Capítulo 2 Todos los hombres somos superficiales
—Lo haré.
Sin dudarlo, Felipe dispuso que llevaran a Tiago al Hospital General de Horneros. Quizás le habían extraído la bala, pero era necesario que lo revisaran.
El médico del hospital se quedó boquiabierto al ver la herida. Era el mejor cirujano de allí y si tuviera que operar a pacientes como Tiago, tendría que hacerlo con cuidado. Después de todo, la bala estuvo demasiado cerca del corazón, y el paciente podría haber muerto si quien lo operaba no era lo suficientemente cuidadoso. Sin embargo, la persona que lo salvó consiguió operarlo y extraer la bala con éxito, ya que el corazón permaneció intacto. Solo unos pocos en Distrito Jade podrían realizar esa operación tan compleja.
—¿Qué sucede? ¿Le pasa algo a su herida? —Felipe entró en pánico mientras el médico permaneció en silencio durante demasiado tiempo.
—Señor Tiago, ¿puedo saber quién le extrajo la bala? —preguntó el médico con seriedad.
Era un cirujano famoso en Horneros, pero era evidente que esa persona era mejor que él.
—No lo sé. —Lo que más quería averiguar Tiago era quién era la persona que lo había salvado.
—La cirugía fue exitosa y solo le llevará unos meses recuperarse.
El médico se sintió muy decepcionado al enterarse de que no sabía quién lo había salvado. Era el mejor cirujano de todo Horneros y solo llegó a ser director de su departamento después de trabajar durante más de treinta años. Por lo tanto, no esperaba encontrarse con alguien que fuera mejor que él.
Cuando el médico se fue, Tiago miró a Felipe y este último se fue a investigar el asunto de inmediato. A la mañana siguiente, llegó a la sala y lo vio caminando.
—Señor Tiago, ¿quiere morir? —No podía creer que no le diera importancia a su salud.
«Si la persona de Jujuy se entera de esto, vendrá enseguida. ¿Está tratando de meterme en problemas?».
—Deja de decir tonterías —dijo Tiago.
—Descubrí quién lo salvó; aquí tiene. —Le entregó una carpeta.
Tiago la abrió, sacó los documentos y frunció el ceño al leerlos.
—¿Una estudiante de dieciocho años en su último año?
«¿Cómo podría una estudiante extraer la bala de mi pecho?».
—Felipe, ¿cómo te atreves a hacer semejante broma?
—Sabía que no lo creería. Yo también me sorprendí cuando lo leí, pero lo confirmé yo mismo; es ella —dijo luego de agitar las manos.
Felipe le mostró una foto; Tiago la agarró y la joven que aparecía en la fotografía tenía un rostro inolvidable. Era joven, alegre, hermosa y tenía unos ojos atractivos.
—¿Una estudiante de dieciocho años que es capaz de derrotar a mercenarios y operar? Interesante.
—Señor, ¿volvemos a Jujuy?
Desde el día en que llegó a Horneros, Tiago estuvo en problemas; era evidente que a alguien no le gustaba que él estuviera allí.
—No hemos resuelto nada todavía. ¿Por qué volveríamos? ¿Tienes miedo? Si es así, puedes irte sin mí —le dijo a Felipe quien crispó los labios con impotencia—. No le cuentes a él sobre esto.
El «él» al que se refería Tiago era su padre, Walter Lombardo.
—¿Y si el gran señor Lombardo pregunta por ti? ¿Tengo que guardar el secreto?
—No le digas nada. —Tiago estaba seguro de que podía manejar el asunto por sí mismo.
—Vamos a buscarla.
Cuando Felipe encontró a Sofía, ella estaba rodeada por unos cuantos rufianes.
—Eres Sofía Tamarín, ¿no?
Ella estaba usando el uniforme de la Escuela Secundaria de Horneros y tenía las mangas arremangadas para dejar al descubierto su pálida muñeca. Ella los ignoró y se adelantó.
—Maldición, jefe. ¡Acaba de ignorarlo! —gritó uno.
Nadie en la escuela de Horneros se atrevía a enfrentar a su líder. El líder de los rufianes, Jacinto Reyes, se enojó y se le acercó.
