Capítulo 4 Usted no tiene voz
Sheila siseó:
—¿Cómo pueden no verse afectados nuestros planes? ¿Crees que Leticia accederá a marcharse ahora cuando su hijo ha desaparecido? Si provoca problemas, Magalí sabrá de su existencia y de que estuvo embarazada antes. Nuestros planes para el proyecto de setenta millones de dólares se verán trastocados si la jefa se niega a cooperar con nosotros.
Hernán frunció el ceño y lanzó una mirada amenazadora a Sheila. Le advirtió:
—No necesito que me digas lo que tengo que hacer. Lárgate.
El tono amenazador del hombre provocó escalofríos en Sheila. Se le fue el color de la cara, contuvo la respiración y salió a toda prisa de la habitación.
Hernán estaba solo en la sala de estudio, fumando un cigarrillo y sumido en sus pensamientos. Tenía la intención de enviar a Leticia a un lugar lejano. Sin embargo, después de ver el odio en sus ojos, cambió de opinión. Para evitar que la mujer causara problemas, necesitaba controlar todos sus movimientos. El hombre había pensado en una forma de mantenerla bajo control. Tras su última pitada, Hernán apagó el cigarrillo en el cenicero.
Al día siguiente, unos hombres irrumpieron en la habitación de Leticia y la sacaron a la fuerza de la residencia Heredia. No les importó que su cuerpo estuviera aún frágil por el aborto. Tras empujar a Leticia a un todoterreno negro cercano, los hombres cargaron con su equipaje, repleto de ropa, y lo metieron en el maletero del coche.
—¿Qué... qué están haciendo? —protestó Leticia. Las puertas del coche se mantuvieron cerradas después de que la obligaran a sentarse en el asiento trasero.
—¡Déjame salir! —Leticia gritó y golpeó la ventanilla. Cuando el motor del coche rugió, dirigió su atención al asiento del conductor y se dio cuenta de que era Hernán.
—¿Hernán? ¿A dónde me llevas? —Leticia sintió como si su último rayo de esperanza se hubiera desvanecido.
—Lo sabrás cuando lleguemos —contestó Hernán escuetamente. Pisó el acelerador y el coche aceleró por la carretera.
Había un ambiente tenso entre ellos mientras seguían en silencio. Leticia se agarró las manos con fuerza y miró por la ventanilla. Pronto se dio cuenta de que algo iba mal.
—¿Por qué vamos al psiquiátrico? —preguntó Leticia perpleja. Sus ojos se encontraron en el espejo retrovisor y ella notó un cambio en la mirada de Hernán. Sus habituales ojos indiferentes y distantes cuando la miraba parecían peligrosos. El corazón de Leticia martilleaba en su pecho, insegura de lo que iba a ocurrir.
El coche pronto se detuvo y Hernán sacó de inmediato a Leticia del vehículo. Le ordenó:
—Quédate aquí por ahora.
Leticia se burló para sus adentros.
«¿Quién se queda en un psiquiátrico? Obviamente, ¡esto es un encierro! No quiere que interfiera en su vida feliz y en la de Magalí».
—¡No! —protestó Leticia e intentó zafarse del fuerte agarre del hombre. Sus esfuerzos fueron inútiles, pues Hernán la empujó hacia las dos enfermeras. Después de enderezar la corbata que ella se había torcido, dijo con cara de póquer —: No tienes nada que decir en esto.