Capítulo 3 Equivocarse al identificar al hijo
—¡Lo siento! No queremos hacer ninguna foto. Gracias por interesarse por nosotros, pero será mejor que paren —suplicó Martín.
Tras rechazar la petición del público, se acercó a Gaspar y le tocó el hombro para advertirle de que no dejara que otras personas le hicieran fotos.
Gaspar le sacó la lengua a su hermano mayor. Sin embargo, siguió el consejo y cesó sus poses con obediencia.
El público no sólo no se enfadó por el rechazo, sino que quedó impresionado por la educación de Martín al manejar la situación. Siguieron observando a los cuatrillizos con interés.
Cuando empezaron a reunirse más curiosos a su alrededor, Micaela se apresuró a gritar a sus hijos:
—¡Vamos, niños! Vayamos más rápido. —No podían permitirse el lujo de quedarse más tiempo para no provocar una congestión en el aeropuerto.
Los cuatro niños pequeños siguieron el ejemplo de su madre y se alejaron de la multitud. Sin embargo, Octavio Jáuregui llamó de repente a Micaela:
—Mami, quiero hacer pis. He tomado demasiado zumo en el avión.
El pequeño apretó las piernas mientras buscaba desesperado cualquier señal de un baño. En cuanto vio uno, quiso correr hacia allí.
—De acuerdo, ¡los llevaré! —dijo Micaela.
Ella también quería ir al baño, así que dejó que sus hijos entraran primero mientras vigilaba su equipaje.
—¡Martín, necesito hacer caca! —le dijo Octavio a su hermano mayor antes de correr hacia un cubículo vacío.
—Ay, eres tan molesto. ¡Date prisa! —le amonestó el hermano antes de conducir a Gaspar y a Andrea a la salida después de lavarse las manos.
—Mami, hemos terminado. Ya puedes entrar. Además, Octavio sigue dentro.
—Bien, sean buenos y espérenme aquí. Recuerden que no deben irse solos —les recordó Micaela a sus hijos antes de entrar en el baño de mujeres.
—¡Caramba! Me pregunto cuándo llegará Lisa. Llevo esperando desde las cuatro. Sin embargo, ¡todavía no hay rastro suyo!
—¿A las cuatro? He estado esperando aquí desde anoche, ¡por si acaso perdía su vuelo!
—¡Allí! ¡El avión de Lisa al fin ha llegado! ¡Ven, sígueme!
—¿Qué? Espérame ― Exclamó alguien en la multitud, y se oyeron pasos apresurados procedentes del exterior, dirigiéndose a la entrada.
Micaela estaba desconcertada por la reacción del público ante las repetidas menciones de una persona llamada Lisa.
«¿Quién es ella? ¿Una celebridad? Parece un grupo de fans. Bueno, sólo los fans estarían en ese tipo de frenesí por su ídolo».
Martín se puso al lado del equipaje de la familia junto a sus dos hermanos pequeños. De repente, un grupo de personas salió corriendo del baño de mujeres y se dirigió en la misma dirección. Los tres hermanos dieron un salto hacia atrás asustados. Parte de su equipaje fue derribado por la muchedumbre que corría.
Martín se apresuró a apartar a los otros dos para evitar que les golpearan.
—¿Qué están haciendo? ¡Ni siquiera se han molestado en pedir disculpas por haber tirado nuestras cosas! Qué mala educación. —Gaspar miró con rabia a las chicas que se iban.
—¡Estúpidos fans! —protestó Martín. Andrea ayudó a su hermano a levantar el equipaje y se hizo eco—: Lo sé, ¿verdad? ¡Son tan estúpidos!
—¡Si sus padres se enteraran de sus horribles comportamientos, seguro que se arrepentirían de haberlos dado a luz! —arengó Gaspar mientras esperaba obedientemente a Micaela.
Andrea se paró junto a sus hermanos mayores mientras miraba su entorno con curiosidad. Entonces, sus ojos se detuvieron al ver a varios niños con algodón de azúcar en sus manos. Tragó saliva y señaló.
—¡Mira! Allí tienen algodón de azúcar.
Gaspar miró en seguida en la dirección y encontró la tienda que señalaba su hermana. Entonces tiró del dobladillo de la camiseta de Martín con entusiasmo y dijo:
—¡Voy a ir allí a comprar algodón de azúcar para nosotros!
—Mamá nos dijo que esperáramos aquí. Así que no salgas corriendo solo —aconsejó Martín a pesar de que también quería probar el dulce.
No tenían algodón de azúcar en el extranjero. Sólo se enteraron de tal cosa por Micaela y lo habían visto en Internet.
—¡Vamos! Volveré rápido. Mamá y Octavio aún están dentro del baño. Volveré en un instante.
Con eso, corrió hacia la tienda, dejando a Martín sin poder hacer nada para disuadirlo.
—¡Ten cuidado!
—¡Sí! —El pequeño se alegró mientras corría hacia su destino.
