Capítulo 8 Fantasías
Sabía que no estaba bien, que ese hombre era su jefe y que…
—Vaya, no quiero saber lo que le cuentas a Kitty.
—Ciertamente no, señor.
—Lo importante es que tengas con quien conversar, aunque tu interlocutor sea un muñeco de felpa y no pueda responder.
No había burla en la voz de su jefe, tampoco algo que delatara otra cosa que interés en los ojos del hombre.
—Sí, supongo que es bueno. —Ella se encogió de hombros—. Al menos ayuda a soportar los momentos estresantes, sobre todo porque también se siente como un desahogo cuando las cosas están por salir de control.
—Lo relevante es que tengas algo con lo que entretenerte y no terminar colapsando. —Asintió, mirando las facciones tan varoniles de su jefe—. Los dos sabemos que trabajar en esta empresa como mi asistente no es exactamente el trabajo más laxo y se requiere que hagas mucho y luego vas y haces el doble. Es bueno saber que tienes algo con lo que pasar pequeños instantes de ocio, así sea hablar con un muñeco de felpa. Es, de alguna manera, algo tierno, si me lo preguntas.
Se permitió mirar fijamente los ojos de su jefe y perderse en el mar azul cielo por unos segundos mientras procesaba las últimas palabras en su mente. No creía que hablar con un muñeco de peluche fuese tierno, en todo caso y analizándolo desde otro punto de vista, lo catalogaría como algo hilarante y descabellado. Pese a esto, no le importó que su jefe pensara en la acción como algo tierno.
—Está bien. Que a usted le parezca tierno que su asistente hable con un muñeco de felpa… —Hizo un gesto con la mano al aire, viendo la pequeña sonrisa en los labios del hombre. Labios con los que fantaseaba poder besar algún día—. Entonces, ¿qué pasa con su comida? —preguntó, señalando el recipiente sobre su escritorio. —Necesitaba cambiar de tema porque no quería reflexionar sobre las sensaciones que comenzaron a brotar dentro de sí al estar cerca de su jefe. Bastante tenía con las fantasías que revoloteaban por su mente.
—Ah, sí. No, no hay nada malo con la comida. —Frunció la nariz y negó con la cabeza, bajo la atenta mirada de su jefe—. Lo cierto es que quise hacerte compañía, pero veo que continúas trabajando a pesar de tener una hora libre para el almuerzo.
—¿Sí? ¿Y me lo dice usted precisamente? —Sin reprimirse, apuntó con un dedo acusatorio al guapo hombre—. Señor, no puede venir y decirme que me tome esa hora libre cuando usted también ha estado trabajando.
—Culpable, pero ahora no estoy en la oficina. Estoy aquí, contigo, haciéndote compañía en horario de almuerzo. —Arqueó una ceja y su jefe le señaló la ensalada olvidada—. Solo has comido algunos bocados, Johari.
—¿Y quiere que deje de verificar y filtrar los correos electrónicos para terminar de comer la ensalada?
—En efecto. —Exhaló un suspiro por lo bajo, mirando de la comida de su jefe a su ensalada—. Además, no creo que afecte tu desempeño y rapidez el hecho de que te tomes una hora, que es lo que corresponde, para almorzar como es debido.
—¿Qué hay de usted? ¿También se tomará su hora de almuerzo?
—Estoy aquí, ¿verdad? —Reaccionando por impulso, se mordió el labio inferior para no delatar su sonrisa satisfecha por tener al guapo hombre haciéndole compañía—. Pero conociéndote, no lo harás por más que sepas que es lo correcto.
—Señor, en serio, no es…
—Muy bien. No me dejas otra alternativa. —Incrédula, vio al hombre arrastrar una silla, acercarla al escritorio y sentarse—. Perfecto. Ahora tendrás que almorzar conmigo.
—No estoy segura de que decir a esto, señor. —Sutilmente, apuntó al hombre y, luego, se apuntó a sí misma—. Sin embargo, esta vez lo dejaré pasar.
—Punto para mí, entonces —imperó su jefe, sonriendo y señalándole la ensalada—. Ahora, sigamos comiendo.
Le tomó algunos segundos darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Nunca antes su jefe había hecho lo que ahora y, realmente, no estaba ayudando a sacarlo de su mente. Todo lo contrario, esto era material exclusivo para usarlo en algunas fantasías… Dios, no. No podía permitirse pensar así.
Sacudió la cabeza, dejando atrás los pensamientos que no venía a cuento ahora mismo y miró al hombre sentado frente a ella, usando el escritorio como mesa. Por la diminuta sonrisa en los labios del hombre haciendo juego con el brillo inusual en los ojos, ella estaba segura de una cosa…
—Parece muy satisfecho consigo mismo, señor —profesó.
—Oh, lo estoy.
Y se rindió al encanto que emanaba el hombre, pero ocultó cualquier emoción que la condujera a una falta de respeto. No quería, por ningún motivo, que su jefe se diera cuenta que su corazón estaba latiendo frenético, que su sangre corría como lava por sus venas y que todo lo que tenía en mente era la fantasía de sentarse sobre las piernas del hombre, rodear su cuello con los brazos y besarlo apasionadamente…