Capítulo 2 Regalo de Silvanus
Jonathan miró a los hombres de negro, todos alineados e inclinándose al unísono de manera perfecta, sintiendo una mezcla de confusión e incredulidad. «¿Señor Jonathan? Provengo de un linaje de ocho generaciones de campesinos pobres. ¿Desde cuándo soy tan apreciado? ¿Podrían estar confundiéndose con otra persona?»
En ese momento, el hombre de mediana edad que lideraba el grupo se enderezó y se acercó a él con decisión.
—Me llamo Samuel. Me ha enviado el señor Nertés para darte la bienvenida —dijo el hombre con una cortés inclinación de cabeza.
—¿El señor Nertés? ¿Silvanus? —Los ojos de Jonathan se abrieron de sorpresa.
Silvanus era quien le había transmitido sus habilidades de combate, y él sabía que el apellido de Silvanus era Nertés.
—Sí, señor Jonathan. Por favor, suba al coche. Podemos discutir los detalles en el camino.
—De acuerdo.
Ya que era la disposición de Silvanus, Jonathan lo siguió con naturalidad, aunque las dudas persistían en su mente. «¿Quién es Silvanus en realidad?»
Se acomodó en el coche, y todo el grupo ejecutó un preciso giro en U antes de alejarse en la distancia.
Mientras tanto, Selena, que acababa de terminar sus tareas oficiales, salió de la prisión. Al observar el grupo que se alejaba, un destello de admiración cruzó su rostro. «¿Quién es este pez gordo que sale hoy de la cárcel? Qué gran espectáculo», pensó.
Con su perspicacia profesional, reconoció con rapidez que aquellos coches habían sido equipados con las modificaciones militares más avanzadas, comparables a los vehículos exclusivos de los altos mandos militares.
En el interior del coche, Jonathan se acomodó en el asiento trasero mientras Samuel ocupaba el asiento del copiloto. Dándose la vuelta, Samuel se dirigió a Jonathan con profundo respeto.
—El señor Nertés sabe que regresa a Catonia, así que ha hecho todos los preparativos necesarios. Nos dio instrucciones de permanecer a la espera, listos para seguir cualquiera de sus órdenes.
—¿Dónde está Silvanus? Quiero verlo —dijo Jonathan.
Samuel negó con la cabeza.
—El señor Nertés está ocupado con algunos asuntos importantes. Vendrá a verlo en cuanto esté disponible. Mientras tanto, me ha pedido que le dé esto. —Le entregó a Jonathan una fotografía. La imagen mostraba a una hermosa joven, y la dirección del reverso le resultaba familiar. En efecto, se trataba de su ex novia, de la que había oído hablar: se había casado con su abusador.
Una fugaz sonrisa de autoburla apareció en los labios de Jonathan mientras arrugaba la fotografía en la mano, con las emociones a flor de piel.
El coche viajó durante una hora, y al llegar a Catonia, Samuel lo condujo hasta la base de un edificio imponente.
—Este es el Grupo Dominio —anunció Samuel con un toque de orgullo—. El señor Nertés ha invertido doscientos mil millones en el como regalo especialmente para usted. Ahora está oficialmente a su nombre.
—Silvanus sí que es rico —comentó Jonathan, sorprendido.
Siguiendo a Samuel, subió al último piso del edificio. Los ejecutivos del Grupo Dominio habían estado esperando, y su sorpresa fue palpable cuando lo vieron caminando delante de Samuel. Aunque la identidad de Jonathan era inconfundible, los ejecutivos quedaron sorprendidos por lo joven que parecía el nuevo jefe.
Momentos después, las personalidades influyentes de la empresa se acercaron una a una para estrechar su mano.
Jonathan se fijó en una mujer de pelo rubio y rizado, no muy mayor, que estaba entre ellos.
Samuel la presentó:
—Ella es Hena, la directora ejecutiva del Grupo Dominio.
—Hola, jefe —dijo Hena Gutierrez con una cálida sonrisa, extendiendo su delicada mano. Su encanto era innegable, e incluso Jonathan se encontró momentáneamente hipnotizado por su presencia.
Él tomó su mano y, guiado por ella, adquirió una comprensión básica de las principales operaciones del Grupo Dominio. Tras un breve repaso, se levantó y se dispuso a marcharse.
En realidad, incluso sin los fastuosos regalos de Silvanus, Jonathan ya era bastante rico. Durante su estancia en prisión, había aprendido estrategias bursátiles de varios magnates financieros y había acumulado decenas de millones gracias a sus inversiones.
En ese momento, Samuel le entregó una caja de regalo.
—Señor Jonathan, este es el té Earl Grey que pidió. Es de la mejor calidad —le dijo con seguridad.
—Muy bien, gracias —dijo él, dándole una palmada amistosa en el hombro.
El té Earl Grey era un regalo para su tía. Tras la pérdida de sus padres, su tía Susana Linares era la única familia que le quedaba. A lo largo de los años, había sido una presencia inquebrantable, visitándolo con frecuencia en la cárcel. Ahora que estaba en libertad, su primer pensamiento fue expresarle su gratitud por sus cuidados.
—Señor Jonathan, ¿está seguro de que no necesita que le acompañe? —preguntó Samuel, incapaz de ocultar su preocupación.
—No hace falta, le llamaré si surge algo —respondió Jonathan, agitando la mano con desdén sin mirar atrás mientras entraba en el ascensor.
Al llegar al primer piso, divisó una figura familiar y encantadora. Era Selena, el destino parecía estar actuando y los había reunido dos veces en un mismo día.
