Capítulo 9 Son hermanos
«Qué raro. He estado fuera tanto tiempo, pero todavía no me han llamado. Normalmente, ya estarían corriendo a buscarme. ¿No están mamá, Martín, Octavio y Andrea preocupados por mí?»
Con ese pensamiento, Gaspar consultó su teléfono, que parecía un reloj.
«Oh. La batería se agotó».
—¡Francisco, tu comida está lista! —gritó Luis.
—¡Está bien! —respondió Gaspar mientras corría a tomar asiento en la mesa del comedor.
Al ver que estaba llena de platos de aspecto delicioso, tomó en seguida un tenedor y picoteó aquí y allí.
—Francisco, por favor, mastica la comida más despacio —instó Luis, ya que la forma en que Gaspar comía le chocaba. «¿Qué está pasando? Normalmente, mastica más despacio antes de tragar».
—¡Mm-hmm! —El chico estaba radiante de placer mientras comía. «¡Oh, Dios mío! ¡Estos son celestiales! ¡Andrea amaría esto!»
De repente, Gaspar se frenó al sentirse culpable. «¿Han comido ya mamá, Martín, Octavio y Andrea?»
—¡Señor Balaña, estos son muy buenos!
—¡Ah! ¡Tenía miedo de que te cansaras de comer lo mismo todos los días! ¡Toma un poco más si te gusta! —sugirió Luis mientras ponía más comida en su plato.
Gaspar vio a Bautista caminando hacia ellos y empezó a comer en silencio.
—¡Señor Betancurt! —Luis preparó los cubiertos para él mientras éste tomaba asiento para comer con su hijo.
Sus cejas se fruncieron cuando vio que Gaspar tragaba la comida sin masticar.
—¡Mastica treinta veces antes de tragar!
—¡Pero tengo hambre! —exclamó Gaspar sorprendido. «¿Treinta veces? ¡Eso es demasiado cansador!»
—¡No comas demasiado rápido! No importa el hambre que tengas, debes masticar la comida treinta veces antes de tragarla.
«¿No ha comido bien mientras yo no estaba?»
Bautista miró a Luis.
—¡Señor Betancurt, Francisco ha estado comiendo correctamente en los últimos días! Tal vez hoy esté comiendo tan rápido porque tenía hambre —explicó Luis con la cabeza baja.
Mientras tanto, un pequeño par de ojos miraban a Bautista y a Luis. Gaspar se puso a masticar. «¿Qué pasa con esta regla? ¡Es demasiado estricta! ¡Mamá nunca ha sido tan quisquillosa como él!»
En los siguientes minutos, Bautista le reprendía cada vez que Gaspar no masticaba al menos treinta veces. «¡Esta es la comida más difícil que he tenido! Uf. La comida ya no sabe tan bien».
Cuando terminó, corrió hacia la habitación de Francisco y cerró la puerta. Una vez hecho eso, siguió registrando la habitación en busca de pistas o formas de contactar con Francisco.
«Uf. Por suerte no han llamado a Francisco. Definitivamente estaré expuesto si lo hacen. No, debo encontrar una manera de llamarlo Francisco para ver si está bien».
Por mucho que buscara, el número de Francisco no aparecía por ningún lado. En ese instante, oyó que alguien llamaba a la puerta. Gaspar sonrió cuando supo que era Luis.
—¿Sí, señor Balaña? —preguntó al abrir la puerta.
—¡Francisco, tu padre me pidió que te hiciera esto! Avísame en cualquier momento si quieres comerlo en el futuro. —Informó Luis mientras le pasaba el algodón de azúcar a Gaspar.
—¡Gracias, señor Balaña! —El pequeño tomó el algodón de azúcar contento y le dio un mordisco. «¡Sí! ¡Ahora puedo comer esto todos los días!»
—¡Oh! señor Balaña, ¿puede prestarme su teléfono un rato? —preguntó de improviso cuando Luis estaba a punto de irse.
—¡Aquí tienes! —Luis buscó su teléfono en el bolsillo y se lo pasó a Gaspar sin preguntar.
—¡Señor Balaña! ¡Su letra es demasiado pequeña! Se la haré más grande. —Gaspar inclinó el teléfono hasta un ángulo en el que Luis no pudiera mirar la pantalla y buscó rápidamente el número de Francisco en la lista de contactos.
Como Francisco ya había hecho lo mismo antes, Luis sonrió y esperó en la puerta sin el menor recelo.
