Capítulo 4 Préstame a tu asistente
Su teléfono vibró y sonó sobre la superficie del escritorio, lo que hizo que se sobresaltara y frunciera el ceño. Era el tono reservado únicamente para mensajes y llamadas de Johari. No estaba seguro de cómo lo había organizado su muy eficiente asistente, pero cuando se trataba de los entresijos del sistema que él se había asegurado de que se hubieran instalado en toda la empresa (incluyendo en la telefonía móvil), Johari sabía y entendía la mayor parte. Sin dudas, él tenía que pensar muy bien en regalarle algo muy bonito para esta navidad.
«Cambios de planes. El señor Delclaux está aquí y entrará a su oficina», decía el mensaje.
Gruñó por lo bajo e hizo una mueca de completo disgusto, sabiendo que le tocaría desayunar esta inesperada reunión con Luciano. Justo cuando iba a responder el mensaje, la puerta de su oficina se abrió, revelando la imponente presencia de Delclaux.
—Buenos días, Andrew —enunció el hombre, ingresando como dueño y señor a su oficina.
Con el profesionalismo que lo caracterizaba, Andrew se puso de pie de su cómoda silla y esbozó una sonrisa que esperaba fuera lo bastante normal como para disimular su desagrado.
—Buenos días, Luciano —replicó, dándole un saludo de apretón de manos al hombre que rápidamente se sentó en la silla frente al escritorio—. ¿A qué debo el honor de esta grata visita a tan temprana hora del día?
Si bien no requería una formalidad exacta con las personas cercanas a él, de por sí sabía que era mejor tratar a Luciano con todo el decoro necesario si deseaba que las cosas salieran a su favor. Sin embargo, que el hombre se presentara a un horario diferente al que estaba programada la reunión, le hizo saber que podía pasar de su manera ortodoxa para con el tipo. Por razones evidentes, nunca le terminó de agradar el hombre que había sido de completa confianza de su padre. Si tuviera que hacer comparaciones, y él detestaba hacerlas, fácilmente se daba cuenta de que nunca podría llevarse del todo bien con Luciano. Demasiados pensamientos y actitudes diferentes. Eran polos opuestos, sin dudas.
—Por los mismos motivos por los cuales vendría más tarde —respondió el hombre—. Existe esta gran posibilidad de incrementar las ganancias si optamos por aceptar a un nuevo socio capitalista. Esta persona se asegurará de que se cumplan las expectativas de producción de materias primas, lo que hará del trabajo más rápido y rentable. Además, cuenta con un diseño de organización laboral que implementa tecnología digital. ¿No es eso lo que estamos buscando hoy día?
No, no era eso exactamente lo que Chrome Machine necesita hoy día. Tampoco necesitaban otro socio capitalista. Las finanzas estaban bien y los empleados gozaban de todos los beneficios (un buen sueldo, seguro médico, incentivos, premios, entre otros similares). A todo eso debía sumarle el hecho de que él no estaba dispuesto a despedir a personas para reemplazarlas con tecnología digital. Él era de la vieja escuela y prefería hacerlo con sus propias manos, gracias.
—Ya hablamos sobre este asunto, Luciano —profesó, manteniendo el rostro sereno—. No necesitamos un socio capitalista.
—Estoy en desacuerdo, Andrew, y deberías pensar muy bien, sobre todo si tienes en cuenta todo lo que tu padre hizo por mantener el nivel de excelencia de calidad de la empresa. —No, no iba a caer en el mismo truco dos veces—. Te daré una semana para que pienses y te enviaré los documentos de presentación de la propuesta.
—Mi respuesta seguirá siendo negativa —refutó, con su tono de voz adusto.
—Realmente me estás dejando sin opciones, Andrew. —Frunció el ceño al ver la sonrisa casi siniestra dibujarse en el rostro de Luciano—. Por si lo olvidas, tengo el 49 por ciento de las acciones y si decido vender o simplemente retirarme con el capital invertido, Chrome Machine pasará a ser una empresa de segunda mano y tú no quieres eso, ¿verdad?
—¿Estás amenazándome? —preguntó, sin delatar el estupor que esto le causó.
—No, no es una amenaza, por amor a Dios, Andrew —imperó el vicepresidente, con tono calmado—. Solo piensa en todo lo que lograremos si aceptamos un nuevo socio capitalista. Las partes de automóviles que podrían salir al mercado tendrían una mejor calidad. Ya contratamos a más personal capacitado en mecánica y, ciertamente, los nuevos empleados han estado haciendo un buen trabajo.
—Una cosa es haber contratado más personal para laborar en la sección de mecánica y otra muy distinta aceptar tener un socio capitalista —replicó, inclinándose hacia delante hasta apoyar los codos sobre el escritorio—. No veo una razón realmente válida para aceptar lo que propones.
—Está bien, pero piénsalo, ¿de acuerdo? —insistió el hombre.
—Lo tendré en cuenta —profirió. Luego de unos segundos, preguntó—: Entonces, ¿qué hay de ese segundo motivo?
Delclaux se inclinó hacia atrás, apoyando completamente la espalda sobre el respaldo de la silla, en una posición bastante relajada, mientras esbozaba una sonrisa un tanto ladina, en su opinión.
—Supongo que ya sabes que me he quedado sin asistente. —Asintió, aunque no sabía muy bien por qué no le estaba agradando el giro de la conversación—. El asunto, mi querido Andrew, es que necesito que me prestes a tu asistente por unos días.
—No es posible —respondió, sin titubear—. No puedo prescindir de Johari. Ella es la única persona que tiene la capacidad para organizar todos los asuntos importantes del día a día. Además, puedes publicar avisos en periódicos y en sitios de bolsas de empleo. También puedo recomendarte a algunas personas que…
—Ya solicité la publicación en los periódicos —interrumpió el hombre—. Sin embargo, realmente necesito que me permitas tener a Johari por unos días. Como lo acabas de decir, ella está muy bien capacitada para organizar asuntos importantes y es lo que necesito ahora mismo y con urgencia. Te la devolveré.
—Johari no es un objeto —imperó—. Es, hasta el momento, la mejor asistente que he tenido y mi día sería un completo caos sin su ayuda. Lo lamento, Luciano, pero no es posible.
—De acuerdo, pero necesito ayuda y si estoy recurriendo a tales medidas, es porque realmente me urge tener una asistente. —Hizo un mohín con los labios—. Las entrevistas no son lo mío y creo que perderé la cabeza si no…
—Está bien, veré que puedo hacer por ti —inquirió, ansiando que el hombre terminara de hablar y se fuese de su oficina—. Ya que esta reunión se adelantó, tendré un par de horas libres. Puedes mandar un correo electrónico a Johari con los asuntos que consideres más relevantes y partiremos desde allí. —La sonrisa del tipo creció y eso, en algún punto, le molestó—. Sin embargo, es solo por hoy. En cuanto a las entrevistas, puedo encargarme personalmente de hacerlas.
—Gracias, Andrew, sabía que lo entenderías.
Por fin el vicepresidente se puso de pie, le dio un apretón de manos como despedida y salió de la oficina.