Capítulo 4 El interruptor
—¿Cuánto tiempo lleva Octavio dentro? Martín, ve a ver si tiene diarrea —le indicó Micaela a su hijo mayor. Le preocupaba que sus hijos no pudieran acostumbrarse al clima de su país.
—¡Bueno! —Martín salió a apurar a su hermano.
Micaela miró a su alrededor buscando la mencionada tienda, pero no la encontró.
—Andrea, ¿dónde fue Gaspar a comprar algodón de azúcar?
—¡Mamá, está allí! ¡El que tiene el avión azul! —Andrea señaló hacia una dirección mientras hablaba con un agujero donde debía tener un diente delantero.
Micaela escudriñó los alrededores durante un rato antes de divisar por fin la tienda. Sin embargo, no había rastro de Gaspar, para su consternación.
No podía ver con claridad ya que había una afluencia de gente moviéndose por el aeropuerto. No le quedaba más remedio que esperar el regreso de Octavio para poder empezar a buscar a Gaspar.
Por fin, Martín salió del baño con su hermano. Tras esperar unos instantes, Micaela llevó a sus tres pequeños en busca de Gaspar mientras arrastraba su equipaje.
Sin embargo, cuando llegaron a la tienda de algodón de azúcar, no había ni rastro de su hijo.
Micaela no pudo evitar preocuparse por su seguridad. Al fin y al cabo, sus hijos aún no conocían ese lugar.
—¿Dónde está? —preguntó impaciente.
—¿Podría Gaspar haber salido corriendo a comprar otra cosa? —Martín frunció el ceño.
—¡Esperémosle un poco más! —Micaela tranquilizó a sus hijos mientras trataba de convencerse de que Gaspar volvería pronto.
A medida que pasaba el tiempo, seguía sin aparecer.
«¿Puede ser que haya vuelto al baño a buscarnos?»
Justo cuando Micaela pensaba en volver a buscar a Gaspar, una figura conocida corrió de repente hacia ellos. Respiró aliviada y abrazó al pequeño con fuerza.
Francisco Betancurt se quedó helado tras recibir el abrazo de una mujer cariñosa que era una completa desconocida para él.
—¡Dios mío! ¡Casi matas del susto a tu mami! ¿No te dije que me esperaras? ¿Por qué corres en un lugar como éste? —le recriminó Micaela.
—¡Eso es! ¡Creíamos que habías desaparecido! Si seguías sin volver, ¡mamá iba a utilizar la megafonía del aeropuerto para encontrarte! —dijo Octavio.
«¿Mamá?» Esta palabra provocó una onda en el corazón de Francisco.
Se quedó helado cuando vio la cara de Octavio. Parecían copias el uno del otro.
Además, había otros dos niños a su lado. Ambos tenían el mismo aspecto.
«¿Quiénes son? ¿Y por qué se parecen tanto a mí? ¿Podrían ser...»
Francisco se quedó sin palabras al ver a los tres hermanos. Sin embargo, consiguió mantener una mirada inexpresiva.
Micaela pensó que había asustado a su hijo con sus severas palabras. Asique lo abrazó y le acarició la parte superior de la cabeza con cariño.
—Mamá estaba asustada porque habías desaparecido. ¿Adónde has ido? —preguntó en un tono mucho más suave.
—Yo… yo... —Francisco tartamudeó en respuesta ya que aún no se había recuperado del shock.
—No podía encontrarlo... —Francisco había buscado durante mucho tiempo. Sólo encontró la tienda de algodón de azúcar después de que un transeúnte lo ayudara. No esperaba que una mujer desconocida le abrazara en cuanto se acercara.
Los latidos del corazón de Francisco se aceleraron al darse cuenta de que la mirada cariñosa de Micaela se dirigía a él.
«¿Es mi mamá?»
El pequeño no dejaba de mirar a Micaela y a los tres hermanos, que se parecían a él. Estaba convencido de que su instinto era correcto.
«Aquella mamá no es mi verdadera mamá. Esta señora es la verdadera, estoy seguro de que es ella. Además, parece que también tengo varios hermanos».
Francisco sintió una oleada de sorpresa mezclada con emoción dentro de su corazón.
Micaela no notó la diferencia en el chico mientras estiraba la mano y le frotaba la cabeza de nuevo.
—Bien, todo está bien ahora que has vuelto. Mami comprará algodón de azúcar para todos —dijo con alegría.
Giró sobre sí misma y se dirigió a comprar la golosina para sus hijos. Sin embargo, el observador Martín notó una ligera diferencia en su hermano menor y escudriñó a Francisco de pies a cabeza.
