Capítulo 2 Indigna de tener a mi hijo
Mientras Celia salía del hospital, por instinto cubrió su abdomen y se preguntó con amargura por qué tenía que quedar embarazada.
«¡Qué maravilloso sería si pudiera encontrar padres que pudieran hacerlo crecer sano!».
La razón por la que Hugo quería vengarse de ella era su madre.
Desde muy pequeño, su padre nunca mencionó la muerte de su madre. Fue a los diez años cuando escuchó los comentarios sarcásticos de su madrastra sobre cómo la madre de Celia y un hombre rico tuvieron un encuentro en un coche en las montañas, que acabó con ambos cayendo por un acantilado y muriendo.
Y ese hombre rico era el padre de Hugo.
Su madre fue considerada una amante vergonzosa que se había entrometido en el matrimonio de los padres de Hugo.
El padre de Celia, movido por el odio que le inspiraba la aventura de su madre, acogió abiertamente a otra mujer en su casa, borrando cualquier rastro de su existencia en aquel hogar. Como si verla le recordara la traición de su madre, ni siquiera le dedicó una mirada.
Celia era como una huérfana. Estaba sola en este mundo.
Tras regresar del hospital, comió el almuerzo preparado por los criados antes de quedarse dormida hasta bien entrada la tarde.
Cuando se despertó, se sorprendió al mirar la hora.
«¿Cómo es que ya son las 08:30 p.m.?».
Se apresuró a bajar las escaleras. Hugo había regresado en algún momento. Sentado en el sofá del salón, parecía relajado y peligroso al adoptar una postura desinhibida.
De repente, Celia pensó en tomar la iniciativa para complacerle y así sería más fácil hablar del tema del hijo con él. Preparó una taza de té y se la llevó.
—Has trabajado muy duro hoy, cariño. ¡Bebe una taza de té para saciar tu sed!
Hugo levantó la vista hacia ella.
—¿Tienes algo que decirme?
Este hombre tenía una extraña habilidad para ver a través de ella, como si pudiera leer todos sus pensamientos con una sola mirada.
Celia se mordió el labio inferior, se sentó a su lado y preguntó con timidez:
—Estaba pensando... ¿Deberíamos tener un hijo? Haría nuestro hogar más animado.
Una sonrisa despectiva se dibujó en las comisuras de la boca de Hugo.
—¿Crees que eres digna de dar a luz a mi hijo?
—¿Y si me quedo embarazada por accidente? —Celia seguía mordiéndose el labio. No podía mirarlo directamente a los ojos.
—Abortas inmediatamente —respondió el hombre sin piedad.
Unos segundos después, su mirada penetrante volvió a clavarse en ella.
—¿Estás embarazada? —Sorprendida, Celia negó rápidamente con la cabeza.
—No... sólo tenía curiosidad porque... es deprimente quedarse sola en un pueblo tan grande.
Hugo pareció creer sus palabras porque sabía que ella no se atrevería a quedarse embarazada de su hijo. Y aunque lo hiciera, sabía lo que tenía que hacer.
Apartó los documentos y se levantó, sacando una botella de whisky del mueble bar. Después de servir medio vaso, se lo entregó.
—Bébetelo.
Celia entró en pánico y negó con la mano.
—Sabes que no bebo.
—Me decepcionaste ayer —insistió el hombre dominante mientras empujaba el vaso hacia ella—. Pagarás si me decepcionas de nuevo.
Celia colocó con suavidad la taza en la mesa después de tomar dos sorbos, indicando que ya había bebido suficiente.
Sin embargo, los ojos del hombre se estrecharon al instante mientras su mirada la fijaba de manera opresiva.
—¿Quieres que te obligue a beber? —preguntó.
Los hermosos ojos de Celia se abrieron un poco. No era como si él no hubiera hecho algo así antes. Luego, obediente tomó la copa de la mesa y dio pequeños sorbos mientras soportaba la sensación de ardor en su garganta.
Después de cuatro sorbos, se atragantó y tosió un poco.
—Termínatelo —exigió el hombre con voz ronca. No le preocupaba en absoluto.
—No quiero beber más. —Celia sacudió la cabeza. En realidad, no podía tomar otro sorbo.
Sin embargo, el hombre parecía intrigado, así que se levantó y tiró de ella hacia él. Bebió un sorbo de su copa y luego sujetó el delicado rostro de ella para verter el alcohol en su boca.
