Capítulo 7 Noche sugestiva en el Maybach
Sin dudarlo, Skylar salió del coche y se sentó delante. No pudo evitar echar un par de miradas más a las manos de Tobías sobre el volante. Sus dedos eran elegantes y delgados, y las venas del dorso de sus manos parecían simbolizar la verdadera masculinidad. En su dedo anular había un anillo de platino que emitía un frío brillo bajo la luz.
—¿Estás casado? —soltó antes de darse cuenta. Al pensar que bien podría haberse acostado con un hombre casado, un profundo sentimiento de culpabilidad surgió en su pecho.
—No veo qué tiene que ver eso con que te lleve a casa —respondió él, evadiendo su pregunta. Ella cerró la boca e inclinó la cabeza, tanteando el cinturón de seguridad. Al instante, la alarma del cinturón empezó a sonar en el coche, ya que aún no se lo había abrochado. Era la primera vez que se sentaba en un coche de lujo, y sus manos parecían actuar de forma independiente, impidiéndole ponerse el cinturón de seguridad.
Tobías lanzó entonces una mirada fugaz a la nerviosa Skylar antes de inclinarse hacia ella. Sin esperar que se acercara tanto, ella reaccionó con fiereza y se protegió el pecho con ambas manos. Parecía un erizo herido, temblando de miedo y con las púas erguidas. Ignorándola, él le abrochó el cinturón de seguridad, a escasos centímetros de distancia. Incluso podía sentir su cálido aliento haciéndole cosquillas y oler la agradable fragancia de su colonia de sándalo blanco.
Al ver que ella permanecía inmóvil, le dirigió una mirada vacía:
—Disculpa, pero no te tomaré justo debajo de la cámara de vigilancia. No estoy tan desesperado.
Skylar sonrojó como un tomate. «¿Cómo puede este hombre decir cosas tan descaradas manteniendo una expresión seria?», se preguntó. Entonces giró la cabeza hacia la ventanilla del coche y levantó la mirada, dándose cuenta de que la cámara de vigilancia del aparcamiento apuntaba en su dirección.
—Cualquier lugar es mejor que un quirófano —murmuró en voz baja. Lo dijo con una voz apenas audible, por lo que él no la escuchó.
Cuando salieron del aparcamiento, Tobías no siguió la ruta indicada por Skylar. Entonces, ella miró por la ventana y preguntó con voz aterrada:
—¿Adónde me llevas? Este no es el camino de vuelta a casa. Detén el coche... Si no lo haces, saltaré ahora mismo.
Su rostro se ensombreció de impaciencia ante la amenaza de Skylar. «¿Por qué esta mujer se pone tan nerviosa todo el tiempo?», pensó. Pulsó el botón de control para desbloquear las puertas y dijo con voz monótona:
—Adelante, no te detendré. ¿Debo conducir más rápido para que ruedes más lejos después de saltar?
Y eso fue justo lo que hizo. Skylar vio cómo los números del medidor de velocidad se disparaban hasta 120 y se acobardó de inmediato.
«¡Si salto ahora, moriré o quedaré lisiada para siempre!», analizó.
—No uses un método tan infantil para amenazarme. No funcionará —replicó él, con un matiz sarcástico en su voz.
Aferrándose a la puerta, Skylar se sujetó como si toda su vida dependiera de ella, ya que temía ser expulsada. Al cabo de un rato, el coche se detuvo en una gasolinera cercana, haciéndola suspirar aliviada. «Solo está rellenando su tanque de gasolina», se percató. Luego, Tobías bajó a la tienda para comprar agua.
Debido al estrés de estar en el mismo coche con él, se bajó a tomar aire. Estaba ideando un plan para sacarle alguna información específica más tarde. Sumergida en sus pensamientos, dio vueltas por la gasolinera sin mirar por dónde iba. En ese momento, dos niños pequeños corren hacia ella. Antes de que pudiera apartarse, el cubo de pintura que llevaban le salpicó el cuerpo y le ensució la ropa. Sabiendo que se habían metido en un lío, los chicos huyeron de inmediato sin ofrecer ninguna disculpa.
Al borde del colapso, Skylar estaba a punto de derrumbarse. «¿Acaso Dios me odia? Solo estaba ocupándome de mis asuntos, pero de alguna manera un cubo de pintura me salpicó. Solo... ¡¿Cómo?!», se quejó. «Sin mencionar que es pintura negra. ¿Es algún tipo de mal presagio?»
Se quedó al lado del coche de Tobías sin intención de subir. Cuando salió de la tienda, sus ojos se entrecerraron un poco al verla cubierta de pintura negra.
—Tomaré un taxi de vuelta. No tengo dinero para compensarte por haberte manchado de pintura el asiento.
Skylar era consciente de sus ahorros en ese momento. Era una dura realidad en la que no podía permitirse ni siquiera comprar una rueda de coche. Sin embargo, Tobías ya había abierto la puerta.
—Solo mira el miserable estado en el que estás. Dime, ¿qué taxista te llevaría?
Sin esperar su respuesta, le tomó de la muñeca y casi la empujó al interior del coche. Cuando cayó la noche empezó a lloviznar. Se formó una capa de niebla en las ventanas. El aromatizante del automóvil se vio superado por el olor de la pintura que cubría su cuerpo, haciendo que el aire del interior fuera bastante sofocante.
Todavía con algo de sentido común, bajó la ventanilla para dejar salir el olor. En cuanto a él, ya había bajado la ventanilla y apoyaba el brazo sobre la superficie mojada. En el momento en que Skylar separó los labios para preguntar por el cheque, el teléfono de Tobías sonó. Al contestar, procedió a hablar en un idioma extranjero, por lo que no pudo entender lo que decía.
La llamada terminó cuando llegaron a su barrio. Todo parecía planeado a la perfección, ya que era una coincidencia demasiado inquietante.
Al fin y al cabo, se habían acostado con el otro antes. En ese momento estaban solos en el coche, y era tarde en la noche. Las cosas seguían bien mientras el coche se movía, pero una vez que se detenía, ella temía que se convirtiera de nuevo en una bestia y se saliera con la suya dentro del automóvil.
—¡Ya me voy, Sr. Ford! —anunció agarrando su bolso con fuerza, observando la sugerente situación en la que se encontraban.
—Ejem... Sra. Jones, ¿no va a invitarme a una taza de té? —preguntó con su encantadora voz de barítono.