Capítulo 2 Rutina
Cuando el ascensor se detuvo en el cuarto piso y las puertas se abrieron, Johari caminó por el pasillo, cargando unos documentos en las manos.
El piso, que era su lugar de trabajo, contaba con dos oficinas, una salita de descanso y la recepción. La oficina principal era la de su jefe y la otra servía como sala de reuniones. En medio de las dos oficinas se encontraba la recepción y un gran escritorio ocupaba el espacio. En la superficie, realmente pulcra y organizada, estaba una computadora, un intercomunicador, un teléfono y una multifunción.
Ella rodeó el escritorio y colocó los documentos sobre este. El día apenas comenzaba e intuía que sería uno largo y muy ajetreado.
Su jefe, Andrew Tanner, no llegaría hasta dentro de una hora, lo que le dio mucho tiempo para organizar todos los documentos, archivos y agenda del día. Cuando tuvo la mitad del trabajo hecho, optó por darse una pequeña escapadita hasta la sala de descanso y prepararse un buen café. Con café en mano, regresó a su puesto de trabajo. Se sentó en su más que cómoda silla y bebió gustosa el delicioso café.
—Buen día, Kitty —saludó, en torno al muñeco de peluche, con forma de gatito, que descansaba al lado de la pantalla de la computadora.
Como siempre, el muñeco no respondió, mirándola con sus enormes ojos color ocre de fieltro mientras ella presionaba el botón de encendido de la computadora. El muñeco había sido un regalo de su mejor amiga por haber conseguido el puesto de trabajo. Muchas fueron las personas que vieron al muñeco de peluche cuando pasaban por su escritorio a la oficina de su jefe y hasta le habían dicho que era un tierno. Lo cierto era que ella amaba esa cosa de felpa.
Como si fuera una señal divina, su teléfono comenzó a vibrar sobre el escritorio. Solo podía pensar en una persona que no solo estaría despierta a una hora tan temprana, también en la única que le mandaría mensajes.
«Esto es injusto. Él está evitándome y no sé por qué», leyó, mentalmente, el mensaje.
Exhalando un largo suspiro, negó con la cabeza. Oriana se había convertido en su mejor amiga desde que se mudó a Londres, hace cinco años atrás, y desde entonces han sido casi inseparables, por decirlo de alguna manera. Oriana era lo opuesto a ella cuando de relaciones amorosas se trataba. Su amiga nunca supo exactamente cuándo dejar una relación atrás. No era como si su amiga fuera de esas mujeres apegadas al extremo, pero ciertamente a Oriana le costaba un poco más de la cuenta aceptar que una relación había acabado y no, Johari no la juzgaba. Nunca lo hizo.
Volviendo a negar con la cabeza, pensó unos segundos qué respuesta darle a su amiga. Posterior, se dispuso a escribir su respuesta.
Bebió otro sorbo de café mientras aguardaba a que la pantalla de su computadora se encendiera, pero su teléfono volvió a vibrar con otro mensaje.
Quiso rodar los ojos cuando terminó de leer la respuesta de su amiga. Definitivamente tendría una larga conversación con Oriana cuando regresara a casa esta tarde. De todos modos, respondió al mensaje, diciéndole, de manera sutil, que pensara un poco en los horarios que tenía el chico en cuestión y que quizás este no pudo responderle a algunos de sus centenares de mensajes por temas de trabajo u horario.
Regresó la atención a la computadora. Al sistema le tomó un momento revisar sus registros antes de que apareciera una pantalla de confirmación. Siempre fue su parte menos favorita de todo el proceso… Su jefe era en extremo muy precavido cuando de sistema de seguridad en computadoras en red se trataba. Sin embargo, la parte que más detestaba era ver esa fotografía de su rostro en la pantalla. La misma que le tomaron cuando obtuvo el puesto de asistente personal. No lucía bien, no llevaba casi nada de maquillaje, sus mejillas carecían de rubor, sus ojos color marrón oscuro no estaban delineados con su lápiz delineador color azul favorito y su cabello rizado parecía un nido de pájaros porque no pudo plancharlo esa mañana. Dios, en serio, esa imagen de su rostro era horrible, pero, bueno, lo hecho, hecho estaba.
Cuando el sistema por fin se dignó a mostrarle la pantalla habitual de inicio de su computadora, comenzó a revisar los mensajes nuevos que la esperaban. Estaban los correos electrónicos estándar enviados directamente a ella y luego los mensajes que fueron enviados con copia a su jefe. No vio nada de real relevancia por lo que se trasladó a la bandeja de entrada reservada para su jefe. Su acceso a los mensajes del CEO Tanner se limitaba a los mismos mensajes generales de los miembros de la junta directiva de la empresa y correos electrónicos personales que tenía en su propia bandeja de entrada. Su jefe le había concedido acceso extraordinario hacía unos meses atrás, en un intento de crear algún tipo de orden a partir del caos que le gustaba inundar su bandeja de entrada personal. Ciertamente, ella nunca leyó algo muy personal, pero su jefe le había concedido el permiso para hacerlo si fuera necesario.
Pasó por un correo electrónico del hermano de su jefe, Francis, y pasó a un mensaje del vicepresidente de Chrome Machine, Delclaux Luciano. Este tipo de correos los filtraba y se los enviaba, sin leerlos, a su jefe. Sin embargo, ella era la primera en darse cuenta cuando algún correo electrónico era enviado por alguna empresa importante con un asunto referente a posibles inversiones en Chrome Machine. Este tipo de correos sí los leía porque era la encargada de realizar la agenda de reuniones importantes de su jefe.
Su teléfono comenzó a sonar, haciendo que se sobresaltara y casi derramara la taza con café sobre el escritorio. Frunció el ceño y miró casi con odio la pantalla del teléfono con el nombre parpadeante de la persona que estaba llamando.
—Hola, Ori —saludó, cuando se conectó el auricular en la oreja derecha—. ¿Qué haces despierta tan temprano?
—¿En serio, Jo? —enunció su amiga—. Todavía estoy procesando tu mensaje anterior.
Ella suprimió una risita mientras miraba y filtraba los correos electrónicos para su jefe.
—Solo te dije que hicieras borrón y cuenta nueva —recitó el mensaje anterior—. Además, es bueno conocer personas nuevas.
—¿Y me lo dices tú?
—En efecto. No creo que sea tan difícil para ti —replicó, encogiéndose de hombros—. Sin embargo, sigo pensando que quizá no tiene tiempo y que estés mandando mensajes a cada rato, no te hará bien, Ori, en serio. Quizá lo mejor es olvidarlo y ya.
—Lo sé, pero no le costaba nada haber respondido algunos de mis mensajes. Al menos para decirme que no quiere saber nada más y ya. —Asintió, aunque su amiga no pudiese verla—. Dios, estoy tan harta de que un hombre se comporte como un tirano.
—Lo único que quiero es que no dejes que un hombre te afecte al punto de… —calló, viendo por el rabillo del ojo a una persona salir del ascensor—. Ori, te tengo que dejar. Hablaremos sobre esto cuando llegue a casa, ¿de acuerdo?
—Mhmm, ¿el jefe papi?
—Hasta más tarde, Ori —refutó, finalizando la llamada.
En estos momentos, ella realmente agradeció su color de piel porque el rubor que anidó y sintió en sus mejillas no se notaba, al menos, no mucho.