Capítulo 1 No te muevas
En junio comenzó un calor insoportable en Horneros.
Después de haber pasado un tiempo estudiando sola en la noche, Sofía Tamarín esperó a que los demás estudiantes salieran antes de subirse a su bicicleta. Camino a casa, atravesó un callejón tranquilo; era un lugar desierto, pero acortaba diez minutos del viaje. Antes de salir del callejón, pudo oler sangre ya que tenía un olfato muy desarrollado. Ella estaba muy familiarizada con ese olor; en cambio, si otras chicas estuvieran en su lugar, hubieran huido de allí. Sin embargo, no era una joven común y corriente, así que siguió su camino como si no hubiera pasado nada. De hecho, cinco minutos después, vio que había una pelea, así que bajó uno de los pies y el otro lo dejó en el pedal. Colocó una mano en el bolsillo y sujetó la bicicleta con la otra mientras silbaba fuerte para llamar su atención. Había más de doce hombres altos golpeando a uno; como no había luces en el callejón, miró al hombre que estaban golpeando bajo la luz de la luna. «Parece que a ese lastimaron». Al oír el silbido, todos se dieron vuelta para mirarla.
Como era alta, delgada y estaba vestida con su uniforme de la escuela, el líder de los atacantes le gritó con furia:
—¡Vete!
—Me estás impidiendo el paso —dijo con el ceño fruncido.
—¡Tienes ganas de morir! —gritó enojado el líder.
Habían hecho todo lo posible para tener la oportunidad de atacar a Tiago Lombardo, así que cualquiera que se los impidiera hacer tendría que morir. Bastó una mirada para que dos hombres se le acercaran. Sofía miró su reloj y se dio cuenta de que ya eran las diez y media de la noche. Antes de que pudieran ponerle una mano encima, comenzó a andar en bicicleta y se dirigió hacia los hombres de negro con rapidez. En un abrir y cerrar de ojos, pudo golpear con su bicicleta a uno de ellos, quien cayó al suelo desplomado. Colocó ambas palmas de las manos en el asiento, dio un giro y pateó con fuerza al otro. El líder se dio cuenta tarde de que la había subestimado.
—Mátenlos a ambos —ordenó.
No les quedaba mucho tiempo porque si llegaban los hombres de Tiago, ya no podrían acabar con él. Por su parte, Tiago apenas estaba vivo cuando escuchó la orden y de inmediato se recompuso. «No puedo morir aquí».
Al principio, Sofía pensaba irse después de darles una lección, pero cuando pasó por delante del chico y lo vio, detuvo de golpe su bicicleta a pesar de que había logrado escapar de los otros.
—Maldita sea. —Sofía cambió de opinión.
«Solo por hoy haré un acto de bondad». Al momento siguiente, giró su bicicleta y pedaleó hacia los hombres. Como no tenía armas, agarró dos cuchillos de ellos, utilizó la bicicleta como palanca y comenzó a atacarlos. Se pusieron serios cuando se dieron cuenta de lo violenta y rápida que podía ser.
—¡Mátenlos! —ordenó el líder.
—¿Sigues vivo? —preguntó luego de acercarse a Tiago con destreza.
—No moriré.
No tuvieron oportunidad de continuar hablando porque los hombres comenzaron a atacarlos. Ella era lo suficientemente capaz de vencerlos a todos con facilidad, ya que actuaba de manera indiferente y a la vez atrevida. Después de derrotarlos, apartó de una patada a la persona que le impedía el paso.
—Adiós. De nada. —No quería seguir entrometiéndose en sus asuntos.
Se subió a la bicicleta con agilidad. Eran casi las once de la noche y necesitaba llegar a casa lo antes posible. Por desgracia, pese a haber comenzado a pedalear, no avanzaba de lugar. Se giró hacia su hombro y se dio cuenta de que Tiago había agarrado el asiento trasero.
—¿Qué más quieres? —preguntó con enojo por lo tarde que era.
—Gracias. —Dicho eso, se desmayó y perdió el conocimiento.
—¿Qué demonios? —Maldijo en voz baja mientras lo miraba tendido en el suelo.
A pesar de haber perdido el conocimiento, seguía pareciendo digno. Al final, lo ayudó a levantarse y utilizó todas sus fuerzas para colocarlo en el asiento trasero de su bicicleta. Después de hacerlo, apretó los dientes y salió del callejón.
Como a Tiago le habían disparado y una herida de bala era muy delicada, no se atrevió a llevarlo al hospital. Estaba bastante satisfecha con su vida y no quería volver a su vida pasada.
Si no le trataban la herida, él podría morir antes de que saliera el sol. Lo llevó a un laboratorio médico de la Universidad de Horneros y entró como si fuera la dueña del lugar.
Luego de prender las luces, lo colocó en la mesa de disección que los estudiantes de medicina utilizaban para sus experimentos. Abrió uno de los armarios, sacó una bata quirúrgica y se la puso. No tenía anestesia, pero, como se había desmayado, supuso que podría soportar el dolor. Tras ponerse los guantes, agarró unas tijeras y cortó la camisa ensangrentada por la mitad. La bala estaba bastante cerca del corazón, así que, si no prestaba suficiente atención, podría matarlo. Desinfectó el bisturí y comenzó a extraer la bala. Tiago se enorgullecía de ser un hombre fuerte, pero se despertó del dolor cuando sintió el bisturí.
—¿Quién eres? ¿Quieres morir? —preguntó mirándola fijo.
Ella no imaginó que Tiago iba a recuperar la conciencia en ese momento. Sin embargo, era entendible; si no reaccionaba ante una incisión en el pecho básicamente estaba muerto.
—Si quieres sobrevivir, no te muevas —dijo con impaciencia y continuó con la operación sin querer perder más tiempo.
—¡Mmm! —Tiago se quejó con angustia mientras ella cortaba su piel.
Sin embargo, esa fue su única queja durante toda la operación, pero luego, al finalizar, se desmayó.
—Tienes una gran fuerza de voluntad, ¿eh? —comentó ella.
Al fin y al cabo, Tiago estuvo despierto durante toda la operación y había visto cómo lo operaba sin anestesia. Por lo tanto, se merecía los elogios. Sacó el teléfono de él, escribió un mensaje y se lo envió a un nombre al azar que le agradó. Ella limpió el laboratorio y se fue con su mochila; ni siquiera se molestó en mirarlo.
Tras recibir el mensaje, Felipe Nozar se apresuró a llegar al lugar y se quedó atónito al verlo acostado en la mesa de disección. «Me pregunto quién tuvo las agallas de hacer esto. ¿No sabe él o ella quién es Tiago Lombardo? ¡Es uno de los Lombardos de Jujuy!». Tiago se despertó y lo vio de pie ante él.
—Señor Tiago, ¿quién le hizo esto? —preguntó con curiosidad.
«¡Esa persona debe querer morir! Nadie se atreve a hacerle esto al señor Tiago».
Tiago miró al charlatán Felipe.
—Señor Tiago, ¿quién lo trajo? —Sudaba mucho después de enterarse de que había desaparecido.
«Si muere, muchas personas en Jujuy tendrán que morir junto a él. Me pregunto quién hizo esto». Felipe tenía mucha curiosidad.
—El enemigo contrató mercenarios para matarme. Averigua quién me salvó.