Layan solía molestarse por mucha cosas. Era un lobo bastante hormonal, por lo que a pesar de que siempre sonreía su carácter era impredecible. Pero Priscila nunca lo había visto tan molesto en todo el tiempo que habían estado juntos. Ni siquiera en sus encontronazos anteriores.
Los ojos de él se habían vuelto totalmente dorados y sus colmillos eran muy evidentes. Y Priscila se separó un poco de él al sentir que su olor se volvía agrio.
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