Capítulo 7 El almuerzo
Otro día más y otro almuerzo en su escritorio, pero no podía quejarse, no realmente. La mañana había sido bastante tranquila, no hubo reuniones ni visitas inesperadas y sabía que gracias a esto, su jefe estaba de buen humor. Sin embargo, esporádicamente, tanto ella como su jefe, tenían que trabajar en horario de almuerzo y terminaba ordenando comida por teléfono de uno de los tantos lugares en los que su jefe acostumbraba almorzar. En cuanto a ella, se conformaba con la vianda¹ que traía de casa y con algunos bocadillos que guardaba en la alacena de la salita de descanso. Y eso era exactamente lo que sucedió hoy. Ella ordenó un menú completo de tres comidas saludables para su jefe y un postre extra.
No podría decir con certeza qué fue lo que ocurrió para que su jefe estuviera con un humor bastante azucarado. Esta mañana lo había visto llegar pulcramente vestido y peinado, como siempre, pero notó de inmediato el brillo inusual, casi delatando picardía, en los ojos azul cielo del hombre. Lo que, a su vez, provocó que su tranquilo corazón latiera con brío dentro de su pecho al verlo más guapo que de costumbre. Aun así, optó por centrarse en sus labores y dejar de lado cualquier pensamiento indecoroso respecto a su jefe.
Y ahí estaba, delante de la pantalla de su computadora mientras llevaba, por ratos, el tenedor cargado con ensalada a su boca. Incluso con su carga de trabajo más baja de lo habitual, todavía había asuntos que requerían organización. A pesar de que no había nada en su lista de tareas pendientes que exigía atención inmediata, le gustaba estar al tanto de todo lo que pudiera surgir. Siempre había alguien que buscaba concertar una cita para ver a su jefe o hacer un seguimiento de un mensaje enviado por él. Las tareas tendían a acumularse rápidamente y a ella le gustaba tenerlas organizadas y preparadas para que se establecieran en un horario apropiado lo más rápido posible. No era como si fuera una maniaca del orden, pero lo cierto era que optaba por ser preventiva con algunas cosas.
Y eso sin incluir todos los cambios de último momento, las cancelaciones de reuniones y las visitas improvisadas. A veces tenía que hacer malabarismos con cada uno de ellos para que funcionara lo mejor posible para todos. Ella había aprendido que nunca haría feliz a todo el mundo, pero se conformaba con hacer feliz a su jefe. Sus reflexiones frenaron cuando oyó abrirse la puerta de la oficina y su jefe asomó la cabeza. Entrecerrando los ojos, observó cómo su jefe miraba todo el entorno, como si de pronto alguien aparecería mágicamente, pero antes de que ella pudiera indagar sobre el asunto, su jefe volvió a encerrarse. Quedó mirando la puerta y consideró marcar el intercomunicador para averiguar si había algo que necesitaba, pero antes de hacer cualquier cosa, su jefe apareció nuevamente en la puerta, esta vez con una de las viandas en las manos.
Arqueó una ceja mientras su mirada iba desde el recipiente con comida a los ojos de su jefe.
—Señor, ¿ocurre algo con su almuerzo? —preguntó, después de unos buenos segundos deliberando en su mente si atreverse a cuestionar o no.
Su jefe frunció un poco el ceño, negó con la cabeza y caminó hasta su escritorio.
—No, en lo absoluto. —Ladeó un poco la cabeza cuando el hombre dejó el recipiente sobre su escritorio—. No puedo quejarme porque sabes perfectamente mis gustos y consigues buena comida.
—Oh, bueno, pero recuerdo aquella vez que, por equivocación, pedí comida en ese nuevo restaurante chino. El resultado fue una intoxicación para los dos —rememoró ella, con un toque de humor en la voz.
—¿Tenías que recordar eso, cierto? —Y fue inevitable no soltar una risita ante la cara de póker de su jefe—. Lo cierto es que hasta hace poco recibí correos electrónicos de disculpas, por no mencionar los cupones gratis válidos para algún aperitivo o postre.
