Capítulo 109 Sangre y aliento
Todo comenzó con un silencio que no encajaba bien. Mi padre no era del tipo que desaparecía en el silencio. Era compuesto, sí. Privado, siempre. Pero tenía un ritmo, uno que conocía mejor que mi propio latido. Y cuando ese ritmo se deslizaba, aunque fuera por un momento, lo sentía.
Fue sutil al principio. Un mensaje que envié y al que no respondió. Una llamada que quedó sin contestar. Lo pasé por alto, lo atribuí a reuniones de trabajo, sus viajes, o su negativa a actualizar su teléfono de un modelo cinco años atrás. Pero al tercer día de silencio, algo dentro de mí comenzó a doler.
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