Capítulo 6 Venganza en tacones rojos
Aria
Me quedé mirando mi reflejo en el espejo de cuerpo entero de la suite de lujo, ajustándome un vestido rojo sangre que abrazaba cada curva como una segunda piel. Mis tacones de aguja Louboutin resonaban sobre el mármol frío. Esta noche no era para sanar ni para esconderse.
Era para recordarle al mundo -y a Brandon Blackwell- exactamente quién demonios era.
- ¿Lista para armar un lío? -Talia sonrió desde atrás, sus ojos brillaban mientras me entregaba el clutch de diamantes.
-Oh, más que lista -respondí con malicia, girándome para enfrentarla-. Él pensó que podría humillarme mudándola aquí. Vamos a ver cómo le sienta ser eclipsado en su propia gala.
Porque esta noche era la Gala Anual de la Fundación Blackwell. La joya de la corona. Su show de ‘pareja poderosa’.
-El auto está esperando, jefa -dijo Talia, siguiéndome hacia la puerta.
Al subir al elegante Rolls-Royce negro, me puse las gafas de sol como si no fuera a entrar directo en territorio enemigo.
- ¿Estás segura? -preguntó, acomodándose a mi lado.
Sonreí con malicia. -Quiere una noche perfecta para la prensa. Le daremos una que jamás olvidará.
En cuanto pisé la alfombra negra de la gala, el mundo pareció detenerse un instante antes de estallar en un frenesí de flashes, susurros y ese zumbido implacable de curiosidad que me seguía a donde fuera.
Los fotógrafos forcejeaban por un mejor ángulo, los reporteros gritaban mi nombre con una ansiedad desesperada, y la multitud, un mar de miradas, se desplazaba de un invitado a otro hasta posarse en mí: la mujer que creían que no aparecería esta noche, la esposa que pensaban apartada, la que creían descartada.
Con un movimiento despreocupado, ajusté la pulsera de diamantes en mi muñeca, dejando que el peso frío y suave de las piedras me recordara que me había ganado mi lugar aquí, que pertenecía a esta élite y que ningún hombre, ni siquiera Brandon Blackwell en persona, podría borrarme de este mundo que ayudé a construir.
Vestida con un vestido Valentino rojo sangre que abrazaba cada pulgada de mi cuerpo como si hubiera sido esculpido solo para mí, avancé lentamente, dejando claro que no estaba aquí para desvanecerme en el fondo como una mujer despreciada y olvidada. Estaba aquí para dominar la sala, reclamar mi poder y recordarle a cada persona presente, incluido mi querido esposo y su nuevo juguete, exactamente quién demonios era.
El gran salón de baile, una obra maestra de candelabros de cristal, suelos de mármol relucientes y arreglos florales imponentes que gritaban riqueza y exclusividad, ya estaba repleto de las personas más poderosas e influyentes de Manhattan, todas vestidas de alta costura y sorbiendo champán que probablemente costaba más que el salario mensual de la mayoría.
Mientras me movía entre ellos, sentía sus ojos clavados en mí, algunos llenos de admiración, otros teñidos de envidia, pero todos incapaces de apartar la mirada.
Mi presencia era una sorpresa. Creían que había desaparecido, que me habían reemplazado. Estaban equivocados.
- ¡Aria! ¡Aquí!
-Señora Blackwell, ¿dónde está su esposo?
- ¿De quién es ese vestido?
Sonreí con un filo cortante como cristal. -Valentino -dije casualmente, dejando caer el nombre como una bomba, porque claro, Brandon odiaba cuando lo eclipsaba en vestimenta.
Al pisar la alfombra roja, escuché los susurros.
- ¿No es la esposa de Brandon?
-Se ve increíble.
- ¿No desapareció después de los rumores sobre Savannah?
Sonreí por dentro. Que sigan hablando.
Sabía que Brandon ya estaría adentro, codeándose con inversores, fingiendo que todo estaba perfecto. Pues no esta noche, cariño.