—Te estaba hablando a ti. ¿Estás sorda? —exigió mientras extendía la mano para agarrarla.
—Lárgate —respondió con apatía luego de detenerse y escupir el chicle que estaba masticando.
—¡Ja! Eres de carácter fuerte, ¿eh? Ofendiste a quien no deberías.
Dicho eso, extendió el brazo para atacarla, pero, antes de que pudiera ponerle una mano encima, ella lo arrojó sobre sus hombros y él cayó al suelo de un golpe sin poder moverse.
—¿Sabes quién soy? ¡Mi padre es...! —Ella interrumpió su grito al pisarle la mejilla con fuerza.
—¡Cállate! —dijo enojada.
Los otros rufianes temblaron de miedo porque no tenían ni idea de que fuera tan buena peleando.
—¡Llama a mi padre! —gritó Jacinto—. ¡Quiero que Sofía Tamarín se vaya de Horneros!
Después de ver lo que le hizo, todo el mundo la señalaba. Había un rumor de que había sido una delincuente y de que había abortado en la escuela secundaria después de quedarse embarazada de un rufián. Al considerarla una vergüenza para su familia, la abandonaron en Horneros y, así, no tuvo más remedio que valerse por sí misma. Ella ignoró los insultos horribles y se alejó.
Poco después, un auto negro se detuvo junto a ella; se abrió la puerta y se vio un hombre alto y apuesto, que se acercó y la saludó.
—Hola, señorita Tamarín, soy Felipe Nozar. Mi jefe, el señor Tiago, quiere hablar con usted.
Sofía sacó un chicle del bolsillo y comenzó a masticarlo mientras Felipe abría la puerta del asiento trasero para que ella se subiera. El hombre que estaba dentro era a quien había salvado la noche anterior.
—Sangraste mucho, pero sobreviviste; tienes mucha suerte, ¿eh? —comentó con indiferencia y sin emoción.
«Suena realmente agresiva». Felipe sonrió luego de escuchar lo que dijo. «En Jujuy, solo unos pocos se atreven a hablarle así al señor Tiago».
—Soy Tiago Lombardo. Gracias por salvarme la vida —dijo y luego le dio su tarjeta personal.
Sofía la guardó en su mochila sin mirarla.
—¿Ha estudiado medicina? —preguntó Felipe.
No pudo reprimir su curiosidad, ya que solo tenía dieciocho años y era capaz de extraer una bala; por lo tanto, no era una persona común y corriente.
—No. Mi vecino es veterinario, así que lo ayudé un par de veces —respondió mientras negaba con la cabeza.
Al oír eso, Felipe se dio vuelto para mirar a Tiago. «¿Escuchó eso? No es más que un animal para ella».
—¿Los veterinarios saben quitar balas?
—No. Estabas prácticamente muerto, así que no perdía nada intentándolo —explicó y luego le dijo al conductor—: Déjeme al final de esta calle.
El conductor miró a Tiago, quien le hizo un gesto con la cabeza. Tal y como había pedido, se detuvo al final de la calle y ella se bajó del auto.
—Señorita Tamarín, ¿no necesita nuestra ayuda? —Después de todo, parecía haber ofendido a alguien importante.
—No hace falta.
Sofía hizo un gesto despectivo porque confiaba en poder manejar el asunto ella misma. Antes de que el auto se fuera, llamó a un taxi y se fue.
—Vaya, qué atrevida es. —Felipe nunca había visto a una mujer tan apática y bonita como ella—. Señor Tiago, ¿cree que se puede confiar en ella? —preguntó.
—¿Qué crees? —Tiago ni siquiera se molestó en mirarlo—. ¡Qué interesante!
Felipe estaba anonadado. «¿Acaba de decir que ella es interesante?».
—Señor Tiago, ¿le gusta? Sí, admito que es bonita. De hecho, es más bonita que esas conocidas bellezas de Jujuy, pero es demasiado joven.
—Qué superficial eres —dijo luego de mirarlo.
Felipe se quedó callado. «Sí, soy superficial. ¡Todos los hombres somos superficiales!».