Aquella noche fue otra noche de insomnio para ella.
A la mañana siguiente, temprano, Celia tuvo que ir de nuevo al hospital al sentir un dolor agudo en el vientre.
Era el mismo médico que la había atendido ayer. Esta vez, la miraba seriamente.
—¿Ya olvido lo que le recordé ayer? ¿Qué podría ser más importante que su hijo? ¿Se das cuenta de lo peligrosa que es su condición?
—Doctor, ¿cómo está el bebé?
—Hay un ligero sangrado, pero el bebé está bien por ahora. Sin embargo, debe tener más cuidado.
Cuando Celia salió de la consulta médica, se sintió perdida y desconcertada. Vagó por el hospital un rato hasta que una enfermera salió llamando al siguiente paciente y le preguntó:
—¿Es su turno?
—¿Qué?
—¡La cirugía!
—¿Qué cirugía?
—La cesárea.
Celia retrocedió asustada.
—No me voy a operar. No soy yo.
Había una pareja sosteniendo a un bebé de tres meses a su lado después de que ella entró en el ascensor. El niño, inocente y adorable de 3 años, le sonrió, cautivando a Celia como un ángel.
Por instinto, tocó su vientre.
«Estoy segura de que mi bebé también será así de lindo si llega a este mundo».
Las palabras del médico resonaron en sus oídos como una alarma. Si Hugo volvía a acostarse con ella esta noche, había muchas probabilidades de que Celia perdiera el bebé.
Angustiada, Celia regresó a la villa. Antes de entrar en el salón, sintió un repentino mareo y se desplomó en el umbral de la casa. La bolsa con el informe de la ecografía que llevaba en la mano cayó al suelo a sus pies.
Por la tarde, un coche deportivo negro se detuvo lentamente delante de la verja de hierro. Hugo había vuelto. Su coche aparcó junto a la entrada y, al ver a la mujer en el suelo, una expresión de sorpresa cruzó sus ojos. Rápidamente abrió la puerta y salió.
Mientras se acercaba a la mujer que había perdido el conocimiento, su atención se desvió por un momento hacia una bolsa de plástico de un hospital cercano. Tras agacharse y recoger de la bolsa el historial médico y el informe de la ecografía, frunció inmediatamente el ceño al pensar en las reacciones de Celia ante él estos dos últimos días y sus preguntas sobre tener un hijo.
«Maldición, ¡no se supone que quede embarazada! ¡Ha estado tomando sus pastillas!».
«¿Está tratando de usar al niño para ganar mi perdón?».
Su rostro se ensombreció al pensar en eso.
«Esta mujer se atreve a intentar usar a mi hijo como moneda de cambio. ¡Imperdonable!».
Celia abrió lento los ojos mientras recobraba la conciencia. Al sentarse, sus ojos se abrieron de par en par en shock y pánico antes de encontrarse con la mirada gélida de los profundos e intimidantes ojos del hombre.
«¿Por qué Hugo ha vuelto tan pronto?».
Se puso más pálida cuando vio el informe que él sostenía.
A pesar de sentir un desesperado deseo de escapar, Hugo se paró frente a ella como una sombra amenazante, su voz era fría mientras preguntaba:
—¿A dónde crees que vas?
Celia siempre había temido a ese hombre desde el fondo de su corazón. Ahora que no podía huir, se agarraba el bajo vientre con desesperación y terror.
Hugo se acercó un paso, su mirada recorrió el pálido rostro empapado en sudor frío como una hoja afilada, antes de bajar hasta su tierno vientre. Miró en esa dirección durante unos segundos.
Durante esos segundos, la respiración de Celia pareció detenerse. Bajó la cabeza como una culpable, incapaz de mirarlo a los ojos.
La llegada del niño no había sido decisión suya. Fue un repentino regalo del universo. De hecho, estaba más asustada y temerosa que nadie.
—¿Cuándo descubriste que estás embarazada? —preguntó, con el rostro inexpresivo.
—Yo... me enteré hace dos días —susurró Celia.
—¿Por qué no me lo dijiste? —Los ojos de Hugo destellaron con un brillo demoníaco.
—Yo...
—¿Asustada de que quisiera que lo abortaras? —se burló el hombre, su tono se volvía aún más frío—. ¿Pensaste que dejaría que tu hijo llegara a este mundo con vida?