Capítulo 90 ¡Susana, tú ganas!
Su voz era ronca, suave y tranquila, como si estuviera haciendo una pregunta al azar. Sin esperar su respuesta, la dio ella misma:
—No, no lo haces. Si alguna vez me hubieras visto como tu esposa, no habrías ignorado mis sentimientos y opiniones. No me habrías tratado tan descuidadamente, humillándome delante de los demás. Para ti, no soy más que una amiga con derecho a roce cuando tienes necesidades —mientras hablaba, curvó los labios en una sonrisa burlona—. Enrique, si lo quieres, date prisa. No me hagas perder el tiempo.
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