Sintió el cálido aliento en el dorso de su mano e instintivamente la retiró. —No me toques. Concéntrate en conducir —dijo Ellis con brusquedad.
—Está bien —respondió Easton. Puso en marcha el coche y se alejó del edificio de su oficina mientras Ellis se giraba para mirar por la ventana, perdida en sus pensamientos.
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