Capítulo 358 Los zurita no perdonaban traiciones
La puerta de la bodega crujió al abrirse, revelando un espacio sombrío iluminado solo por una lámpara colgante que se balanceaba, proyectando sombras danzantes. En el centro, Josué estaba atado a una silla, los nudillos blancos de tanto forcejear contra las cuerdas. Una venda cubría sus ojos, pero no su miedo: el sudor frío en su frente delataba su terror.
—Ya es tarde para arrepentirse, Josué —la voz de Constanza cortó el silencio como un cuchillo—. Ahora que sabes la verdad... temo decirte que pones en riesgo mi plan.
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