Capítulo 2 Un accidente
Hernán echó humo para sus adentros mientras se acercaba a Leticia.
«¿Por qué la mujer que siempre se ha portado bien desobedece mis instrucciones?»
La atención del hombre se clavó en ella, sus pupilas se encendieron mientras decía con voz amenazadora:
—No mereces ser la madre de mi hijo. ¿Crees que apreciaría a una mujer barata que podría conseguir fácilmente por un millón de dólares?
Leticia se quedó helada en el lugar mientras pensaba para sí misma:
«En primer lugar, nunca le gusté a Hernán. ¿Por qué se molestó en casarse conmigo si me desprecia?»
Sintió una oleada de tristeza mientras trataba de procesar la noticia con el corazón encogido.
Hernán ignoró la mirada cabizbaja de Leticia y se marchó tras su breve declaración. Actuó como si no le importara cómo se sentía ella. La mujer se quedó sola, por completo abatida.
Tras un breve momento de quietud, Leticia se dirigió a la cocina y empezó a preparar el almuerzo. De repente, alguien le dio una palmadita en el hombro y le susurró con voz pícara:
—¿Qué te pasa, Leticia? ¿Estás bien?
Leticia se giró y vio a una joven con una sonrisa radiante. Era la hermanastra de Hernán, Sheila Heredia.
Todos en la residencia Heredia, incluidos los criados, trataron a Leticia con frialdad cuando llegó. Sheila era la única que reconocía su condición de esposa de Hernán y se esforzaba por animarla cuando se sentía abatida por los malos tratos de Hernán.
Leticia sacudió la cabeza y esbozó una débil sonrisa.
—No es nada. Acabas de volver del colegio y debes de estar hambrienta. No te preocupes, la comida estará lista pronto. —Después de ocuparse de las necesidades vitales de Hernán y Sheila todos estos años, había desarrollado una estrecha relación con esta última.
Sheila se agarró a los brazos de Leticia y le suplicó:
—Tengo antojo de tu sopa de calabaza. Anoche soñaba con ella.
—De acuerdo, traeré algunas calabazas del jardín. —A Leticia siempre le costaba rechazar las peticiones de Sheila.
Leticia visitaba con frecuencia el jardín para dar de comer a los peces del estanque o cuidar de las calabazas. Dado que el sol brillaba con fuerza, se sorprendió al ver que las rocas cercanas al estanque estaban empapadas. Estaba atenta a sus pasos mientras recogía las calabazas crecidas. Sin embargo, cuando se disponía a regresar a la casa, Sheila corrió hacia ella y chocaron por accidente. Como consecuencia, Leticia perdió pie y cayó al estanque.
—¡Leticia! —Sheila gritó en voz alta.
Leticia luchaba frenéticamente por respirar, pero cada vez tragaba una bocanada de agua. Tenía la ropa empapada y empezó a hundirse como una piedra. No pudo confiar en Sheila para que la sacara del agua, ya que la joven estaba aturdida y lloraba incontrolablemente. Sintió que el mundo giraba a su alrededor y empezó a perder el conocimiento, con una respiración cada vez más superficial.
Leticia no recobró el conocimiento hasta el día siguiente.
—¡Todo es culpa mía, Leticia! Si no hubiera sido por mi descuido, no habrías perdido a tu bebé. —gritó Sheila exasperada mientras la abrazaba con fuerza.
Leticia, incrédula, preguntó con voz entrecortada:
—¿Qué... qué has dicho?
«¿Perdí a mi bebé? ¿Cómo ha ocurrido?»
Leticia se puso de inmediato la palma de la mano en el estómago y sintió un dolor sordo y punzante. La tristeza se dibujó en su rostro al pensar en su hijo nonato muerto. Lloriqueó en silencio y las lágrimas empezaron a resbalar por sus mejillas.