—¿De verdad me temes, Victoria? Apuesto a que ni siquiera duermes desde que volví —dijo burlándose mientras la miraba fijo y con una ceja arqueada.
—¡Tú! —Victoria no podía creer que siguiera siendo tan terca. Reprimió su enojo y trató de parecer amable—. Lo hago por tu propio bien. Puedes tener una vida mejor yéndote de este lugar.
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