Al otro lado del aeropuerto, un grupo de guardaespaldas buscaba frenéticamente a alguien.
—¡Oh, no! Esto es malo. ¡Francisco ha desaparecido!
—¡Apúrate y encuéntralo! ¡Si el señor Betancurt se entera de esto, nos desollarán vivos!
Los guardaespaldas se dispersaron en seguida en diferentes direcciones, con la esperanza de encontrar a Francisco antes de que Bautista regresara.
El aeropuerto no era muy grande. Sin embargo, al estar atestado de gente, sería una tarea desalentadora para cualquiera buscar a un niño desaparecido.
Después de un rato, uno de los guardaespaldas con vista de águila vio una figura familiar con algodón de azúcar en la mano delante de una tienda.
—¡Lo he encontrado! Francisco está allí comprando algodón de azúcar. —informó el guardaespaldas con entusiasmo al resto de sus compañeros.
En menos de un minuto, se reunieron alrededor de Gaspar.
—¡Francisco, por fin te hemos encontrado! ¡Por favor, no nos des más sustos! Hay demasiada gente en el aeropuerto. Es demasiado peligroso huir por tu cuenta. ¡Vamos, regresemos rápido! El señor Betancurt saldrá muy pronto.
No esperaron la respuesta de Gaspar, ni notaron la diferencia en el aspecto del joven. Uno de los guardaespaldas tomó el algodón de azúcar, mientras que otro lo levantó y salió corriendo.
Gaspar se quedó sin palabras. «¿Qué está pasando?»
Sin embargo, pronto recuperó el sentido común.
—¡Oye! ¿Qué diablos estás haciendo? ¡Suéltame! O gritaré —advirtió Gaspar con fiereza al grupo de guardaespaldas vestidos de negro. Tenía la intención de no mostrarles lo asustado que estaba en ese momento.
—¡Francisco, por favor, deja de hacer el tonto! Tu padre se preocupará mucho si se entera de que has desaparecido.
Los guardaespaldas concluyeron que el pequeño les estaba gastando una broma. Siguieron engatusándole mientras corrían hacia el Rolls-Royce sin más demora.
Los ojos de Gaspar se abrieron de par en par por el miedo.
«¿Estoy siendo secuestrado?»
—¡Ayuda! ¡Ah! ―Gaspar luchó por liberarse mientras intentaba pedir ayuda, pero el guardaespaldas le tapó la boca para amortiguar su voz.
El pequeño, mordió frenéticamente la palma del guardaespaldas. Por desgracia para Gaspar, el tipo no le soltó y seguía avanzando.
—Francisco, por favor, no te enfades con nosotros. Te liberaré una vez que estemos de vuelta en el coche.
El guardaespaldas no se enfadó con Gaspar por haberle mordido la mano y seguía engatusándole con paciencia.
Los guardaespaldas habían aprendido la lección aquel día. No se atreverían a perderlo de vista por miedo a que volviera a huir. Después de todo, no era la primera vez que Francisco se escondía de ellos.
—Francisco, hay demasiada gente aquí. Sólo dinos si quieres comer algo y te lo compraremos. ¿Qué pasaría si te encuentras con gente y te haces daño?
Los otros guardaespaldas seguían intentando hacerle entrar en razón.
«¿Eh? ¿Quién es Francisco?»
Gaspar se quedó boquiabierto al darse cuenta. Esos hombres le habían llamado así desde que se lo llevaron. Además, acababan de mencionar algo sobre un papá. Observó en silencio a la docena de guardaespaldas bien entrenados que le rodeaban. No había ni un solo indicio de malicia en sus rostros. Con esa confirmación, su ansiedad disminuyó rápidamente.
Gaspar mantuvo su mirada en ellos mientras reflexionaba sobre la situación actual.
«Estos hombres se comportan como si me conocieran. ¡Claro que no los conozco! ¿Quizás me han confundido con otra persona?»
El pequeño lanzó un suspiro de frustración. Pensaba seguirles la corriente por el momento. Aunque estuviera siendo secuestrado por esos desconocidos, las posibilidades de que escapara de sus garras eran casi nulas.
Mientras tanto, Micaela sólo pudo ver a Martín y a Andrea cuando salió del baño.
—¿Octavio todavía no ha salido? ¿Dónde está Gaspar? —preguntó.
—Mami, Gaspar fue a comprar algodón de azúcar. Octavio sigue dentro del baño. —Martín miró la tienda. Sin embargo, su vista estaba bloqueada por un mar de gente. Frunció el ceño al no poder localizar a su hermano menor. «¿No prometiste volver pronto?»
—¿Adónde se ha escapado? —Micaela chasqueó la lengua. A pesar de su regaño, no estaba enfadada con Gaspar. Sabía que su tercer hijo tenía un magnífico sentido de la orientación. Más allá de lo desconocido que fuera el lugar, siempre encontraría el camino de vuelta a ella.