Capítulo 2 Me das verdadera lástima
El teléfono de Natanael mostraba dos mensajes de Estela:
—Natanael, debe haber sido un par de años difíciles para ti.
—Sé que no la amas. Quedemos esta noche. Te echo mucho de menos.
Cecilia no pudo reaccionar hasta que la pantalla se oscureció. Llamó a un taxi y se dirigió a la empresa de Natanael. De camino, miró por la ventanilla. El repiqueteo de la lluvia parecía no cesar nunca.
A Natanael no le gustaba que Cecilia fuera a su despacho, así que cada vez que iba a verle, utilizaba el ascensor de servicio de la parte trasera. El asistente personal de Natanael, Mason Sánchez, la vio acercarse y se limitó a saludarla con un frío:
—Señorita Sosa.
Nadie al lado de Natanael la reconocía como la señora de la familia Rotela. Ella era una existencia que no podía ser vista en público.
Cuando Natanael vio el teléfono que Cecilia había traído, sus cejas se fruncieron ligeramente. Ella siempre era igual. Ya fuera un almuerzo olvidado, un documento, una prenda de vestir o un paraguas, ella siempre se los traía cuando se los dejaba.
—¿No te he dicho antes que no hace falta que te desvíes de tu camino para entregarme cosas? —preguntó con irritación.
Cecilia se quedó sorprendida.
—Lo siento, lo olvidé.
«¿Desde cuándo tengo tan mala memoria?», se preguntó. Tal vez fue el mensaje de Estela lo que la asustó por un momento. Temía que Natanael desapareciera de repente.
Cuando estaba a punto de marcharse, se volvió para mirarlo. A pesar de sus esfuerzos por contenerse, finalmente preguntó:
—Natanael, ¿sigues sintiendo algo por Estela?
A Natanael le resultaba extraño el comportamiento de Cecilia. No sólo era olvidadiza, sino que también le gustaba hacer preguntas extrañas. ¿Cómo podía ser digna de ser su esposa?
Respondió impaciente:
—Si tienes mucho tiempo libre, búscate algo que hacer.
Al final, Cecilia seguía sin encontrar la respuesta. Antes había intentado encontrar empleo, pero sus esfuerzos se vieron frustrados por los ancianos de la familia Rotela. Alegaban que sus apariciones públicas avergonzaban a la familia.
La madre de Natanael, Elena Gramado, la había interrogado sin pudor en una ocasión:
—¿Quieres que todo el mundo sepa que Natanael se casó con una con discapacidad auditiva?
Al volver a casa, Cecilia intentó mantenerse lo más ocupada posible. Aunque ya había limpiado la casa hasta dejarla impecable, no paraba. Sólo así podría descubrir su última pizca de valía.
Aquella tarde no recibió ningún mensaje de Natanael. Normalmente, en una situación así, significaba que estaba enfadado o, simplemente, demasiado ocupado.
La noche estaba profundamente envuelta en la oscuridad. Cecilia luchaba por conciliar el sueño. En ese momento, sonó el teléfono que tenía en la mesilla de noche. Se dio cuenta tarde y lo atendió. Era una llamada de un número desconocido. La voz que resonaba era dulce, pero siempre llenaba de miedo a Cecilia. Era Estela.
—Ceci, ¿estás ahí? Natanael está borracho. ¿Podrías venir a recogerlo?
En el Club Élite, Natanael estaba sentado a la cabecera de la mesa, bebiendo distraídamente. Estela, que estaba sentada a su lado, era incitada por un grupo de herederos. Insistían en que cantara una canción.
—Estela, ¿no has vuelto para reconquistar al señor Rotela? Vamos, canta y confiésale tu amor.
La llamativa belleza y el encanto de Estela, combinados con su simpática personalidad, la convirtieron en una de las favoritas de la alta sociedad. Además, su condición de primer amor de Natanael no hacía más que avivar las ansias de los jóvenes por hacer de casamenteros para ella.
Estela tampoco se anduvo con rodeos. No tardó en cantar una canción Hestia titulada «Into Your Heart».
—Deseo que la brisa de la tarde me lleve a lo más profundo de tu corazón...
Su voz, melodiosa y cautivadora, hizo que todo el mundo se callara.
Cuando Cecilia llegó a la entrada de la sala privada, Estela acababa de terminar una canción. Dentro de la sala privada, la gente aconsejaba a Natanael, destacando sobre todo la voz de su íntimo amigo, Zacarías Sotelo.
—Natanael, llevas tres años esperando a Estela y por fin ha vuelto. Deberías expresar tus sentimientos. La chica ya ha confesado sus sentimientos por ti primero.
Cecilia se quedó inmóvil, apretando los puños. Justo en ese momento, un hombre abrió la puerta de la habitación privada con la intención de ir al baño. Pero cuando vio a Cecilia, se sorprendió.
—Sra. Sosa.
