El teléfono vibró cuando Nathan cruzó el umbral de la mansión. La rabia le nublaba el juicio; ni siquiera recordaba a qué guardaespaldas le había arrebatado el auto. La voz de Mario sonó tensa al otro lado.
—Jefe, encontramos la señal del teléfono de su novia —hizo una pausa demasiado larga— en el Ivy Club.
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