«¿Por qué tengo la sensación de que el chico que tengo delante no se parece mucho a Gaspar?»
Martín se sorprendió cuando se le pasó eso por la cabeza.
—¿Dónde has ido? —susurró en los oídos de Francisco.
La sospecha de Martín aumentó cuando Francisco dijo que no podía encontrar la tienda.
—Yo... ¡Había demasiada gente! —Francisco no se había calmado del susto anterior.
Era más frío y distante que Gaspar, que siempre había sido animado y enérgico. Por ello, Martín no pudo evitar desconfiar del impostor que tenía delante.
El hermano mayor entrecerró los ojos con desconfianza al fijarse en el estampado de su camisa.
—¡No eres Gaspar! —susurró mientras se acercaba a Francisco.
Tanto Octavio como Andrea había ido con Micaela. Estaban tan contentos que no se dieron cuenta de la extraña conversación entre los otros dos hermanos.
A Francisco le dio un vuelco el corazón al creer que Martín se había dado cuenta.
«Deben haberme confundido con otra persona. Esto significa que hay otro chico que se parece a mí, y que ha desaparecido por alguna razón. Esa es la razón por la que piensan que soy él. ¡Somos quintillizos!»
—¡Niños, vengan aquí! Uno para cada uno. —Micaela repartió los algodones de azúcar a los cuatrillizos.
Andrea dio un enorme mordisco y chilló:
—¡Esto está riquísimo! —El pegajoso algodón de azúcar manchó toda la cara de regocijo de la niña.
Octavio no pudo evitar soltar una risita ante la tontería de su hermana.
—¡Andrea, tu cara es un desastre ahora mismo! —se burló.
—Come despacio. —Micaela se rio. Luego limpió la cara de su hija antes de dar a los otros niños sus golosinas.
Cada uno era de un color diferente.
—¡Sujétalo con cuidado! —aconsejó.
—¡Gracias, mamá! —exclamó Francisco mientras elegía el algodón de azúcar de color azul.
—¿Sigues siendo educado conmigo? —preguntó Micaela sorprendida. Le acarició la cabeza y los condujo hacia la salida.
Martín volvió a mirar a Francisco. Sabía que el color favorito de Gaspar era el verde y que no le gustaba el azul.
«¿Por qué me dejó el de color verde?»
Sin embargo, Martín no podía saber si la persona era en verdad un impostor después de ver la cara de satisfacción de Francisco. Su sonrisa era exactamente igual a la de Gaspar.
De todos modos, Martín seguía dudando de la verdadera identidad de su hermano. Tenía el presentimiento de que algo no iba bien, así que se acercó al chico mientras arrastraba el equipaje.
—¿Qué le pasó a tu camisa? —volvió a indagar.
—Me gusta mucho este diseño, ¡así que he intercambiado mi camisa con otra persona! —Francisco sonrió a través de su mentira.
Se dio cuenta de que todos llevaban la misma ropa. La única diferencia era el diseño de los dibujos. Además, él era el único que no llevaba gorro.
—¿Y tu gorro? —Martín continuó con sus preguntas.
—Decidí regalarle a esa persona mi gorra, ¡ya que le gustaba mucho! Si no, no quería intercambiar camisas conmigo —explicó el otro.
Francisco dio otro mordisco al algodón de azúcar mientras sonreía satisfecho, como haría Gaspar.
De repente, un destello de acero brilló en sus ojos.
«Mis guardaespaldas deben haber confundido a Gaspar conmigo y lo han llevado a casa. Debería estar bien allí. Seguiré fingiendo ser Gaspar por el momento».
Francisco quería averiguar si esa mujer era su madre biológica.
«¿Por qué se llevó a mis otros cuatro hermanos y me dejó con papá, si fuera así? ¿Es posible que mi verdadera mamá haya sido reemplazada por esa otra? Hablando de esa otra, la verdad, no me gusta».
—¡Puedes tocarme la cara si no me crees! —añadió.
Para disipar las dudas de Martín, Francisco le puso la cara delante.
Martín le miró atentamente mientras trataba de ordenar sus pensamientos.
«¿Podría estar equivocado con él? No debe haber otros niños que se parezcan tanto a nosotros. Incluso su ropa y sus zapatos son iguales. Esto no puede ser sólo una coincidencia».
Sin embargo, al mirar el rostro familiar de Francisco, las dudas de Martín comenzaron a disiparse. Y pensó que sería inconcebible.