Capítulo 3 Recuperando lo que es mío
Miré a Brad, sus palabras flotando en el aire como un veneno imposible de disipar. - ¿Quieres darme un hijo? -repetí, con la voz tranquila pero letalmente suave.
Él sonrió con suficiencia, las manos aún metidas en los bolsillos como si no hubiera insultado todo lo que me quedaba. - ¿Qué? ¿Prefieres quedarte sola para siempre?
Di un paso lento hacia él, inclinando la cabeza, examinándolo como si fuera algo repugnante que hubiera pisado.
- ¿Crees que quiero un hijo tuyo? -susurré, y su sonrisa se borró, aunque solo por un instante.
Sonreí, afilada y cruel, mostrando los dientes. Antes de que pudiera reaccionar, mi mano voló y mi palma golpeó su mejilla con un ruido seco que llenó la habitación. Retrocedió un paso, llevándose la mano al rostro, con los ojos abiertos de par en par por el shock.
- ¿Piensas tan poco de mí como para creer que aceptaría tu lástima? -siseé, con el cuerpo temblando de rabia contenida-. ¿Después de todo lo que me has hecho, crees que permitiría que me toques?
El shock en Brad se tornó en ira al instante. - ¡Loca!
Pero ya estaba en movimiento. Me acerqué a la estantería y deslicé los dedos por la fila de libros encuadernados en cuero. - ¿Sabes qué es lo irónico, Brad? -dije suavemente-. Todo en esta casa... todo lo que disfrutas... lo compré yo.
Con un empujón brusco, derribé la fila entera de libros al suelo.
Sus ojos se abrieron de par en par. - ¿Qué estás haciendo?
Me giré hacia él, con la mirada encendida. -Recuperando lo que es mío.
Avancé hacia los jarrones decorativos junto a la ventana, esos que yo había elegido. Sin dudar, barrí con el brazo la mesa y los hice estallar contra el suelo, los fragmentos dispersándose como los pedazos de mi matrimonio roto.
Brad se lanzó hacia adelante. - ¡Aria, para!
Pero no había terminado. Me dirigí a los cuadros en la pared, obras que yo había escogido y pagado. Arranqué el primero y lo dejé caer sin piedad.
-Todo lo que compré -dije, fría como el hielo-, todo lo que traje a esta prisión que llamabas hogar, lo estoy recuperando. Y lo que no pueda llevarme... -Me giré y pateé la mesita auxiliar, que se astilló contra el suelo-, lo destruiré.
- ¡Aria! -Brad rugió-. ¿Estás loca?
Me volteé hacia él, riendo con amargura. -No, Brad. Fui una loca al creer que este matrimonio funcionaría. Pero ya no estoy dispuesta a ser la esposa callada y obediente.
Me miró, tenía la mandíbula tensa, pero antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de golpe.
Margaret estaba allí, con el rostro pálido por el shock y la rabia creciendo al ver el desastre a mi alrededor.
- ¿Qué demonios está pasando aquí? -espetó, sus ojos saltando entre mí y Brad.
-Oh, no me hagas caso -respondí con dulzura-. Solo estoy recuperando lo que me pertenece.
Ella se acercó, los ojos ardiendo de furia. - ¡Pequeña ingrata! ¿Cómo te atreves a destruir esta casa?
Arqueé una ceja. - ¿Casa? ¿Quieres decir mi casa? Es curioso, porque la última vez que revisé, mi nombre aparece en la mitad de las escrituras, en la mitad de las acciones...
- ¡Eso ahora pertenece a Brad! -escupió-. No eres más que una forastera, aferrada a un nombre que ya no tienes.
Me acerqué, dejando nuestros rostros a centímetros. -No, Margaret. Soy la mujer que sostuvo el negocio de esta familia cuando tu precioso hijo estaba demasiado ocupado en la cama con su amante.
Ella levantó la mano como para abofetearme, pero atrapó su muñeca en el aire.
-No lo hagas -advertí con calma, sin apartar la mirada de sus ojos-. No cometas ese error.
Por un momento quedamos congeladas así, ella fulminándome con la mirada, yo tranquila y fría como el hielo.
Finalmente retiró la mano con una mueca. -Te arrepentirás, Aria. Saldrás de este matrimonio con nada más que la ropa que llevas puesta.
Le sonreí lentamente. -Inténtalo.
Brad se frotó la mandíbula donde lo había abofeteado, guardando silencio mientras me miraba.
-Adelante -añadí, con la voz afilada como cristal-. Llama a tus abogados, llama a quien quieras. Pero cuando todo termine, todos sabrán quién resucitó Blackwell Holdings de entre los muertos y quién casi lo destruyó.
Los labios de Margaret se apretaron. -Siempre fuiste un error. Mi hijo nunca debió casarse contigo.
-Créeme -reí con amargura-, en eso estamos de acuerdo.
Sin decir más, me di la vuelta y me dirigí hacia la puerta.
-Enviaré gente a recoger todo lo que me pertenece -dije por encima del hombro-. Y si intentas detenerme, nos veremos en la corte.
Ni Brad ni Margaret intentaron detenerme; se quedaron ahí, rodeados por sus ruinas, viéndome marchar.
Cuando llegué a mi apartamento, la noche ya había caído por completo. Las luces de la ciudad brillaban afuera como pequeñas brasas, y por primera vez en mucho tiempo, el peso en mi pecho parecía un poco más ligero.
Dejé mi bolso en el suelo y me quité los tacones, caminando hacia la ventana para apoyar la frente contra el cristal.
-Estoy lista -susurré a la noche.
Lista para dejar de fingir, para dejar de complacer a todos menos a mí misma.
Miré más allá del horizonte, mientras mi mente ya trazaba planes. Recuperaría lo que era mío: la empresa de mi padre, mi nombre, mi vida.
Mi teléfono vibró. Corrí hacia él y vi que era mi abogado. -Señorita Kensington, conseguiste las acciones, pero no son suficientes -dijo.
Me quedé paralizada. ¡Maldita sea! Colgué y, justo cuando estaba a punto de lanzar el teléfono contra la pared, volvió a sonar.
Miré la pantalla: un número desconocido. Dudé, pero contesté.
- ¿Hola?
- ¿Arian Kensington? -preguntó una voz profunda y suave.
- ¿Quién pregunta?
Hubo una pausa. Luego habló de nuevo:
-Ethan Stone.
El aliento se me cortó.
Ethan Stone. El hombre que todos temían en el mundo de los negocios. El nombre que se susurraba en cada sala de juntas y la única persona de la que mi madre me había prohibido acercarme antes de morir.
-Solo quería decirte que si alguna vez necesitas algo, estaré aquí para ayudarte -dijo, y colgó.