—De hecho, tengo que decirle que usé algunos de esos cupones para el famoso pudín de mango. Es realmente una delicia —confesó, llevándose un bocado de su ensalada a la boca.
—¿Lo has hecho? —Asintió, ahogando otra risita—. No lo puedo creer. No sé si llamarte valiente o considerar tu osadía cómo traición.
—Es difícil negarse al pudín de mango, señor —replicó, dejando de lado su tenedor y descartando su ensalada.
Su jefe apoyó un brazo sobre su escritorio, mirándola con una ceja arqueada. Ella suspiró mentalmente, como una colegiala enamorada. Tener al hombre tan cerca era demasiada tentación, pero logró controlarse y mantener su semblante tranquilo.
—No creo haberte dicho esto, pero ¿por qué no me sorprende que alguien tan delicada, pequeña e inocente como tú se haya convertido en una persona aficionada a los postres?
Contuvo una especie de bufido sin quitar la mirada de la de su jefe. Negó con la cabeza y frunció el ceño.
—¿Delicada, pequeña e inocente? —repitió, viendo las comisuras de los labios del hombre curvarse hacia arriba, en una diminuta sonrisa—. Con todo respeto, señor, pero no soy ni delicada ni pequeña, si por pequeña se refiere a mi estatura, por supuesto. No es como si fuera una jirafa, pero estoy muy bien con mi metro setenta de estatura. No estoy muy segura sobre inocente. El significado de inocente puede aplicarse a un cierto número de posibilidades para describir a una persona.
—Posiblemente tengas razón, Johari.
—¿La tengo? —preguntó, entrecerrando los ojos—. No quiero pensar que también me describa o me considere una chiquilla cuando no estoy cerca. —Y fue justo después de pronunciar la palabra “chiquilla” que notó cierto resplandor en los ojos de su jefe. Sin embargo, tan rápido como apareció ese resplandor, se esfumó.
—En lo absoluto, Johari. Nunca pensé en ti como una chiquilla —imperó su jefe, la voz más adusta de lo normal.
Al escuchar esto, ella tuvo que sonreír genuinamente. Lo cierto era que su jefe nunca la trató como otra cosa que no sea lo que realmente era: una persona adulta, capaz, eficiente, organizada y respetuosa. Lo que era más de lo que podría decirse de algunas de las otras personas con las que había trabajado en el pasado. No le molesto que no ser vista como una chiquilla hiciera mucho más cómodo para ella disfrutar comiéndose con los ojos al hombre mayor cuando tenía la oportunidad. Ella sabía muy bien que definitivamente tenía que mantenerse al margen y respetarlo, pero eso no significaba que no pudiera disfrutar de las vistas de vez en cuando. Y que su jefe no la viera como una chiquilla, o una especie de figura de hija, entonces mucho mejor para las muchas fantasías que ella disfrutaba y gozaba en su mente.
—Bien. Tengo que decir que eso es bueno —refutó, volviendo en sí de sus reflexiones—. Entonces puedo estar tranquila y seguir conversando con Kitty.
—¿Conversas con ese muñeco que tienes ahí? —preguntó su jefe, apuntando al peluche de felpa con forma de gato.
—Cada mañana, cuando llego aquí, es lo primero que hago —profesó, echando un rápido vistazo al peluche—. Es buena compañía.
Su jefe soltó una risita y negó con la cabeza. Y, Dios, el sonido de la risa del hombre la hizo estremecer. Rogó porque su jefe no se diera cuenta de que, detrás de su rostro sereno, se ocultaba una reacción de completo deleite.
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¹La idea de vianda suele utilizarse para nombrar al recipiente o la bandeja que incluye una ración de alimentos. Las viandas, en este sentido, pueden trasladarse desde el hogar hacia otro lugar para comer fuera de casa (en un parque, en un intervalo de descanso en la oficina, etc.) o ser entregadas a la hora del almuerzo o de la cena en un lugar determinado (una escuela, una empresa etc.).