En aquel momento, ella había cambiado su atuendo militar por un elegante traje negro que acentuaba su curvilínea figura y realzaba su encanto femenino.
Cuando lo vio, se sorprendió por un momento, pero con rapidez lo disimuló sonriendo.
—Jonathan, ¿qué te trae por aquí? ¿Vienes a una entrevista de trabajo? Con el Grupo Dominio recién establecido, es el momento perfecto para reclutar talentos. ¿Cómo te ha ido? ¿Estás satisfecho con cómo han ido las cosas?
Jonathan se sorprendió brevemente por su pregunta, pero prefirió no dar más detalles. Se limitó a responder:
—Todo bien.
Al notar su reticencia a seguir hablando, Selena no pudo evitar suspirar para sus adentros. «Recién salido de la cárcel y ya está buscando trabajo, este compañero mío sí que es ambicioso. Pero, ¿quién contrataría a alguien que acaba de salir de la cárcel?»
Una oleada de simpatía surgió en su interior.
—El director general del Grupo Dominio es amigo mío. ¿Quizás podría hablar bien de ti?
Él se negó con cortesía:
—No es necesario, gracias por tu amabilidad. Tengo algunos asuntos que atender, así que ya me voy.
Con eso, se fue sin vacilar. Selena y él eran de mundos diferentes.
Ella sacudió la cabeza. «Este viejo compañero mío aún se aferra a su orgullo. Es evidente que necesita con desesperación este trabajo, pero se niega a aceptar mi ayuda. No parece darse cuenta de que en esta sociedad despiadada, su orgullo vale poco».
Tras abandonar el Grupo Dominio, Jonatha desdobló la nota que le habían entregado. Siguiendo la dirección escrita en ella, llegó a una zona residencial de lujo.
Su tío, Tomás Barragán, un exitoso hombre de negocios, había prosperado recientemente e incluso se había mudado a una casa nueva. Era la primera vez que Jonathan visitaba la nueva residencia. Siguiendo la dirección, llegó al bloque 19 y llamó al timbre.
—¿Quién es? —se oyó la voz de una mujer.
Al oír la voz familiar, se sintió emocionado y conmovido. Tras una breve pausa, respondió:
—Tía Susana, soy yo, Jonathan.
Susana lloró de sorpresa.
Jonathan entró con rapidez en el ascensor y se dirigió a la decimotercera planta. Al abrirse la puerta, se encontró a su tía, con los ojos llenos de lágrimas.
—¡Por fin has salido! ¿Por qué no me lo dijiste? Podría haber ido a recogerte —exclamó, con la voz temblorosa por el alivio y la alegría—. Entra, rápido.
Le dio la bienvenida a la casa, agarrándose a su brazo como si no quisiera soltarlo nunca.
Dentro del salón, un hombre regordete estaba cómodamente sentado en el sofá. Era el tío de Jonathan, Tomás. Con su cara cuadrada y su cabeza parcialmente calva, transmitía un aire de autoridad a pesar de su postura relajada.
Entre los parientes de Jonathan, Tomás era conocido por su capacidad. Sin embargo, dado el carácter travieso de Jonathan de niño, a Tomás nunca le cayó bien.
Susana lo guió hasta el sofá y le dijo:
—Jony, tómate un tiempo para ponerte al día con tu tío. Iré a prepararte algo. Viviana no tardará en volver. Les encantaba jugar juntos cuando eran niños.
Una vez que Susana se fue, Tomás le entregó una manzana y le dijo:
—Toma.
Él la aceptó con un movimiento de cabeza, como si fuera un niño obediente.
—Gracias, tío Tomás.
Tomás preguntó entonces:
—¿Qué planes tienes ahora que has salido de la cárcel?
—Hmm... —Jonathan vaciló, sin haberlo pensado mucho todavía.
Su tío frunció el ceño, disgustado.
Nunca le había tenido especial aprecio a su sobrino, pero tenía que admitir que se había mostrado prometedor. El joven siempre había sido brillante e incluso había conseguido ser admitido en una prestigiosa universidad. Entre las jóvenes generaciones de la familia Linares, Jonathan había sido excepcional.
Sin embargo, la cárcel le había marcado como ex convicto, y todos aquellos años que pasó en la universidad parecían no haber servido para nada. Ahora que por fin lo habían puesto en libertad, parecía carecer de rumbo y aún no había hecho ningún plan para el futuro. Tomás se sintió decepcionado y pensó que el tiempo que Jonathan había pasado entre rejas lo habían convertido en una sombra de sí mismo.
En la cocina, Susana intervino:
—Jony acaba de salir; ¿cómo va a saber qué hacer? ¿Tu empresa no está contratando personal? Quizá podría unirse a tu equipo.
Tomás frunció el ceño al instante.
—Mi empresa tiene requisitos específicos de contratación, y el campo de estudio de Jonathan no es relevante para nuestra industria.
A decir verdad, era reacio a considerar la posibilidad de incorporarlo en su empresa. Jonathan había sido testarudo desde joven, y Tomás no estaba dispuesto a buscarse problemas trayéndolo.
—He oído que hoy en día conducir para servicios de taxi puede ser bastante rentable. ¿Por qué no te planteas alquilar un coche y convertirte en conductor? —sugirió Tomás.
Jonathan rió por lo bajo.
—No hace falta.
Tomás resopló con desaprobación.
—Has pasado por la cárcel, y aún así te niegas a humillarte y a trabajar desde abajo. ¿Aún te consideras un universitario de una institución prestigiosa?