Sin mucha dificultad, Gaspar encontró el número tras desplazarse un rato. Después, lo memorizó y cambió el tamaño de la letra antes de devolverle el teléfono a Luis. «Menos mal que el señor Balaña no tiene muchos contactos en su lista».
—¡Este algodón de azúcar está delicioso! —exclamó Gaspar con una enorme sonrisa en la cara.
—¡Francisco, asegúrate de lavarte los dientes antes de dormir! —le recordó Luis con una sonrisa cariñosa.
—¡Sí! De acuerdo. ¡Lo haré! ¡Buenas noches, señor Balaña! —el niño saludó y cerró la puerta.
Luis miró en dirección a la habitación de Francisco antes de bajar las escaleras.
Gaspar enchufó rápidamente el cable para cargar su teléfono. Dio unos cuantos mordiscos más al algodón de azúcar y se lo terminó mientras esperaba a que su dispositivo estuviera cargado por completo. Después, fue a lavarse los dientes y a bañarse. Una vez fuera, el indicador mostraba que estaba cargado, y empezó a redactar un mensaje en él para Francisco.
«Me pregunto... ¿Francisco está con mamá, o está varado en algún lugar?»
Le envió un mensaje de texto:
―¿Eres Francisco? Soy Gaspar.
Francisco, que casi se había quedado dormido, tomó su teléfono cuando escuchó el familiar sonido de un mensaje entrante en su teléfono. Cuando leyó el mensaje, sus ojos se abrieron de par en par.
«¡Es Gaspar! ¡Se ha puesto en contacto conmigo!»
Casi al instante, recibió una respuesta de Francisco.
―Sí. Soy yo. ¿Estás en mi casa?
Gaspar frunció las cejas. «¿Cómo? ¿Cómo sabe que estoy en su casa?»
Gaspar respondió:
―Sí. Pero, ¿cómo lo has sabido? ¿Dónde estás ahora? ¿Estás a salvo?
Francisco envió un mensaje de texto:
―Estoy con mamá. Papá aún no se ha enterado de lo tuyo, ¿verdad?
Gaspar se sorprendió ante su respuesta, pero en seguida dejó escapar un suspiro de alivio. «¡Así que realmente está con mamá! Eso fue rápido. No tardó mucho en llamar mamá a alguien que acababa de conocer».
Gaspar preguntó:
―¿Somos quintillizos?
Francisco respondió:
―¿Supongo que sí? ¡Somos exactamente iguales! ¿Sabe papá que no eres yo?
―No, pero se dio cuenta del lunar en mi muñeca. Es mejor que te pongas un lunar falso cuando vuelvas a casa. Si ve que no tienes uno, ¡seguro que lo descubre!
―¡Mamá, en cambio, no sospecha nada! No quiero volver todavía. ¿Podrías fingir que eres yo un rato más? Papá está muy ocupado con su trabajo, así que no te pasará nada si no te quedas mucho tiempo en la misma habitación que él. Ah, y no deberías hablar demasiado.
Los dos siguieron charlando e intercambiando información sobre ellos.
—¿Qué estás haciendo, Gaspar? ¡Deja de usar tu teléfono! ¡Date prisa y duerme! —dijo Martín al ver que Francisco seguía usando su teléfono.
—¡Está bien! —Francisco se apresuró a guardar el teléfono y fue al baño.
Martín pensó que algo pasaba, así que buscó el teléfono de Francisco.
Cuando el niño volvió, vio que su hermano estaba revisando los mensajes que tenía con Gaspar.
—¡No eres Gaspar! —Martín lo miró fijo.
—Soy Francisco —admitió con un movimiento de cabeza. «Ya que lo descubrió, ya no es necesario que mienta».
Martín siguió leyendo los mensajes. «No puedo creer que Gaspar haya desaparecido realmente. ¡Y parece que está con papá!»
«Tú... ¿Por qué contactaste con Francisco y no conmigo? Soy el mayor, ¿recuerdas?»
Martín escudriñó a Francisco más de cerca. «Realmente se parece a nosotros».
En ese momento, Martín supo con certeza que eran quintillizos.
«Pero, ¿por qué no nos lo dijo mamá?»
A Francisco le preocupaba que a Martín le cayera mal por todas las miradas que le estaba dando.
Se acercó a él y le dijo:
—Lo siento. No quise mentirte. Sólo quería conocerte mejor y saber por qué mamá no me quiso...
Sin embargo, cuanto más tiempo llevaba con Micaela, más sentía que ella no haría tal cosa.
«Mamá es muy gentil y amable. ¡Debe haber algún malentendido!»
—¡Es imposible que mamá abandone a su hijo!