentro con la señorita Carbajal en la oficina. Recordó lo sorprendida que estaba la mujer cuando la vio.
Al principio, pensó que se sorprendía de encontrar a otra persona en el despacho de su prometido. Pero ahora que lo pensaba, le parecía que a lo mejor la había reconocido.
Por no hablar de la forma arrogante en que la trató y esa inexplicable animosidad que tenía contra ella. Parecía que se apresuraba a echarla del despacho.
Cuanto más pensaba Micaela en ello, más se estremecía.
«¿Podría ser la misma mujer? Si ese es el caso, ¿no estarían mis hijos con ella ahora?»
Micaela sacó en seguida su teléfono para buscar: «Prometida de Bautista Betancurt».
«Si esa mujer es la prometida del señor Betancurt, los medios de comunicación deben haber hablado de ella. ¿Podría ser que el señor Betancurt haya ocultado toda la información personal y privada relacionada con él? Viendo lo exclusiva que es su identidad, quizás sea normal que los medios de comunicación decidan no dar noticias sobre él tampoco. Tal vez podría pedirle a Enzo el nombre de pila de la señora Carbajal. De esa manera, me será más fácil realizar mis investigaciones».
Al pensar en eso, Micaela intentó llamar a Enzo. Sin embargo, él no llevaba el teléfono consigo. Iba de camino al despacho del director general para buscar a Bautista. En la oficina, Enzo estudió cuidadosamente a su jefe durante un rato. Sin embargo, no pudo determinar qué humor tenía.
—Habla si tienes algo que decir. Si no, sal y vuelve al trabajo. —Bautista rugió después de lanzar a Enzo una mirada aguda.
—Señor Betancurt, acabo de hablar con la señora Jáuregui... —A pesar de la mirada de Bautista, Enzo se armó de valor para terminar la frase—. ¡Dijo que fue su prometida quien la ahuyentó antes!
Se hizo un silencio absoluto en el aire. En consecuencia, Enzo cerró los ojos para no tener que mirar a Bautista.
—¿Mi prometida? —Bautista resopló con escepticismo. Bautista nunca había dudado de Elisabet. Al contrario, creía que no se podía confiar en Micaela.
«¿Qué le pasa a Enzo? ¿Le ha lavado el cerebro esa candidata? ¿Por qué habla en su nombre una y otra vez?»
—Es bastante buena para inventar excusas, ¿no? ¿Y qué si la echaron? ¿De qué sirve una candidata como ella si ni siquiera pensó chequear contigo las cosas? —Con voz severa, Bautista continuó—: Deja de perder más tiempo con ella y busca a otra persona. No es que el Grupo Betancurt se vaya a desmoronar sin ella. Ahora vete.
Bautista estaba de muy mal humor. Tras ser reprendido, Enzo se frotó la nariz y salió del despacho.
«Oh... La señora Jáuregui es realmente un talento que el Grupo Betancurt necesita. ¿No puede el señor Betancurt ser un poco más comprensivo? ¿No se da cuenta de lo difícil que es encontrar otro candidato? Es decir, estamos buscando al mejor ingeniero informático del sector, no a un ingeniero cualquiera».
Mientras tanto, Elisabet llegó a un aparcamiento subterráneo. Con una mirada feroz y despiadada, tomó el teléfono y llamó a alguien.
El destinatario contestó la llamada telefónica mientras temblaba de miedo.
—¡Señorita Carbajal!
—¡Así que te acuerdas de mí! —La voz de Elisabet era viciosa y grosera. Una completa diferencia de cómo se retrataba frente a Bautista.
—Por supuesto, me acuerdo de usted, señorita Carbajal. Si no fuera por usted, no tendría la vida que tengo hoy —respondió la mujer de mediana edad con temor y agradecimiento.
—¿Hay algo en lo que pueda ayudarla? —Elisabet no se había puesto en contacto con ella desde hacía varios años. Por lo tanto, la mujer podía intuir que no era nada bueno. Su corazón palpitaba con inquietud.
Elisabet dejó escapar un bufido antes de interrogar a la mujer:
—¿Por qué no ataste los cabos sueltos de eso que te pedí hace cinco años? Acabo de ver a esa mujer vivita y coleando delante mío, idiota.
—¿Vivita y coleando? ¡Eso es imposible! A todos ellos se los comieron las bestias! —exclamó incrédula la mujer de mediana edad.
«¿Esa mujer está viva? Pero eso es imposible».
—¿Viste cómo se la comían con tus propios ojos? —Elisabet insistió. Tenía que averiguar qué había pasado exactamente.
Si Micaela había muerto, entonces la mujer que Elisabet vio antes en la oficina no podía ser ella. Sin embargo, confiaba más en sus propios ojos. Estaba segura de que no había confundido a Micaela con otra persona.
—Nosotros... En ese momento, vimos cómo una manada de lobos se abalanzaba sobre ellos y los despedazaba. Entonces, nos fuimos. No nos atrevimos a ver el resto —susurró la mujer. «En verdad, nosotros no presenciamos cómo se los comían vivos. Había muchos lobos en esa manada. Nosotros también teníamos miedo de que nos atacaran».
Si los lobos hubieran cargado contra ellos, les habría costado mucho salir del lugar aunque estuvieran dentro del coche, por lo que aceleraron al ver que los lobos se acercaban a la familia desde lejos.