En cuanto crucé la puerta, todos se congelaron.
Cada mirada se clavó en mí: los hombres admirando mis curvas, las mujeres apretando los labios con envidia.
Y allí estaba él.
Brandon Blackwell, apoyado en la barra con un esmoquin de diseñador, vaso de whisky en mano, conversando con dos inversores importantes. Y a su lado, aferrada a su brazo como un simple adorno, Savannah, con un vestido azul claro que de repente parecía barato comparado con lo mío.
La mandíbula de Brandon se tensó al verme. Perfecto.
Le regalé una sonrisa deslumbrante, alcé una copa de champán de una bandeja que pasaba y me acerqué como si no tuviera ni una sola preocupación.
-Cariño -murmuré al llegar a su lado, posando una mano en su pecho con la elegancia de la esposa perfecta frente a sus preciados miembros de la junta-. No me habías dicho que Savannah se uniría a nosotros.
La sonrisa falsa de Savannah tembló.
Brandon carraspeó, lanzando miradas nerviosas a los inversores, que ahora observaban aquel pequeño drama como si fuera un espectáculo en horario estelar.
-Aria -dijo con voz tensa-. ¿Qué haces aquí?
Parpadeé, con los ojos bien abiertos.
- ¿Por qué no estaría aquí? Después de todo, soy la señora Blackwell.
El inversor mayor soltó una risa.
-Ah, Brandon, no nos habías dicho que tu esposa asistiría. Aria, siempre tan impresionante. La prensa no se cansa de ti.
Sonreí dulcemente, dejando mi mano sobre el brazo de Brandon el tiempo justo para verlo tensarse.
Los ojos de Savannah lanzaban dagas.
-Oh, me conoces -dije con aire despreocupado, sorbiendo champán-. Nunca me pierdo una noche para celebrar el... éxito de Brandon.
Savannah parecía a punto de responder, pero la interrumpí.
-Dime, Savannah, ¿estás disfrutando la gala? Hay tanta gente importante aquí. Brandon y yo solemos organizar esto juntos, ¿verdad, cariño? -Lo miré con la imagen perfecta de la inocencia.
Brandon me lanzó una mirada mortal que solo hizo que mi sonrisa se ensanchara.
-Supongo que sí -murmuró.
-Espero que no te importe que mantenga las apariencias -dije, con la voz suave como la seda pero lo suficientemente afilada como para cortar-. Después de todo, los medios se volverían locos si vieran a Brandon con otra mujer mientras su esposa está justo aquí.
Savannah se tensó.
-Todo el mundo sabe que Brandon y yo somos...
-Amigos -la interrumpí con una sonrisa que podría rivalizar con la de un tiburón-. Por supuesto. Y mientras eso sea todo lo que los medios sepan, ¿verdad, Brandon?
Me lanzó una mirada furiosa, pero noté el tic en su mandíbula, esa pequeña grieta en su fachada.
Perfecto.
Los inversores disfrutaban cada segundo, susurrándose entre ellos, y sus miradas divertidas hacían que Brandon se incomodara cada vez más.
-Bueno -dije, vaciando mi copa de champán y entregándosela a un camarero que pasaba-. Los dejo a ustedes dos... amigos para ponerse al día. Seguro tienen mucho que hablar.
Con una última sonrisa burlona, di la vuelta sobre mis talones y me alejé como si fuera la dueña de todo el maldito edificio.
Talia me alcanzó en el balcón.
-Chica, eso fue una obra maestra -susurró, tratando de contener la sonrisa.
Me encogí de hombros, ajustándome los pendientes de diamantes.
-Solo el acto de apertura.
- ¿Y ahora?
-Oh -sonreí con malicia, mirando por encima del hombro, donde Brandon y Savannah discutían en susurros, tensos-. Ahora, lo hacemos suplicar por misericordia.
Talia se acercó. - ¿Estás lista para la guerra?
Me giré, esbozando una sonrisa afilada y peligrosa. -Cariño, ¡Yo soy la guerra!