Capítulo 13 La gratitud del padre
Un destello de asombro cruzó los ojos de Pandora cuando vio a Celia. Habían pasado cinco años y la niña delgada y mal alimentada se había convertido en una hermosa rosa. Llevaba una camisa blanca y una falda negra. Una hebilla de oro rodeaba su cintura y unos sencillos tacones adornaban sus piernas. Aparte de un reloj, no llevaba ningún accesorio. Su cabello rizado le caía hasta la cintura y llevaba un bolso sencillo pero bonito. Tenía un aire de nobleza.
«El tiempo cambia a todos. Incluso el patito feo puede convertirse en un cisne».
No quería admitirlo, pero Celia era tan brillante como su hija, por no mencionar que había gastado tanto en Yolanda sólo para que fuera igual de brillante.
«Dios, ¿por qué eres tan injusto?».
No quería ser amable, pero quería que Celia trabajara para ella, así que preguntó con amabilidad:
—Ya pasó un tiempo. Entonces, ¿qué has estado haciendo?
Celia no quería hablar con ella, así que Pandora dijo:
—Ah, ya sé. Eres la principal perfumista de Varoque y la creadora de Pinineus No. 5.
Una arruga apareció en la frente de Celia, pero no le sorprendió que esta mujer supiera de ella. Tenía una empresa de perfumes en su haber, así que por supuesto que sabía lo que Celia estaba haciendo.
—Somos una familia. ¿Por qué no trabajas para nosotros en lugar de trabar para otros? Puedo hacerte una buena oferta —dijo Pandora. Ya estaba en modo ofensivo.
Una sonrisa burlona se formó en los labios de Celia y se dio la vuelta.
—No somos familia.
La sonrisa de Pandora se congeló por un momento, pero logró preguntar:
—¿No somos familia?
—Mi padre es mi familia. Todos los demás son solo extraños —dijo Celia con frialdad. Cuando era pequeña, cada vez que regresaba de casa de su abuela, esta mujer la empujaba afuera, llamándola mugrosa y negándole la entrada porque tenía «bacterias». Luego le decía a la niñera que le rociara desinfectante por todas partes antes de permitirle entrar a la casa.
Entonces sólo tenía trece años, pero nunca pudo olvidar la humillación. Puede que de joven quisiera encajar en la familia, pero ese deseo hacía tiempo que había desaparecido. Después de todo, no había lugar para ella en aquella casa.
—Ah, has vuelto —dijo Caleb desde atrás.
Celia se dio la vuelta. Su padre parecía más viejo de lo que recordaba, pero seguía siendo el mismo hombre que conocía. Aun así, no parecía muy feliz de verla.
—Papá —dijo.
Caleb la miró y también se sorprendió al ver el nuevo aspecto de su hija.
«Cinco años. Han pasado cinco años. Ha crecido mucho. Tiene el aspecto de su madre».
Otra persona bajó las escaleras y no era otra que Yolanda. Ella también se sorprendió al ver a Celia.
«Ella es solo una perfumista, ¿verdad? Se supone que debería verse como una campesina. ¿Por qué es tan atractiva?».
La envidia ardía en sus ojos. Se había planteado si debía arreglarse para la ocasión, pero decidió no hacerlo, pensando que ya era lo bastante guapa como para destruir la confianza de Celia. Sin embargo, el plan le salió mal.
«Maldición, debería haberme arreglado».
Celia ni siquiera le dedicaba un momento a nadie que no fuera su padre. Estas chicas fueron la razón por la que se fue de casa.
Caleb se acercó a su hija, con la culpa en los ojos.
—¿Qué has estado haciendo todos estos años? ¿Por qué no nos llamaste? -Sabía que había estado fuera tantos años por lo que él le había hecho. Entonces la ira lo consumía, pero cuando se dio cuenta de lo que había hecho, el deseo de Celia de volver a casa ya había desaparecido.
—Trabajo en una empresa de perfumes, papá.
—¿En qué puesto estás? —preguntó Caleb.
—Soy perfumista —dijo Celia.
Caleb asintió.
—No está mal. Eso requiere mucho talento y habilidad.
Pandora miró a Celia con envidia. No podía creer que Celia hubiera heredado los talentos de su madre.
En ese momento, entró un criado.
—Señor, la cena está lista —dijo.
—Hablaremos durante la cena, entonces —dijo Caleb—. Vamos.
Durante la cena, todos estaban absortos en sus propios pensamientos, y Celia no se encontraba nada bien. Yolanda no paraba de dar órdenes a la empleada, jactándose de que ella era la verdadera señora de la casa, no Celia. Su padre le preguntaba por su vida, pero mantenía las distancias.
Fue una comida difícil de terminar y, una vez terminada, Celia se marchó. Cuando salió a la calle y se volvió para mirar la villa iluminada, algo en su corazón se rompió.
«Al final, sigo sola».
...
Una vez que Jeremías terminó de bañarse, volvió a su habitación, sacó el periódico y se dirigió al dormitorio principal. Luego tomó el teléfono de su padre y marcó el número escrito en el papel.
Celia paseaba sin rumbo por la calle cuando sonó su teléfono. Era un número desconocido, pero contestó de todos modos.
—¿Quién es?
—Soy yo, Señorita Bonita —dijo un niño lindo.
Eso alegró a Celia.
—¿Eres el niño al que ayudé, verdad?
—Sí. Soy Jeremías Salinas. Puede llamarme Jeremías —dijo el niño.
—De acuerdo, Jeremías. —Celia sonrió. Su tristeza se curó solo con la llamada del niño.
Curioso, Jeremías preguntó:
—¿Tiene novio, señorita?
Celia se detuvo por un momento y sonrió.
—No. ¿Por qué preguntas?
—¿Le gustaría tener uno?
Celia se rio.
—¿Algún recomendado?
—Sí, mi papá. Es guapo, rico e inteligente. No la decepcionará.
Celia se sorprendió un poco.
«Entonces, ¿es de una familia monoparental?».
Le dio tristeza.
«Pero es tan lindo. Debe ser difícil tener solo a su padre. ¿Dónde está su madre?».
—Gracias por tu afecto, Jeremías. No te lastimaste, ¿verdad?
—Estoy bien, y todo gracias a usted. De lo contrario, me habrían vendido —dijo el niño feliz. El intento de secuestro parecía que no le afectó.
Hugo salió del baño y escuchó a su hijo hablando con alguien, se acercó al niño. Jeremías se dio la vuelta y saludó a su padre.
—Ven aquí, papá.
Hugo se dejó caer en el sofá y Jeremías le entregó el teléfono.
—Saluda a la Señorita Bonita, papá.
«Oh, la dama que salvó a Jeremías».
Estaba agradecido por su ayuda.
—Hola —dijo Hugo.
Su voz era tan suave y seductora que lo primero que pensó Celia fue:
«¿Será este hombre un actor de voz?».