Todos en la fiesta volvieron sus miradas hacia la entrada. De repente, la sala se sumió en un inquietante silencio. En cuanto Cecilia vio a Natanael sentado a la cabecera de la mesa, se fijó inmediatamente en sus ojos claros y sobrios, sin signos de embriaguez. Supo que había sido engañada por Estela.
Al ver a Cecilia, Natanael entrecerró los ojos. Todos los demás, incluido Zacarías que acababa de sugerir que Estela aceptara la confesión, tenían una expresión de incomodidad en sus rostros. Cecilia no debería haber venido a un lugar así.
—No te equivoques, Ceci. Zacarías sólo estaba bromeando. Natanael y yo sólo somos buenos amigos —fue Estela la primera en romper la tranquilidad.
Antes de que Cecilia pudiera siquiera responder, Natanael se levantó impaciente.
—No tienes que explicarle nada.
En cuanto terminó de hablar, se acercó directamente a Cecilia.
—¿Qué haces aquí?
—Creía que estabas borracho, así que he venido a llevarte a casa —respondió Cecilia con sinceridad.
Natanael se mofó:
—Parece que no recordaste ni una sola palabra de lo que dije hoy.
Bajó la voz, planteando una contrapregunta en un tono que sólo ellos dos podían oír.
—¿Crees que en los últimos tres años todo el mundo ha olvidado cómo me engañaron a mí, Natanael? ¿Para eso has venido, para recordárselo?
Cecilia se quedó atónita por un momento. La mirada de Natanael era fría como el hielo.
—No intentes imponer tu presencia cuando no es necesaria. Sólo consigues que te desprecie más.
Cuando Natanael terminó de hablar, se dio la vuelta y se alejó, dejando a Cecilia inmóvil, como una estatua en medio de un jardín olvidado. La alta figura de su marido se perdía en la distancia, y ella permaneció allí, intentando ordenar el caos de sus pensamientos. Paradójicamente, aquel día en que Natanael más palabras le había dirigido, fue también el día en que más profundamente la hirió, cada sílaba un dardo envenenado que se clavaba en su corazón.
Dentro de la habitación privada, los jóvenes de la alta sociedad observaban la escena con una mezcla de curiosidad malsana y desdén apenas disimulado. Sus ojos, fríos como el hielo, no mostraban ni un ápice de compasión hacia Cecilia. Zacarías, siempre dispuesto a echar más leña al fuego, se dirigió a Estela, quien fingía una indignación que no sentía realmente:
—Estela, eres demasiado bondadosa. ¿Qué hay que explicar en esta situación? Si Cecilia no hubiera engatusado a Natanael para que se casara con ella, tú serías ahora su esposa. No habrías tenido que exiliarte a un país extranjero, llevando una vida tan ardua y solitaria.
Un zumbido persistente resonaba en los oídos de Cecilia, como el eco lejano de una tormenta. Sin embargo, cada palabra llegaba a ella con una claridad dolorosa, atravesando el velo de su aturdimiento. Cecilia comprendía la situación mejor que nadie, una verdad amarga que se alojaba en su pecho. Sabía, con una certeza que la carcomía por dentro, que independientemente de su presencia en la vida de Natanael, él jamás habría elegido a Estela como esposa. La falta de linaje y conexiones familiares de Estela era un obstáculo insalvable en el mundo elitista en el que se movían. Estela, consciente de esta realidad implacable, había optado por romper su relación y cruzar el océano, buscando un nuevo comienzo lejos de las ataduras sociales que la asfixiaban.
Pero ahora, en un giro cruel del destino, toda la culpa recaía sobre los hombros de Cecilia. Se preguntaba, con una mezcla de perplejidad y dolor, cómo había llegado a convertirse en el chivo expiatorio de una historia de la que apenas era protagonista.
Cecilia regresó a Villa Daltonia. Como siempre, estaba envuelta en una oscuridad y un silencio inquebrantables. A su regreso, la casa parecía igual que cuando se marchó. Natanael no había regresado.
Cecilia, con el paraguas en la mano, se quedó en la puerta, sintiéndose envuelta en la oscuridad. De repente, se le quitaron las ganas de entrar, un lugar donde siempre estaba sola. En lugar de eso, se sentó en el cenador exterior, frente al viento frío y observando la lluvia.
Al cabo de un tiempo indeterminado, apareció ante ella una figura llamativa. Era Estela. Iba elegantemente vestida y llevaba unos zapatos de tacón. Se acercó y tomó asiento junto a ella.
—Hace mucho frío esta noche, ¿verdad? ¿Qué se siente al buscar a Natanael en mitad de la noche, sólo para que se burle de ti?
Al oír estas palabras, Cecilia no respondió. A Estela no pareció importarle.
—Al principio, te envidiaba muchísimo. Tenías una familia maravillosa, un padre cariñoso y una vida sin preocupaciones. Pero ahora te compadezco de verdad. Me compadezco de cómo has albergado en silencio sentimientos por Natanael durante más de una década, y sin embargo él no te ha mostrado ni una pizca de amor a cambio.