Capítulo 15 Enganchada a Mu Chenjue
Ruan Cheng pensó que a Ruanruan le gustaría el papel de regalo de Bob Esponja. Guardó los otros y, cuando estaba a punto de levantarse e irse, lo recogió.
—Oh, mi... —Estaba demasiado concentrada en cómo forrar el libro de manera que Bob Esponja destacara y se olvidó por completo de que había un hombre a su lado. Un broche de su traje de negocios se había enganchado en la hebilla del cinturón del jefe—. Yo... lo siento, yo... —Ella se avergonzó ante esto.
El jefe la miró de manera penetrante.
»Permita que lo desenganche, será rápido... —Ruan Cheng agarró el cinturón de su jefe con pánico.
Era la primera vez que sostenía el cinturón de un hombre. Hacía más de cinco años que ella no tocaba ni la ropa ni las pertenencias de ningún hombre e incluso en los pocos años al lado de Li Ye, tampoco había ocurrido una situación así. Ella no sabía lo que pasaba porque, siempre que se encontraba con Mu Chenjue, algo tenía que suceder. Era como una reacción química y la ley de atracción. El diseño del broche era complicado. Tenía muchos agujeros. Por eso, cuando se atoró en la hebilla del cinturón, fue como si se bloqueara. Cuanto más ansiosa estaba Ruan Cheng, más difícil era liberarse. La atmósfera se volvió muy caliente de repente.
—¿Cuánto tiempo más? —preguntó el jefe.
Ella levantó la cabeza y lo miró.
Mu Chenjue era muy alto y ese día vestía pantalones negros y camisa blanca. Tenía el hábito de no abrocharse los dos primeros botones de la camisa, pero mientras revisaba los dibujos en la oficina, se había desabrochado tres de ellos. El ahora visible contorno definido de las líneas de su pecho captó la atención de Ruan Cheng.
Él tenía una cintura muy estrecha y las proporciones de su cuerpo eran casi perfectas. Lo único que lo diferenciaba de un maniquí esculpido a la perfección era la temperatura corporal, que indicaba que era un ser vivo.
—Yo... ya no quiero mi broche —dijo Ruan Cheng de manera evasiva, sin atreverse a mirar el rostro de su jefe—. Me temo que al zafarlo la hebilla del cinturón se va a rayar. —Cuando estudiaba en el extranjero, ella y sus amigos aprendieron a reconocer muchas marcas importantes para mejorar sus gustos y calidades personales. Sabía que la hebilla del cinturón de esa marca era cara, y que ni siquiera podía costear el daño.
—Es mejor que rayes mi hebilla a que te quedes colgando de mi cintura —dijo Mu Chenjue mientras miraba cómo ella continuaba hurgando sin poder desatar el broche.
Ya era casi de noche. El resplandor del atardecer bañaba el cuerpo del jefe; era una escena surrealista. Ante las palabras de él, Ruan Cheng bajó la cabeza, se mordió los labios y continuó tratando de zafar el broche.
Él la miraba con el aire condescendiente de un emperador.
La joven se disgustaba cada vez más porque no podía zafar el broche. Sus suaves labios se abrieron un poco; Mu Chenjue sintió el aliento de Ruan Cheng sobre su abdomen. De repente, él sintió cómo su cuerpo se ponía rígido.
Entonces, se oyó un clic y la hebilla y el broche al fin se separaron.
Ruan Cheng se llenó de alegría; su rostro, un poco sonrojado, esbozaba una amplia sonrisa. Sostuvo su broche roto en la mano y se puso de pie. No obstante, parecía haber algo extraño. Miró hacia abajo por instinto, se asustó y retrocedió unos pasos de manera inconsciente. Su cuerpo temblaba de manera sutil y, cuando volvió a mirar al jefe, sus ojos estaban llenos de miedo e inquietud.
Él medía casi un metro noventa de altura; estaba totalmente erguido y con una expresión seria, como un maestro que castiga a un alumno que ha cometido un error.
Cuando miró a los ojos sombríos de su jefe, Ruan Cheng se sintió incómoda. Con los labios resecos, continuó disculpándose:
—¡Lo siento, Director Mu! Seguiré envolviendo los libros. —Después de disculparse, recogió el papel de envolver regalos de dibujos animados del suelo y fue a envolver los libros de inmediato.
Ruan Cheng envolvía los libros con cuidado. Cada minuto que pasaba le parecía una eternidad. El estatus de su jefe, su apariencia y su comportamiento tranquilo y noble indicaban que era inaccesible.
Más tarde, bajó y solo pudo calmarse después de un buen tiempo. En su mente, estaba decidida a mantenerse alejada de su jefe, que ya desde ese día siempre la metía en problemas. Le había llevado mucho tiempo envolver los libros y tenía mucho trabajo atrasado. Ahora que estaba ocupada, podía olvidar la situación vergonzosa del despacho del presidente.
—Ven a cenar a casa. Mi hermano nos recogerá —susurró Li Xiao mientras sostenía un montón de expedientes en la mano.
Ruan Cheng la miró y asintió.
Li Xiao notó sin querer el broche roto y la tela estirada en el área del busto de la blusa de Ruan Cheng.
»¿Está roto? —preguntó con sorpresa.
Aunque el broche no era de marca, Ruan Cheng lo había atesorado desde que estaban en el instituto. Li Xiao no sabía quién le había dado ese broche anticuado a Ruan Cheng, pero se conocían desde el instituto y, siempre que visitaba su casa, veía su preciada caja. Lo único que había en la caja era ese broche.
Ruan Cheng miró el broche roto en su camisa y mintió:
—Me encontré con un niño hace un rato y se aferró a mi broche cuando me agaché para hablar con él, así que...
—Niño travieso. ¡Qué fastidio! —Li Xiao pensó que Ruan Cheng debía estar triste porque había cuidado ese broche durante mucho tiempo y, sin embargo, ahora estaba destrozado. Sacudió la cabeza y regresó a trabajar.
Ruan Cheng, abatida, sostenía el broche roto en sus manos. «Por fin, es la hora de salida».
Era el día de descanso de Li Ye, que tenía un día libre después de su viaje de negocios. Aprovechó esa oportunidad para buscar información para comprar un auto nuevo y, después de pasar por todos los trámites, al fin lo compró. Esperó por Ruan Cheng fuera de la empresa y, cuando salió, la miró fijo y le dijo:
—Lo siento. —Tras disculparse, abrió la puerta para que entrara en el auto.
Li Xiao tenía su propio auto y se había marchado antes.
Fueron directo a casa de la Familia Li. Durante el trayecto, Li Ye se concentró en conducir sin decir una palabra. Frunció el ceño como si estuviera pensando en algo. Ruan Cheng también guardó silencio y se limitó a mirar las calles por la ventanilla.
Cuando el auto entró al vecindario, los padres de Li Ye aguardaban por ellos en la entrada.
—Señor y Señora Li, no deberían haberse molestado en esperarnos aquí —dijo Ruan Cheng con un poco de timidez.
La madre de Li Ye tomó su mano y le dio unas palmaditas cariñosas:
—¡Te echado tanto de menos!
—¡Mamá! Cuando se trata de Cheng usted es más cursi que mi hermano —dijo Li Xiao en tono burlón.
Li Ye caminaba detrás de su familia con una mano en el bolsillo de su pantalón. Tenía un joyero de lujo con cubierta de terciopelo negro. Para él, proponer matrimonio era como lanzar una moneda al aire. Nunca se sabía cuál sería el resultado. Puede que otras parejas no tuvieran que pasar por una situación similar, pero en el caso de Ruan Cheng y él, sí, y no podía evitar estar tenso.